En el nombre del Padre
A 34 años de la muerte de Salvador Allende y seis de los ataques en EE. UU., les envío las columnas que publiqué en Nuestro Diario con motivo de este último acontecimiento, y que unas semanas después me ganaron la visita a domicilio de un militar guatemalteco, quien llegó como emisario del Imperio a pedirme explicaciones y, de paso, dejar caer un par amenazas si no "cambiaba el tono"...
Como he visto que en este foro se permite compartir experiencias pasadas, y en algún momento me invitó Oscar Asturias a compartir algo de mi cosecha, aquí va. No es narrativa ni poesía, sino artículos periodísticos; sorry...
Lo pueden leer cuando no tengan nada mejor que hacer...
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En el nombre del Padre
María Cristina Arias
ulises2@intelnett.com
Las apocalípticas imágenes de destrucción que dejaron los ataques perpetrados por terroristas suicidas en Nueva York y Washington han conmocionado al mundo entero. La tragedia superó cualquier desastre imaginado por las mentes más fértiles, incluso los utilizados como trama en decenas de películas producidas en Estados Unidos, como “Ataque a Nueva York”, “El día después” y tantas otras, cuyo carácter de ficción, paradójicamente, parece haberse desvanecido frente a esta hecatombe. Sin embargo, no es la primera vez que ocurre una catástrofe de tales proporciones. La diferencia es que en este caso, además de reales, tuvieron como escenario a un país que ha promovido todas sus guerras en otras naciones.
Corea y Vietnam, así como Europa, han sido campos de batalla para Estados Unidos, con similar calvario para quienes fueron devastados por sus fuerzas militares. Al parecer, ahora nadie tiene la intención de comparar la calamidad de que fue víctima la Gran Manzana, como se conoce a la isla de Manhattan, ubicada en el corazón de Nueva York, donde murieron miles de civiles, con la protagonizada por el Ejército estadounidense en Hiroshima y Nagasaki en 1945, donde no un sector, sino dos ciudades enteras, con sus habitantes, también civiles, fueron aniquiladas por sendas bombas atómicas.
En esta ocasión, el espanto se puso de manifiesto en su propio territorio, y por eso el pueblo de Estados Unidos ha tomado conciencia de su vulnerabilidad y de los alcances de las acciones bélicas. Un país acostumbrado a proclamar héroes a los que actúan y descalificar a los que piensan, no estaba preparado, sin duda, para sufrir las desproporciones de ese tipo de violencia en sus propias entrañas. Hasta este momento, las víctimas no sólo eran personas anónimas o desconocidas, sino que también habían servido de vehículo para que Estados Unidos obtuviera la victoria, todo ello en nombre de la Democracia. No contaban con que uno de sus tantos adversarios podía cometer los mismos horrores, sólo que esta vez, en el nombre del Padre. (Continuará).
En el nombre del Padre (II)
María Cristina Arias
Las guerras religiosas –o al menos su ánimo justificador- no son novedad. La conquista española en América blandió como estandarte “visible” la cristianización. Eso les dio a los invasores un motivo “benévolo” para esclavizar a los primigenios habitantes de este continente, y a la vez disfrazar sus ansias de dominación, en el nombre del Padre. Dicha causa había sido enarbolada con dudosa eficacia en las Cruzadas, cuyas huestes pretendían recuperar el Santo Sepulcro, en manos de los “infieles”. Con similar pretexto, España expulsó a judíos y árabes de su territorio, sin tomarse la molestia de agradecerles el enorme caudal que éstos heredaron a su cultura y desarrollo.
Siglos antes, la idea de Guerra Santa había permitido al profeta Mahoma la unificación de los pueblos árabes bajo la égida del Islam, y ello fue una razón de peso para que la Iglesia Católica promoviera la conversión de los reyes bárbaros, con el fin de consolidar su poder en Europa. En realidad, estas contiendas no han sido precisamente religiosas, aunque sí el pretexto, porque han estado más identificadas con la lucha entre los pueblos que ostentan el poder económico y político, y aquellos que son oprimidos. Así como tampoco el conflicto de Irlanda del Norte se reduce a una pugna entre católicos y protestantes, sino a la ausencia de los primeros en la toma de decisiones que afectan a su comunidad.
En el territorio que actualmente ocupa Estados Unidos los ingleses no fueron tan sutiles y aniquilaron a los indígenas -con la misma saña con que exterminaron a los bisontes-, cuyos escasos descendientes fueron confinados a “ghetos”, que eufemísticamente llaman “reservaciones”. En su mayoría, los ingleses que invadieron América del Norte también buscaban un espacio donde desenvolverse a gusto, luego de la escisión provocada por Martín Lutero, quien se separó de la Iglesia Católica y fundó su propia corriente cristiana protestante. Si bien prefirieron denominarse “colonizadores”, no vacilaron en comprar esclavos africanos para llevar a cabo las tareas más inhumanas, que los indígenas masacrados ya no podían efectuar. (Continuará).
