La Divinidad de Cristo
La divinidad de Cristo es en sentido estricto la base de la fe Cristiana: con ella se sostiene o cae la religión que lleva Su Nombre. Acerca de este misterio central este artículo (1) afirma que el significado como es expresado en el Credo, (2) esboza el crecimiento en el conocimiento de la Iglesia, de la Escritura al Credo, e (3) indica la relación de la Misión de Cristo y la salvación del hombre.
El significado de la Fe
Cuando la Iglesia Católica confiesa que Jesucristo es Dios, afirma un misterio que va más allá de la comprensión del hombre, pero que conoce definitivamente a lo que se refiere y a lo que no. Cristo es verdaderamente Dios: Él no es una criatura divinizada o celestial, como dicen los gnósticos; o el primero y más grandes de las criaturas de Dios, Palabra de Dios, como Arrio sostuvo, o un Dios subordinado al Padre, como los semi-arrianos dijeron. Él no es un hombre adoptado como hijo de Dios, no importa cuan único y excelente los adopcionistas quisieron que su adopción fuera. Él no es un mero hombre, ministro de salvación de Dios, como los seguidores del Socinianismo y Unitarismo se vieron obligados a decir. Tampoco es el Jesús de la historia diferente del Cristo de la fe, un hombre hecho Dios por un proceso de APOTEOSIS, como los Modernistas y liberales una vez dijeron y los desmitologizadores del Nuevo Testamento dicen hoy. La Iglesia repudia todos estos intentos de eludir el misterio, como también se descarta el parecer de los antiguos modalistas, quienes, malinterpretando la Trinidad, creyeron que Cristo no es únicamente consubstancial sino también idéntico al Padre.
La Iglesia cree que Jesucristo es verdadero Dios, Hijo de Dios hecho hombre, la Segunda Persona de la Trinidad, quien tomó una naturaleza humana y por tanto existe no solo en la naturaleza divina sino también en la humana: una Persona divina en dos naturalezas. El hombre quien en Su vida terrena fue conocido como Jesús de Nazaret no fue una persona humana hecha una, como Nestorio dijo, en una única forma de unidad moral, con la Persona del Hijo de Dios. Él fue Dios, Hijo del Padre, hecho hombre para la salvación de los hombres.
La razón y la historia son incapaces de probar el misterio como un hecho. Los testigos presenciales de la vida de Cristo vieron el hombre en Jesús pero no vieron a Dios; vieron solo signos, los milagros, y basándose en ellos creyeron en el poder divino que Él profesaba. La evidencia histórica de la vida de Cristo, muerte, y Resurrección puede hacer Su divinidad razonablemente aceptable o creíble; no puede probarse con rigor lógico. Para aceptar la divinidad de Cristo se requiere un libre asentimiento de fe asistido por la luz de la gracia y justificada antes que la razón por garantías de su verdad. Solo así puede uno entrar en el misterio de la divinidad de Cristo. Ningún maravilloso racionalismo lo puede contradecir o esforzarse por explicar “racionalmente” los hechos de la vida de Cristo y de la historia de la Cristiandad.
Crecimiento de la fe
El punto de partida de la fe es la Escritura, el mensaje de Dios para la salvación de los hombres. Se puede dudar si los escritores del Antiguo Testamento se imaginaron que el Mesías, el Salvador de los hombres, fue más que un hombre elegido por el Dios de Israel para la salvación de Su gente. Aunque ellos supieron que iba a ser el Hijo de Dios, lleno con Su séptuplo espíritu (Is 11.1-3). Esta necesidad no significaba ni podía significar, para los monoteístas de Israel, que Él era Dios.