En el nombre del Padre (III)
María Cristina Arias
Estados Unidos, adalid de la Libertad y la Democracia, y defensor a conveniencia de los Derechos Humanos, cimentó su imperio en la matanza sistemática de los indígenas que poblaban su actual territorio, y en la esclavitud, de la cual fueron víctimas, en sus comienzos, los africanos, y desde principios del siglo pasado, las naciones latinoamericanas. Aun así, el nombre del Padre fue –y permanece- invocado en su Constitución, y todavía se puede leer en su moneda nacional. Al calor de esa emblemática consigna, el país del Norte instauró la expoliación de recursos naturales de América Latina, con el único fin de acrecentar su riqueza, donde, a través de la corrupción de sus serviles aliados, instaló y sostuvo regímenes despóticos.
Asimismo, utilizó durante casi cuatro décadas esta parte del continente para medir fuerzas con su adversario de turno, la extinta Unión Soviética, lo cual llevó a una guerra fratricida entre terceros, de la que oportunamente se desligó. No deja de resultar curioso que para todo ello Estados Unidos se autoproclamó –no podía ser de otra manera- la imagen del Bien, que fomentaba esas luchas para extirpar el Mal, entonces entendido como “la amenaza comunista”. Cuando ese enfoque dejó de ser productivo, y el conflicto comenzó a dar más pérdidas que ganancias, se lanzó sin dudarlo a la defensa de los Derechos Humanos, y suplió a los tiranos con gobiernos “democráticos”.
Mientras promovía libertades ajenas, en la segunda mitad del siglo XX el imperio aún se debatía en la disyuntiva de reconocer los derechos civiles de los afroamericanos o mantenerlos a raya. Su acendrado racismo tuvo que ser atenuado con leyes propicias, y evitó un levantamiento social que, de haberse fortalecido, habría implicado consecuencias insospechadas para su “Democracia”. Gracias a ello, Estados Unidos obtuvo con esos eternos desplazados “carne de cañón” para enviar a la vergonzosa guerra de Corea y, más adelante, a la de Vietnam. Una vez fueron cayendo en desuso estas variadas etapas de “salvación”, el tema se trasladó al narcotráfico, que permitiría perpetuar su injerencia en los asuntos latinoamericanos. (Continuará).
En el nombre del Padre (y IV)
María Cristina Arias
La Guerra contra el Terrorismo, declarada por Estados Unidos, es una respuesta tardía a un problema que ha afectado durante décadas al mundo entero. Sin embargo, la toma de conciencia surge ahora, porque se perpetró en su territorio. La aeronave de Cubana de Aviación que explotó en pleno vuelo en 1976, con saldo de sus 73 ocupantes muertos, fue obra de Luis Posada Carriles, reconocido anticastrista, apoyado por la Fundación Nacional Cubano-Americana, con sede en Miami. Entre sus múltiples intentos, este terrorista trató de eliminar a Fidel Castro en noviembre del año pasado en Panamá, cuando el presidente cubano viajó a ese país con motivo de la X Cumbre Iberoamericana.
Como consecuencia de este último hecho, Posada Carriles está detenido desde entonces en Panamá, y los trámites para su extradición continúan en el limbo. ¿Qué habría pasado si Castro hubiese decidido atacar Panamá, para “cazar” al enemigo de la Revolución, “vivo o muerto”? No obstante, EE.UU. se arrogó este derecho el 19 de diciembre de 1989, cuando invadió ese país del Istmo, bajo el pretexto de “liberarlo” de la tiranía de Manuel Antonio Noriega, y no dudó en arrasar barrios completos, como El Chorrillo y San Miguelito, y Colón. Si bien el número de civiles muertos en estos ataques nunca fue dado a conocer oficialmente, se calcula las pérdidas humanas en millares. Se afirma que sólo en El Chorrillo sucumbieron 10 mil personas.
Estos cadáveres fueron arrojados a fosas comunes; poco después, ante las presiones de una comisión integrada para el efecto, algunos fueron exhumados y entregados a sus familiares, aunque la dimensión del aniquilamiento fue convenientemente desestimada por la comunidad internacional, que no juzgó oportuno señalar a EE. UU. de una masacre de tal naturaleza. Esta, como otras atrocidades cometidas por el imperio en el nombre del Padre (“Dios bendiga a los Estados Unidos de América”), quedó en el olvido, pues no causa el mismo impacto ante la mirada del mundo la destrucción de barriadas pobres de Panamá –que nadie se atrevió a calificar de ataque terrorista, pese a que también fue indiscriminado y en contra de civiles- que la observada en el Centro Mundial del Comercio en Nueva York.
APRENDIZ DE BRUJO
María Cristina Arias
Gilles Bertin, corresponsal de la AFP en Pakistán y Afganistán de 1987 a 1989, hace un interesante recuento histórico sobre la presencia de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) en los países mencionados: “Para quebrar a los soviéticos y vengarse de su derrota en Vietnam, EE. UU. apoyó fuertemente –durante 10 años- a los más fundamentalistas mujaidines y a la legión árabe, de la cual Osama bin Laden era uno de los pilares. La CIA y el ISI (Servicio Secreto paquistaní) proporcionaban el 80 por ciento de su ayuda en armas, material y dinero a los jefes mujaidines más radicales, como el Hezb-islami, de Gulbuddin Hekmatyar; a Rasul Sayyaf y a los miles de combatientes árabes financiados también por Arabia Saudita.
“Los servicios secretos del general Hamid Gul, cercano a los islamistas radicales, habían obtenido de la CIA el derecho de repartir las armas, los materiales y cohetes tierra-aire Stinger, de fabricación estadounidense. A menudo criticados por los especialistas europeos, quienes los acusaban de jugar a aprendiz de brujo y de fabricar una bomba de tiempo, los miembros de la CIA, basados en Islamabad y Peshawar (Pakistán), decían que el reparto se hacía en función de las pruebas aportadas por los mujaidines, por medio de videos, pero no ocultaban el deseo de tomar la revancha por la guerra de Vietnam, y estimaban poder recuperar el material más peligroso después de la caída de Kabul (Afganistán).
“Con esta óptica, fueron apartados deliberadamente de la mayor parte del abastecimiento en armas los mujaidines moderados de Ahmed Shah Massud (del Jamiat-i-islami), los grupos nacionalistas más bien pro occidentales y los monarquistas de Gailani. El comandante Massud, especialmente mal visto por la CIA y el ISI, no iba prácticamente nunca a Islamabad o Peshawar (Pakistán) para el reparto de armas, como hacían los otros jefes de guerra o dirigentes de los partidos políticos mujaidines. A comienzos de los años 80, la legión árabe, formada por sauditas, argelinos, tunecinos, marroquíes, egipcios, yemenitas, somalíes y algunos escasos musulmanes estadounidenses, cooperaban muy poco en el terreno con la mayor parte de los grupos mujaidines”. (Continuará).
APRENDIZ DE BRUJO (II)
María Cristina Arias
Prosigue Gilles Bertin, corresponsal de la agencia de noticias AFP, en su recuento del apoyo de la CIA a Osama bin Laden: “Ocurría a veces, como durante los violentos asaltos para la toma de la ciudad de Jalalabad (noreste de Afganistán), que los comandantes mujaidines se retiraban del frente cuando llegaban los combatientes árabes, lo que provocaba el fracaso del ataque. Esos jóvenes militantes islámicos, muy motivados, se beneficiaban de un apoyo sin fallas de la CIA, el ISI (Servicio Secreto paquistaní), Arabia Saudita y los Hermanos Musulmanes. Las ONG (organizaciones no gubernamentales) basadas en Peshawar (noreste de Pakistán) y la Cruz Roja Internacional debieron hacer frente a la agresividad de esos combatientes, mientras que, en Afganistán, los mujaidines tenían a menudo que proteger a periodistas occidentales considerados como infieles, enemigos del Islam.
“Los mujaidines fundamentalistas y los voluntarios de los países árabes, en su mayoría wahabitas (sauditas) jamás ocultaron su hostilidad hacia los occidentales. La CIA pudo recuperar, después de la partida de las tropas soviéticas en 1989, una gran parte de los misiles Stinger, comprándolos para que no cayeran en manos de grupos terroristas islámicos. Bajo el impulso del ISI, la legión árabe fue puesta en actividad restringida, después de la llegada al poder en Kabul de los mujaidines, y se unió rápidamente a los talibán, preparados por los paquistaníes, hasta constituir hoy ocho o 10 mil hombres, la punta de lanza del mulah Omar (líder espiritual de los talibán)”.
En esta breve reseña, Gilles alude al carácter voluble de EE. UU., a través de la CIA, que hasta hace poco menos de una década, cuando se trataba de combatir a la ahora desarticulada Unión Soviética, no vaciló en utilizar los medios que tenía a su alcance para respaldar a Osama bin Laden, a quien ahora califica de “enemigo número uno”. Asimismo, recuerda la postura de Arabia Saudita y Pakistán, que en aquel momento apoyaron a los fundamentalistas mujaidines, a quienes ahora pretenden combatir gracias a una frágil y riesgosa luna de miel junto al Ejército estadounidense, lo cual puede tener giros insospechados.
El arco iris del odio
María Cristina Arias
En su momento, los buenos y los malos han sido colocados en un bando u otro, y así se han alternado, caprichosamente, aliados y enemigos en el juego sociopolítico de Estados Unidos. Hollywood fue de gran ayuda para lograr este propósito. Las películas de vaqueros que nos mostraban a despiadados pieles rojas arrancando cuanta cabellera rubia tenían a su alcance –es preciso destacar que estos papeles los hacían mexicanos, a falta de “producto nacional”, casi extinguido- perdieron su auge, cuando los malos cambiaron al color amarillo. A partir de ahí, chinos, japoneses, coreanos y vietnamitas tomaron la bandera de la crueldad.