En el Nuevo Testamento, la revelación de la divinidad de Cristo fue gradual, discreta, y principalmente indirecta. Uno nunca se encuentra con una afirmación tan contundente: Cristo es Dios. Tuvo que serlo si aquella fe iba a tener cabida entre los Judíos El propio testimonio de Cristo acerca de Él mismo fue explícito con respecto a Ser el Mesías y en continuidad con la expectativa del Antiguo Testamento, aunque rechazó un reino mesiánico temporal por uno espiritual mas alto. Con respecto a Su divinidad, Su testimonio fue más implícito que explícito, más indirecto que directo. Sus obras y milagros más que Sus palabras fueron para probar a los hombres que Él tenía poder divino, incluso en una forma diferente que otros, que hicieron milagros antes, tenían. Él quiso sugerir que tuvo el poder para perdonar pecados a la misma gente que pensaba que Dios exclusivamente perdona pecados (Mt 9.6).
En el Evangelio de San Juan, el testimonio de Cristo acerca de Su divinidad es más definitivo, pero aún aquí más indirecto que claro. Él nunca dice en muchas palabras, “Yo soy Dios”, pero dice que Él es uno con el Padre (Jn 10.30), un Hijo de Dios en un sentido único, en un sentido más que una frase mesiánica. (d. Jn 5.18; 16.25-28; 20.17). Él habla por Sí mismo de las prerrogativas de la naturaleza divina y confirma esta afirmación con hechos. Él tiene poder sobre el Sábado (Mc 2.28; 3.1-5), poder para dar vida (Jn 10.10), poder para juzgar (Jn 5.27). Todo poder se Le es dado en el cielo y en la tierra (Mt 28.18). Él afirma la preexistencia con Dios Padre desde el principio, antes que Él descendiera a la tierra (Jn 8.58). Él Afirma por Sí mismo la unidad en el ser y poder con el Padre y la mutua inmanencia con el Padre (Jn 14.10). En la religión de los hombres Él clama un lugar central, el mismo que el de Dios Padre; para creer en Él y permanecer en Él significa creer y habitar en Dios (d. Jn 15.7-8). De este modo en palabra y obra Jesús testificó que Él era el Hijo del Padre igual que Él en divinidad. Cuán escandaloso esto fue para los oídos de los Judíos es patente en su reacción. Ellos entendieron Su testimonio en la forma que Él quería y Lo acusaron de blasfemia. Tampoco los discípulos lo entendieron de otra forma, pero creyeron.
La Iglesia de los tiempos apostólicos compartió la fe de los testigos oculares de la vida de Cristo, muerte y Resurrección. Los mismos títulos de Yavé y Sus atributos fueron dados a Cristo, Señor de todo, y no solamente de Mesías (d. Jn 20.28; He 10.36). Las doxologías que fueron hechas para dirigirse a Dios solo fueron dirigidas también a Cristo (cf. Rom 16.27). San Pablo es un testigo de la fe en la preexistencia de Cristo como el eterno Hijo de Dios, participando en la naturaleza divina, aunque apareciendo entre los hombres en la forma de un esclavo (Fil 2.6). Si Él no Se llama Dios en ningún lado explícitamente (excepto quizás Rom 9.5), sino únicamente Señor y Salvador, fue porque en su parecer Dios era sinónimo de Padre. Más definitiva es la intención de San Juan de enseñar que Cristo Jesús es la Palabra encarnada, verdadero Dios, hecho carne para habitar entre nosotros (Jn 1.1, 14): Juan e explícito acerca de la Encarnación y la divinidad de Cristo. Esta fe de la Iglesia es explícitamente referida al testimonio de Cristo en palabra y en hecho – Su vida, muerte, y Resurrección.
Cuando la Iglesia más tarde expresó su fe en Cristo, heredada de ‘los Apóstoles’, dijo en su Credo. “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos ... de la misma naturaleza del Padre ... que por nosotros los hombre y por nuestra salvación ...por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre” (H. Denzinger, Enchiridion symbolorum 150). No puede decirse de manera más explícita que Jesucristo es verdaderamente Dios, Hijo de Dios hecho hombre para la salvación de los hombres.
Fue la tarea de los Padres de la Iglesia y de los primeros concilios formular el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en términos precisos y técnicos, el misterio de la ENCARNACIÓN y de la UNIÓN HIPOSTÁTICA.