La Guerra Fría también fue un tema recurrente en el cine, que recobró una intensa tonalidad roja en las cintas de espionaje, decididas a culpar de todos los males de la humanidad a la implacable Unión Soviética, con los rusos a la cabeza, que más tarde se extendió a las películas de extraterrestres, identificados como los invasores monstruosos que pretendían destruir a la civilización occidental. En el marco de esta oscilante visión de la realidad, el arco iris del odio -estigmatizado por el racismo- se oscureció oportunamente, y transitaron por la pantalla los sicilianos mafiosos y los afroamericanos pandilleros, quienes fueron desplazados más adelante por los latinos narcotraficantes.
Sin embargo, a la hora de elegir autoridades, los candidatos se ocuparon de captar los votos de estos desplazados, y elogiar los valores familiares de los italianos, el espíritu de sacrificio de los negros y la laboriosidad de los latinoamericanos. De igual manera, a partir del 11 de septiembre, el prisma de la intolerancia se ha enfocado en la piel cetrina del pueblo árabe. Según la última moda en odios, cualquiera que use turbante o tenga la piel aceitunada es un terrorista en potencia.
A tanto ha llegado la pérdida de la cordura, que un ciudadano de la India, perteneciente a la religión sik, fue acribillado a balazos por un enardecido estadounidense sólo por llevar barba y tener la cabeza cubierta. Habrá que esperar un tiempo, cuando el enemigo tome otra apariencia, y entonces nos enseñarán a ver a los musulmanes como la imagen del bien.
MUNDO CURIOSO
María Cristina Arias
Al ternero de dos cabezas y la mujer barbuda, infaltables en las ferias de esperpentos, podrían sumarse los criterios esgrimidos por Estados Unidos en su convocatoria a la histeria general, con motivo de la Guerra contra el Terrorismo. Lo anterior no escapa a los escépticos, que han expresado sus dudas en distintas cadenas noticiosas de ese país. El conocido Larry King, cuyo programa de entrevistas es considerado uno de los más serios, preguntó a un invitado si no estimaba inconsecuente que EE. UU. bombardee un país, y luego le asegure a ese mismo país que se preocupa por su futuro.
Asimismo, en Choque de Opiniones, transmitido por CNN, un analista planteó que con la misma “buena voluntad” con la que EE. UU. adiestró, subvencionó y respaldó a Osama bin Laden, ahora había emprendido una guerra para eliminarlo. Se preguntó: “¿a qué monstruos va a alimentar ahora?”, porque había abierto las puertas a una guerra no convencional, que deja un margen muy amplio, de alcances riesgosos. A ello se agrega la solicitud de revisar una ley suprimida durante el mandato del presidente Ford, mediante la cual se permitía asesinar a líderes extranjeros, otro marco demasiado vasto.
Sin embargo, el circo de incongruencias también ha llegado a Guatemala. El titular de la Defensa, Eduardo Arévalo Lacs, anunció que un contingente de 30 kaibiles y paracaidistas se encuentra listo para viajar a EE. UU. o incluso a Afganistán, cuando el país del Norte lo solicite. La pregunta del millón es por qué miembros de esas dos fuerzas elites, entrenados para la lucha contrainsurgente, fueron elegidos para efectuar, según el ministro, tareas de paramédicos, ingenieros, y especialistas en computación y sanidad.
Tal vez la respuesta resida en la similitud de la solidaria campaña de “fusiles y frijoles”, proclamada por Efraín Ríos Montt durante su breve gobierno de facto, y los “misiles y alimentos” con los que EE. UU. pretende ganarse la voluntad de los afganos. La fraternal coincidencia podría extenderse a las 200 mil víctimas que dejó el conflicto armado en el país y los millares de civiles que sucumbirán en la Guerra contra el Terrorismo. Pero como dijo un coronel retirado estadounidense, de apellido Pino, en un ataque armado, “esos son daños colaterales”.
INVOCAN LICENCIA PARA ASESINAR
María Cristina Arias
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, siempre tan bien dispuesta a prestar sus servicios por el bien de la Humanidad, está en una encrucijada. No es fácil recabar información mediante métodos legales, con lo cual es obvio que no está familiarizada. Por ello, no pudo prever los pavorosos ataques a las Torres Gemelas, que dejaron saldo de más de cinco mil civiles muertos y desaparecidos.
Exhortada a no descuidar los recursos humanos en beneficio de la tecnología (como los satélites espía), los diferentes servicios secretos podrían gozar nuevamente del derecho de asesinar líderes extranjeros y reclutar agentes dobles –incluso con récord de violaciones de los Derechos Humanos-, dos restricciones que entraron en vigencia hace unos 25 años, y cuyo restablecimiento han invocado en los últimos días responsables del Congreso y el Ejecutivo de EE. UU.
En 1976, Gerald Ford prohibió por decreto presidencial los asesinatos políticos, tras las revelaciones sobre las infructuosas tentativas de eliminar al mandatario cubano Fidel Castro. Un cuarto de siglo después, y a causa de los ataques del 11 de septiembre, el senador republicano Richard Lugar y el demócrata Bob Graham recomiendan su reimplantación como medida de “autodefensa”. A su vez, el secretario de Estado, Colin Powell, no excluye ese cambio: “Examinamos todo; cómo trabaja la CIA, el FBI –seguridad federal-, si hay leyes que es necesario cambiar”.
El debate público comenzó. El diario conservador Washington Times apoya los asesinatos selectivos. Aduce que los ataques militares matan a más inocentes. Sin embargo, el New York Times advierte sobre “una precipitación que dañe los principios de la democracia estadounidense”. “La infiltración de las redes terroristas es indispensable, pero muy difícil”, estima Frank Cilluffo, especialista en crimen organizado e Inteligencia. Según él, los gobernantes estadounidenses deben también estar dispuestos a asumir los riesgos del fracaso. “Es necesario reclutar gente con sangre en las manos, para evitar que corra sangre de inocentes. Los terroristas no son boy scouts”, afirma. (Continuará).
INVOCAN LICENCIA PARA ASESINAR (II)
María Cristina Arias
El nombre de “Justicia infinita”, con el que Estados Unidos bautizó en un primer momento a la operación destinada a erradicar el terrorismo del planeta, tuvo que ser cambiado a “Justicia duradera”, porque hasta sus autoridades pueden advertir que ningún ejército, por muy patriota que sea, está dispuesto a perderse en el inextricable laberinto del tiempo. No obstante los recurrentes desaciertos de su política exterior, el imperio está decidido a incursionar en las arenas movedizas que le ofrecen sus flamantes aliados, como la otrora abominable Rusia, para darle vida a una red antiterrorista que abarque a toda aquella nación que no le simpatice.
Irak espera ser atacado, y para muestra, un botón. Hace pocos días, aviones “aliados” bombardearon la zona de exclusión de ese país con el fin de “evitar”, a su vez, ser agredidos. Por ello, pese a que negó su participación en la destrucción de las Torres Gemelas y el Pentágono, y el vicepresidente Dick Chenney admitió que no había pruebas de lo contrario, Irak tuvo el dudoso honor de haber sido blanco de la primera provocación. Por su parte, Washington no ha ocultado su determinación de ampliar sus objetivos. Desde hace años, EUA tiene una lista negra en la que ha incluido a todos los países que, en su opinión, patrocinan el terrorismo internacional.
Entre ellos figuran cinco del Medio Oriente: Siria, Sudán, Libia, Irán e Irak, además de Afganistán, Cuba y Corea del Norte. Según esta lista, Irak acoge en su territorio a grupos como el Frente Árabe de Liberación, Frente de Liberación de Palestina y la organización palestina de Abu Nidal, responsable de atentados en la década de 1980. En una situación igualmente comprometida aparece Siria, colocada entre la espada y la pared por su apoyo a los grupos de resistencia palestina contra la ocupación israelí. Se supone que ese Gobierno respalda al grupo chií libanés Hizbulá, que lideró la resistencia islámica contra la ocupación israelí en el sur del Líbano, y que ha prometido continuar la lucha, al considerar incompleta la retirada de Israel de la zona, en mayo de 2000. (Continuará).
INVOCAN LICENCIA PARA ASESINAR (y III)
María Cristina Arias
El secretario de Estado de EUA, Colin Powell, puntualizó que la represalia de su Gobierno no se limita a los ataques en Afganistán: “Cuando nos hayamos encargado de la red Al-Quaeda y de Osama bin Laden, ampliaremos esa campaña para ir tras otras organizaciones y formas de terrorismo en todo el mundo”. Entre los objetivos también se incluiría el Líbano, puesto que su Gobierno ha sido señalado de ocultar a integrantes del Hizbulá, el Movimiento para la Resistencia Islámica Hamas y la Yihad (Guerra Santa) de Palestina.
Asimismo, Sudán, donde EUA bombardeó en 1998 una fábrica de medicamentos situada en la ciudad de Jartum, en respuesta a los ataques en las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania, cuya destrucción dejó saldo de 224 muertos. A la tensa espera se suma Yemen, donde la acción de un comando suicida islámico causó la muerte de 17 marineros a bordo del destructor norteamericano Cole, el 12 de octubre del año pasado. En estos dos últimos casos, de acuerdo con informaciones de Inteligencia de EUA, está implicado Bin Laden.
A estos países y a los citados en mi columna anterior –Irak, Siria, Irán, Corea del Norte y Cuba-, que según EUA dan cobijo a organizaciones terroristas, se podría extender el marco de acción de la derogada licencia para asesinar a líderes extranjeros, si ésta es nuevamente puesta en vigencia. De la misma manera, cabe la posibilidad de que su infraestructura y población civil también sean diezmadas con una campaña bélica como la que en la actualidad asuela a Afganistán.