La misión de Cristo y la salvación de los hombres
El Hijo de Dios llegó a ser hombre de modo que los hijos de los hombres llegaran a ser hijos de Dios (cf. San. Agustín, Epist. 140.3.9; Patrologia Latina 33:541). La Palabra se hizo carne para que el hombre pueda ser deificado (San. Atanasio, Inc. 54). Estas palabras expresan la misión de Cristo. Él vino para la salvación y divinización de los hombres. Pero a no ser que Él fuera verdaderamente Dios, la razón del Padre, Él no podría divinizar a los hombres, ni éstos llegarían a ser en Cristo hijos adoptivos de Dios si Él no fuera el verdadero Hijo de Dios [cf. San. Atanasio, Adv. arian. 3.24; ver E. Mersch, “Filii in Filio,” Nouvelle revue théologique 65 (1938) 551-582, 681-702, 809-830].
Cristo no pudo ser el Salvador de los hombres y el agente de su divinización a no ser que Él fuera la nueva cabeza de la raza, el segundo Adán, cabeza del Cuerpo Místico, en la cual la membresía es a través de la gracia. Él no podría ser esto si Él fuera sólo un hombre. Solo un Dios-Hombre, Santo Tomás discurre, podría rehacer la naturaleza caída (cf. Compo theol. 200) o tomar ante Él mismo toda la raza humana para hacerla Su Cuerpo (cf; Summa theologiae 3ª, 7) y la nueva gente de Dios. Por tanto la divinidad de Cristo es el fundamento ontológico de Su misión tanto como Salvador de los hombres como de su salvación y deificación como hijos adoptivos de Dios.
La fe en la divinidad de Cristo, entonces, es la piedra angular de la fe Cristiana. Sin duda el misterio de que Jesús hombre es verdaderamente Dios desconcierta al entendimiento de uno. Pero, con la doctrina de la Iglesia sobre esto, la fe y el trabajo de sus doctores buscando algún entendimiento de esa fe, uno llega a comprender el misterio. La doctrina en Cristo, o Cristología, explica como la Persona Divina del Hijo de Dios subsiste en dos naturalezas, divina y humana, ambas inalterables y no disminuidas en la unión hipostática. Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Y la doctrina de la Iglesia sobre la salvación de los hombres en Cristo, o soteriología, muestra que sólo uno de la raza humana quien es verdaderamente Dios pudo, por reparación inmanente, salvar a los hombres de la Caída y de sus consecuencias y divinizarlos tanto como para hacerlos hijos de Dios mediante la adopción regeneradora. La fe de los hombres en la divinidad de Cristo, por tanto, se postula por su fe en la historia de su salvación a través de Él. De este modo, para aquellos que creen en Cristo, la teología de Cristo Nuestro Salvador muestra que el misterio de Su divinidad, por toda su exaltada trascendencia, en el contexto de la fe Cristiana es lógico.
María Magdalena
La relación de Jesús con María Magdalena ha llegado a ser un tópico común cuando se discute si Jesús no fue casado. Algunos de los escritos gnósticos han sido usados para apoyar la afirmación de que María fue la esposa de Cristo. Además, algunos han afirmado que Jesús tenía la intención de que ella encabezara su Iglesia. La evidencia para estas afirmaciones supuestamente reside en unos cuantos pasajes de los escritos gnósticos que muestran una proximidad entre Jesús y María y describen algo de hostilidad hacia ella por parte de San Pedro y San Andrés. Pero estos pasajes, de hecho, no afirman si María y Jesús estuvieron casados o si él tenía la intención de que ella encabezara su Iglesia.
En el Nuevo Testamento, María Magdalena es una prominente discípula de Cristo. Ella es una de las mujeres descritas que acompañaron a Jesús en su misión terrenal después que él expulsara siete demonios de ella (Mc 16:9, Lc 8:1-3). Por muchos siglos se pensó que ella era la mujer no identificada que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y los secó con sus cabellos (Lc 7:36-50). Aunque esta asociación no se hace más, nunca fue un intento para disminuir el recuerdo de María, puesto que el arrepentimiento es el primer paso para cualquier discípulo de Jesús, quien comenzó su ministerio proclamando, “El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntase, y crean en el evangelio” (Mc 1:15).