En medio de la hostilidad, la “misericordia” también ha sido invocada por el presidente George W. Bush, quien antes de partir hacia China destacó que EUA es un gobierno “compasivo”, que bombardea Afganistán, pero también deja caer alimentos para los “inocentes”. Tal vez quiso decir “sobrevivientes”, puesto que las imágenes que llegan por la televisión muestran a un pueblo afgano devastado, sin servicios esenciales como energía eléctrica y agua potable, casas de adobe pulverizadas con misiles y una desesperación que sólo es comparable a la de las víctimas del Holocausto, que Hitler exterminó para ofrecerle a Europa “un mundo mejor”.
EL EJERCICIO DEL CRITERIO
María Cristina Arias
Lo más parecido que tuve a una madre fue una mujer judía, quien pudo salir de Alemania poco antes de ser llevada a un campo de concentración y que, por azares del destino, llegó a Uruguay, donde la conocí. Me dio todo el apoyo y cariño que emanaba de su espíritu generoso, y a ella le debo los esquivos buenos momentos de mi niñez. No puedo evocarla sin que se me encoja el corazón. Curiosamente, el primer libro que me regaló fue “El hombre que calculaba”, de un árabe cuyo pseudónimo era Malba Tahan, que aún conservo. De sus enseñanzas, la más enriquecedora que recuerdo fue que siempre insistió en el ejercicio del criterio, incluso si para ello era preciso cuestionar las “verdades absolutas” que con frecuencia nos imponen.
Por esa razón, no se sintió traicionada cuando – todavía una niña- yo puse en duda la ocupación de Israel en territorios palestinos, porque el amor que me prodigó y que traté de retribuirle con toda mi alma trascendía nuestros desacuerdos. Ese mismo temple le permitió aceptar, sin ser militante, que uno de sus hijos participara en un movimiento político que fue perseguido con extrema crueldad en mi país de origen. Todo ello me vino a la memoria estos días, ante la polarización surgida por el despliegue bélico que Estados Unidos está llevando a cabo en Afganistán. En especial, cuando una vecina me comentó que si tenía que elegir entre George W. Bush y Osama bin Laden, se quedaba con el primero.
La elección parece fácil, si la polémica se limita a los últimos acontecimientos. Sin embargo, primero habría que definir qué es lo que nos mueve a la angustia: los cinco mil muertos y desaparecidos en las Torres Gemelas o las víctimas inocentes en general. Porque si de sufrimiento se trata, tan inhumano es desvanecerse a causa del impacto de un avión repleto de combustible que se estrella contra un edificio, que sucumbir despedazado bajo las bombas, como ocurrió en Panamá, en 1989, o quedar derretido por una explosión atómica, como sucedió en Japón, en 1945. El común denominador es que todos ellos eran civiles, y fueron sorprendidos por una muerte igualmente sórdida e injustificable. (Continuará).
EL EJERCICIO DEL CRITERIO (y II)
María Cristina Arias
A finales de septiembre vino a mi casa de visita un coronel, a quien no veía desde hacía unos años, y me indicó que había estado leyendo mis columnas. En la conversación, puso en tela de juicio mis críticas vertidas sobre la escasa solvencia moral del Gobierno de Estados Unidos para erigirse como primordial víctima del terrorismo. Le expliqué los argumentos expresados en mis artículos, los cuales, al parecer, no entendió, porque cuando se despedía me dijo a manera de fallo condenatorio: “Entonces, quiere decir que estás a favor de los terroristas (árabes)”.
No me pareció oportuno ahondar en la mente polarizada de un oficial del Ejército, quien todavía sueña con que Fidel Castro sea asesinado, y exponerle que el terrorismo, venga de donde viniere, es execrable, porque advertí que su admiración por el país del Norte, así como sus principios inalterados que llevaron a la lucha fratricida que devastó Guatemala durante 34 años, conserva su carácter “granítico”, y es una tarea de romanos no me corresponde efectuar.
El dilema trazado por George W. Bush, de que quien no se solidariza con EUA está a favor del terrorismo es, además de absolutamente falto de sustento racional, una resbaladiza trampa para incautos. En el mismo marco de incongruencias vi a una compañera de trabajo con una playera que llevaba inscrita en su parte posterior una leyenda que decía al final, en alusión a los ataques en Nueva York, algo así como “ahora tienen lo que se merecen”. La afirmación es, sin duda, una oda a la insensatez. En primer lugar, porque antes habría que determinar a quiénes se refiere.
Las cinco mil víctimas civiles de los ataques a las Torres Gemelas no estaban relacionadas con los horrores promovidos o protagonizados por la repulsiva política exterior del Gobierno de EUA. Las guerras impulsadas por este país, con su consecuente saldo de aniquilación, y las conspiraciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para instalar regímenes despóticos en Latinoamérica y otras regiones desplazadas del planeta no pueden justificar, jamás, la tragedia de que fueron objeto los muertos y desaparecidos en Manhattan. Quien afirme lo contrario, se sumerge en la misma ciénaga de prepotencia y arbitrariedad.
En el nombre del Padre
María Cristina Arias
ulises2@intelnett.com
Las apocalípticas imágenes de destrucción que dejaron los ataques perpetrados por terroristas suicidas en Nueva York y Washington han conmocionado al mundo entero. La tragedia superó cualquier desastre imaginado por las mentes más fértiles, incluso los utilizados como trama en decenas de películas producidas en Estados Unidos, como “Ataque a Nueva York”, “El día después” y tantas otras, cuyo carácter de ficción, paradójicamente, parece haberse desvanecido frente a esta hecatombe. Sin embargo, no es la primera vez que ocurre una catástrofe de tales proporciones. La diferencia es que en este caso, además de reales, tuvieron como escenario a un país que ha promovido todas sus guerras en otras naciones.
Corea y Vietnam, así como Europa, han sido campos de batalla para Estados Unidos, con similar calvario para quienes fueron devastados por sus fuerzas militares. Al parecer, ahora nadie tiene la intención de comparar la calamidad de que fue víctima la Gran Manzana, como se conoce a la isla de Manhattan, ubicada en el corazón de Nueva York, donde murieron miles de civiles, con la protagonizada por el Ejército estadounidense en Hiroshima y Nagasaki en 1945, donde no un sector, sino dos ciudades enteras, con sus habitantes, también civiles, fueron aniquiladas por sendas bombas atómicas.
En esta ocasión, el espanto se puso de manifiesto en su propio territorio, y por eso el pueblo de Estados Unidos ha tomado conciencia de su vulnerabilidad y de los alcances de las acciones bélicas. Un país acostumbrado a proclamar héroes a los que actúan y descalificar a los que piensan, no estaba preparado, sin duda, para sufrir las desproporciones de ese tipo de violencia en sus propias entrañas. Hasta este momento, las víctimas no sólo eran personas anónimas o desconocidas, sino que también habían servido de vehículo para que Estados Unidos obtuviera la victoria, todo ello en nombre de la Democracia. No contaban con que uno de sus tantos adversarios podía cometer los mismos horrores, sólo que esta vez, en el nombre del Padre. (Continuará).
En el nombre del Padre (II)
María Cristina Arias
Las guerras religiosas –o al menos su ánimo justificador- no son novedad. La conquista española en América blandió como estandarte “visible” la cristianización. Eso les dio a los invasores un motivo “benévolo” para esclavizar a los primigenios habitantes de este continente, y a la vez disfrazar sus ansias de dominación, en el nombre del Padre. Dicha causa había sido enarbolada con dudosa eficacia en las Cruzadas, cuyas huestes pretendían recuperar el Santo Sepulcro, en manos de los “infieles”. Con similar pretexto, España expulsó a judíos y árabes de su territorio, sin tomarse la molestia de agradecerles el enorme caudal que éstos heredaron a su cultura y desarrollo.
Siglos antes, la idea de Guerra Santa había permitido al profeta Mahoma la unificación de los pueblos árabes bajo la égida del Islam, y ello fue una razón de peso para que la Iglesia Católica promoviera la conversión de los reyes bárbaros, con el fin de consolidar su poder en Europa. En realidad, estas contiendas no han sido precisamente religiosas, aunque sí el pretexto, porque han estado más identificadas con la lucha entre los pueblos que ostentan el poder económico y político, y aquellos que son oprimidos. Así como tampoco el conflicto de Irlanda del Norte se reduce a una pugna entre católicos y protestantes, sino a la ausencia de los primeros en la toma de decisiones que afectan a su comunidad.
En el territorio que actualmente ocupa Estados Unidos los ingleses no fueron tan sutiles y aniquilaron a los indígenas -con la misma saña con que exterminaron a los bisontes-, cuyos escasos descendientes fueron confinados a “ghetos”, que eufemísticamente llaman “reservaciones”. En su mayoría, los ingleses que invadieron América del Norte también buscaban un espacio donde desenvolverse a gusto, luego de la escisión provocada por Martín Lutero, quien se separó de la Iglesia Católica y fundó su propia corriente cristiana protestante. Si bien prefirieron denominarse “colonizadores”, no vacilaron en comprar esclavos africanos para llevar a cabo las tareas más inhumanas, que los indígenas masacrados ya no podían efectuar. (Continuará).
En el nombre del Padre (III)
María Cristina Arias
Estados Unidos, adalid de la Libertad y la Democracia, y defensor a conveniencia de los Derechos Humanos, cimentó su imperio en la matanza sistemática de los indígenas que poblaban su actual territorio, y en la esclavitud, de la cual fueron víctimas, en sus comienzos, los africanos, y desde principios del siglo pasado, las naciones latinoamericanas. Aun así, el nombre del Padre fue –y permanece- invocado en su Constitución, y todavía se puede leer en su moneda nacional. Al calor de esa emblemática consigna, el país del Norte instauró la expoliación de recursos naturales de América Latina, con el único fin de acrecentar su riqueza, donde, a través de la corrupción de sus serviles aliados, instaló y sostuvo regímenes despóticos.