Todos los cuatros evangelios mencionan a María Magdalena como la que estuvo en el Calvario cuando Jesús fue crucificado y la que estuvo presente en su tumba para ser una de los primeros en escuchar sobre su Resurrección. En el Evangelio de San Juan, ella es mostrada como la primera persona en encontrar al Señor Resucitado.
Sin embargo, las afirmaciones hechas acerca de ella en base a los textos gnósticos no pueden ser tomadas seriamente. Primero, los escritos gnósticos son históricamente más distantes del tiempo de los apóstoles y escritos considerablemente después de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento. Segundo, la prominencia de María como un discípulo y su proximidad a Jesús es confirmada por los evangelios, no evadida por ellos. Al mismo tiempo, en ningún punto ofrecen sustento a esas aseveraciones infundadas de que Jesús y María estuvieron casados. Jesús también muestra que tiene una proximidad espiritual con varios seguidores: Pedro especialmente; Pedro, Santiago, y Juan juntos; “los discípulos queridos” en el evangelio de San Juan; y Lázaro y sus hermanas Marta y María. Por último el Nuevo Testamento no oculta tensiones entre los apóstoles, especialmente, en un punto, entre Pedro y Pablo. No es probable que se ocultara evidencia de otros conflictos, tales como el alegado entre María y Pedro, si existió.
La Santa Trinidad es un concepto bíblico que enseña que hay un solo Dios verdadero. A la vez aclara que ese único Dios verdadero existe eternamente en tres distintas personas:
Padre = Dios
Hijo = Palabra de Dios
Espíritu Santo = Espíritu de Dios
La tri-unidad de Dios: Padre, Hijo, Espíritu Santo
No podemos comprender la naturaleza de Dios completamente, pero esta ilustración nos puede ayudar a entender como tres pueden ser uno... y a la vez cada uno de los tres puede ser diferente.
Fuente: Nueva Enciclopedia Católica
El significado de la Fe
Cuando la Iglesia Católica confiesa que Jesucristo es Dios, afirma un misterio que va más allá de la comprensión del hombre, pero que conoce definitivamente a lo que se refiere y a lo que no. Cristo es verdaderamente Dios: Él no es una criatura divinizada o celestial, como dicen los gnósticos; o el primero y más grandes de las criaturas de Dios, Palabra de Dios, como Arrio sostuvo, o un Dios subordinado al Padre, como los semi-arrianos dijeron. Él no es un hombre adoptado como hijo de Dios, no importa cuan único y excelente los adopcionistas quisieron que su adopción fuera. Él no es un mero hombre, ministro de salvación de Dios, como los seguidores del Socinianismo y Unitarismo se vieron obligados a decir. Tampoco es el Jesús de la historia diferente del Cristo de la fe, un hombre hecho Dios por un proceso de APOTEOSIS, como los Modernistas y liberales una vez dijeron y los desmitologizadores del Nuevo Testamento dicen hoy. La Iglesia repudia todos estos intentos de eludir el misterio, como también se descarta el parecer de los antiguos modalistas, quienes, malinterpretando la Trinidad, creyeron que Cristo no es únicamente consubstancial sino también idéntico al Padre.
La Iglesia cree que Jesucristo es verdadero Dios, Hijo de Dios hecho hombre, la Segunda Persona de la Trinidad, quien tomó una naturaleza humana y por tanto existe no solo en la naturaleza divina sino también en la humana: una Persona divina en dos naturalezas. El hombre quien en Su vida terrena fue conocido como Jesús de Nazaret no fue una persona humana hecha una, como Nestorio dijo, en una única forma de unidad moral, con la Persona del Hijo de Dios. Él fue Dios, Hijo del Padre, hecho hombre para la salvación de los hombres.
La razón y la historia son incapaces de probar el misterio como un hecho. Los testigos presenciales de la vida de Cristo vieron el hombre en Jesús pero no vieron a Dios; vieron solo signos, los milagros, y basándose en ellos creyeron en el poder divino que Él profesaba. La evidencia histórica de la vida de Cristo, muerte, y Resurrección puede hacer Su divinidad razonablemente aceptable o creíble; no puede probarse con rigor lógico. Para aceptar la divinidad de Cristo se requiere un libre asentimiento de fe asistido por la luz de la gracia y justificada antes que la razón por garantías de su verdad. Solo así puede uno entrar en el misterio de la divinidad de Cristo. Ningún maravilloso racionalismo lo puede contradecir o esforzarse por explicar “racionalmente” los hechos de la vida de Cristo y de la historia de la Cristiandad.
Crecimiento de la fe
El punto de partida de la fe es la Escritura, el mensaje de Dios para la salvación de los hombres. Se puede dudar si los escritores del Antiguo Testamento se imaginaron que el Mesías, el Salvador de los hombres, fue más que un hombre elegido por el Dios de Israel para la salvación de Su gente. Aunque ellos supieron que iba a ser el Hijo de Dios, lleno con Su séptuplo espíritu (Is 11.1-3). Esta necesidad no significaba ni podía significar, para los monoteístas de Israel, que Él era Dios.
En el Nuevo Testamento, la revelación de la divinidad de Cristo fue gradual, discreta, y principalmente indirecta. Uno nunca se encuentra con una afirmación tan contundente: Cristo es Dios. Tuvo que serlo si aquella fe iba a tener cabida entre los Judíos El propio testimonio de Cristo acerca de Él mismo fue explícito con respecto a Ser el Mesías y en continuidad con la expectativa del Antiguo Testamento, aunque rechazó un reino mesiánico temporal por uno espiritual mas alto. Con respecto a Su divinidad, Su testimonio fue más implícito que explícito, más indirecto que directo. Sus obras y milagros más que Sus palabras fueron para probar a los hombres que Él tenía poder divino, incluso en una forma diferente que otros, que hicieron milagros antes, tenían. Él quiso sugerir que tuvo el poder para perdonar pecados a la misma gente que pensaba que Dios exclusivamente perdona pecados (Mt 9.6).
En el Evangelio de San Juan, el testimonio de Cristo acerca de Su divinidad es más definitivo, pero aún aquí más indirecto que claro. Él nunca dice en muchas palabras, “Yo soy Dios”, pero dice que Él es uno con el Padre (Jn 10.30), un Hijo de Dios en un sentido único, en un sentido más que una frase mesiánica. (d. Jn 5.18; 16.25-28; 20.17). Él habla por Sí mismo de las prerrogativas de la naturaleza divina y confirma esta afirmación con hechos. Él tiene poder sobre el Sábado (Mc 2.28; 3.1-5), poder para dar vida (Jn 10.10), poder para juzgar (Jn 5.27). Todo poder se Le es dado en el cielo y en la tierra (Mt 28.18). Él afirma la preexistencia con Dios Padre desde el principio, antes que Él descendiera a la tierra (Jn 8.58). Él Afirma por Sí mismo la unidad en el ser y poder con el Padre y la mutua inmanencia con el Padre (Jn 14.10). En la religión de los hombres Él clama un lugar central, el mismo que el de Dios Padre; para creer en Él y permanecer en Él significa creer y habitar en Dios (d. Jn 15.7-8). De este modo en palabra y obra Jesús testificó que Él era el Hijo del Padre igual que Él en divinidad. Cuán escandaloso esto fue para los oídos de los Judíos es patente en su reacción. Ellos entendieron Su testimonio en la forma que Él quería y Lo acusaron de blasfemia. Tampoco los discípulos lo entendieron de otra forma, pero creyeron.
La Iglesia de los tiempos apostólicos compartió la fe de los testigos oculares de la vida de Cristo, muerte y Resurrección. Los mismos títulos de Yavé y Sus atributos fueron dados a Cristo, Señor de todo, y no solamente de Mesías (d. Jn 20.28; He 10.36). Las doxologías que fueron hechas para dirigirse a Dios solo fueron dirigidas también a Cristo (cf. Rom 16.27). San Pablo es un testigo de la fe en la preexistencia de Cristo como el eterno Hijo de Dios, participando en la naturaleza divina, aunque apareciendo entre los hombres en la forma de un esclavo (Fil 2.6). Si Él no Se llama Dios en ningún lado explícitamente (excepto quizás Rom 9.5), sino únicamente Señor y Salvador, fue porque en su parecer Dios era sinónimo de Padre. Más definitiva es la intención de San Juan de enseñar que Cristo Jesús es la Palabra encarnada, verdadero Dios, hecho carne para habitar entre nosotros (Jn 1.1, 14): Juan e explícito acerca de la Encarnación y la divinidad de Cristo. Esta fe de la Iglesia es explícitamente referida al testimonio de Cristo en palabra y en hecho – Su vida, muerte, y Resurrección.
Cuando la Iglesia más tarde expresó su fe en Cristo, heredada de ‘los Apóstoles’, dijo en su Credo. “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos ... de la misma naturaleza del Padre ... que por nosotros los hombre y por nuestra salvación ...por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre” (H. Denzinger, Enchiridion symbolorum 150). No puede decirse de manera más explícita que Jesucristo es verdaderamente Dios, Hijo de Dios hecho hombre para la salvación de los hombres.
Fue la tarea de los Padres de la Iglesia y de los primeros concilios formular el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en términos precisos y técnicos, el misterio de la ENCARNACIÓN y de la UNIÓN HIPOSTÁTICA.
La misión de Cristo y la salvación de los hombres
El Hijo de Dios llegó a ser hombre de modo que los hijos de los hombres llegaran a ser hijos de Dios (cf. San. Agustín, Epist. 140.3.9; Patrologia Latina 33:541). La Palabra se hizo carne para que el hombre pueda ser deificado (San. Atanasio, Inc. 54). Estas palabras expresan la misión de Cristo. Él vino para la salvación y divinización de los hombres. Pero a no ser que Él fuera verdaderamente Dios, la razón del Padre, Él no podría divinizar a los hombres, ni éstos llegarían a ser en Cristo hijos adoptivos de Dios si Él no fuera el verdadero Hijo de Dios [cf. San. Atanasio, Adv. arian. 3.24; ver E. Mersch, “Filii in Filio,” Nouvelle revue théologique 65 (1938) 551-582, 681-702, 809-830].
Cristo no pudo ser el Salvador de los hombres y el agente de su divinización a no ser que Él fuera la nueva cabeza de la raza, el segundo Adán, cabeza del Cuerpo Místico, en la cual la membresía es a través de la gracia. Él no podría ser esto si Él fuera sólo un hombre. Solo un Dios-Hombre, Santo Tomás discurre, podría rehacer la naturaleza caída (cf. Compo theol. 200) o tomar ante Él mismo toda la raza humana para hacerla Su Cuerpo (cf; Summa theologiae 3ª, 7) y la nueva gente de Dios. Por tanto la divinidad de Cristo es el fundamento ontológico de Su misión tanto como Salvador de los hombres como de su salvación y deificación como hijos adoptivos de Dios.
La fe en la divinidad de Cristo, entonces, es la piedra angular de la fe Cristiana. Sin duda el misterio de que Jesús hombre es verdaderamente Dios desconcierta al entendimiento de uno. Pero, con la doctrina de la Iglesia sobre esto, la fe y el trabajo de sus doctores buscando algún entendimiento de esa fe, uno llega a comprender el misterio. La doctrina en Cristo, o Cristología, explica como la Persona Divina del Hijo de Dios subsiste en dos naturalezas, divina y humana, ambas inalterables y no disminuidas en la unión hipostática. Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Y la doctrina de la Iglesia sobre la salvación de los hombres en Cristo, o soteriología, muestra que sólo uno de la raza humana quien es verdaderamente Dios pudo, por reparación inmanente, salvar a los hombres de la Caída y de sus consecuencias y divinizarlos tanto como para hacerlos hijos de Dios mediante la adopción regeneradora. La fe de los hombres en la divinidad de Cristo, por tanto, se postula por su fe en la historia de su salvación a través de Él. De este modo, para aquellos que creen en Cristo, la teología de Cristo Nuestro Salvador muestra que el misterio de Su divinidad, por toda su exaltada trascendencia, en el contexto de la fe Cristiana es lógico.
María Magdalena
La relación de Jesús con María Magdalena ha llegado a ser un tópico común cuando se discute si Jesús no fue casado. Algunos de los escritos gnósticos han sido usados para apoyar la afirmación de que María fue la esposa de Cristo. Además, algunos han afirmado que Jesús tenía la intención de que ella encabezara su Iglesia. La evidencia para estas afirmaciones supuestamente reside en unos cuantos pasajes de los escritos gnósticos que muestran una proximidad entre Jesús y María y describen algo de hostilidad hacia ella por parte de San Pedro y San Andrés. Pero estos pasajes, de hecho, no afirman si María y Jesús estuvieron casados o si él tenía la intención de que ella encabezara su Iglesia.
En el Nuevo Testamento, María Magdalena es una prominente discípula de Cristo. Ella es una de las mujeres descritas que acompañaron a Jesús en su misión terrenal después que él expulsara siete demonios de ella (Mc 16:9, Lc 8:1-3). Por muchos siglos se pensó que ella era la mujer no identificada que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y los secó con sus cabellos (Lc 7:36-50). Aunque esta asociación no se hace más, nunca fue un intento para disminuir el recuerdo de María, puesto que el arrepentimiento es el primer paso para cualquier discípulo de Jesús, quien comenzó su ministerio proclamando, “El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntase, y crean en el evangelio” (Mc 1:15).
Todos los cuatros evangelios mencionan a María Magdalena como la que estuvo en el Calvario cuando Jesús fue crucificado y la que estuvo presente en su tumba para ser una de los primeros en escuchar sobre su Resurrección. En el Evangelio de San Juan, ella es mostrada como la primera persona en encontrar al Señor Resucitado.
Sin embargo, las afirmaciones hechas acerca de ella en base a los textos gnósticos no pueden ser tomadas seriamente. Primero, los escritos gnósticos son históricamente más distantes del tiempo de los apóstoles y escritos considerablemente después de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento. Segundo, la prominencia de María como un discípulo y su proximidad a Jesús es confirmada por los evangelios, no evadida por ellos. Al mismo tiempo, en ningún punto ofrecen sustento a esas aseveraciones infundadas de que Jesús y María estuvieron casados. Jesús también muestra que tiene una proximidad espiritual con varios seguidores: Pedro especialmente; Pedro, Santiago, y Juan juntos; “los discípulos queridos” en el evangelio de San Juan; y Lázaro y sus hermanas Marta y María. Por último el Nuevo Testamento no oculta tensiones entre los apóstoles, especialmente, en un punto, entre Pedro y Pablo. No es probable que se ocultara evidencia de otros conflictos, tales como el alegado entre María y Pedro, si existió.
La Santa Trinidad es un concepto bíblico que enseña que hay un solo Dios verdadero. A la vez aclara que ese único Dios verdadero existe eternamente en tres distintas personas:
Padre = Dios
Hijo = Palabra de Dios
Espíritu Santo = Espíritu de Dios
La tri-unidad de Dios: Padre, Hijo, Espíritu Santo
No podemos comprender la naturaleza de Dios completamente, pero esta ilustración nos puede ayudar a entender como tres pueden ser uno... y a la vez cada uno de los tres puede ser diferente.
Fuente: Nueva Enciclopedia Católica
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