Asimismo, utilizó durante casi cuatro décadas esta parte del continente para medir fuerzas con su adversario de turno, la extinta Unión Soviética, lo cual llevó a una guerra fratricida entre terceros, de la que oportunamente se desligó. No deja de resultar curioso que para todo ello Estados Unidos se autoproclamó –no podía ser de otra manera- la imagen del Bien, que fomentaba esas luchas para extirpar el Mal, entonces entendido como “la amenaza comunista”. Cuando ese enfoque dejó de ser productivo, y el conflicto comenzó a dar más pérdidas que ganancias, se lanzó sin dudarlo a la defensa de los Derechos Humanos, y suplió a los tiranos con gobiernos “democráticos”.
Mientras promovía libertades ajenas, en la segunda mitad del siglo XX el imperio aún se debatía en la disyuntiva de reconocer los derechos civiles de los afroamericanos o mantenerlos a raya. Su acendrado racismo tuvo que ser atenuado con leyes propicias, y evitó un levantamiento social que, de haberse fortalecido, habría implicado consecuencias insospechadas para su “Democracia”. Gracias a ello, Estados Unidos obtuvo con esos eternos desplazados “carne de cañón” para enviar a la vergonzosa guerra de Corea y, más adelante, a la de Vietnam. Una vez fueron cayendo en desuso estas variadas etapas de “salvación”, el tema se trasladó al narcotráfico, que permitiría perpetuar su injerencia en los asuntos latinoamericanos. (Continuará).
En el nombre del Padre (y IV)
María Cristina Arias
La Guerra contra el Terrorismo, declarada por Estados Unidos, es una respuesta tardía a un problema que ha afectado durante décadas al mundo entero. Sin embargo, la toma de conciencia surge ahora, porque se perpetró en su territorio. La aeronave de Cubana de Aviación que explotó en pleno vuelo en 1976, con saldo de sus 73 ocupantes muertos, fue obra de Luis Posada Carriles, reconocido anticastrista, apoyado por la Fundación Nacional Cubano-Americana, con sede en Miami. Entre sus múltiples intentos, este terrorista trató de eliminar a Fidel Castro en noviembre del año pasado en Panamá, cuando el presidente cubano viajó a ese país con motivo de la X Cumbre Iberoamericana.
Como consecuencia de este último hecho, Posada Carriles está detenido desde entonces en Panamá, y los trámites para su extradición continúan en el limbo. ¿Qué habría pasado si Castro hubiese decidido atacar Panamá, para “cazar” al enemigo de la Revolución, “vivo o muerto”? No obstante, EE.UU. se arrogó este derecho el 19 de diciembre de 1989, cuando invadió ese país del Istmo, bajo el pretexto de “liberarlo” de la tiranía de Manuel Antonio Noriega, y no dudó en arrasar barrios completos, como El Chorrillo y San Miguelito, y Colón. Si bien el número de civiles muertos en estos ataques nunca fue dado a conocer oficialmente, se calcula las pérdidas humanas en millares. Se afirma que sólo en El Chorrillo sucumbieron 10 mil personas.
Estos cadáveres fueron arrojados a fosas comunes; poco después, ante las presiones de una comisión integrada para el efecto, algunos fueron exhumados y entregados a sus familiares, aunque la dimensión del aniquilamiento fue convenientemente desestimada por la comunidad internacional, que no juzgó oportuno señalar a EE. UU. de una masacre de tal naturaleza. Esta, como otras atrocidades cometidas por el imperio en el nombre del Padre (“Dios bendiga a los Estados Unidos de América”), quedó en el olvido, pues no causa el mismo impacto ante la mirada del mundo la destrucción de barriadas pobres de Panamá –que nadie se atrevió a calificar de ataque terrorista, pese a que también fue indiscriminado y en contra de civiles- que la observada en el Centro Mundial del Comercio en Nueva York.
APRENDIZ DE BRUJO
María Cristina Arias
Gilles Bertin, corresponsal de la AFP en Pakistán y Afganistán de 1987 a 1989, hace un interesante recuento histórico sobre la presencia de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) en los países mencionados: “Para quebrar a los soviéticos y vengarse de su derrota en Vietnam, EE. UU. apoyó fuertemente –durante 10 años- a los más fundamentalistas mujaidines y a la legión árabe, de la cual Osama bin Laden era uno de los pilares. La CIA y el ISI (Servicio Secreto paquistaní) proporcionaban el 80 por ciento de su ayuda en armas, material y dinero a los jefes mujaidines más radicales, como el Hezb-islami, de Gulbuddin Hekmatyar; a Rasul Sayyaf y a los miles de combatientes árabes financiados también por Arabia Saudita.
“Los servicios secretos del general Hamid Gul, cercano a los islamistas radicales, habían obtenido de la CIA el derecho de repartir las armas, los materiales y cohetes tierra-aire Stinger, de fabricación estadounidense. A menudo criticados por los especialistas europeos, quienes los acusaban de jugar a aprendiz de brujo y de fabricar una bomba de tiempo, los miembros de la CIA, basados en Islamabad y Peshawar (Pakistán), decían que el reparto se hacía en función de las pruebas aportadas por los mujaidines, por medio de videos, pero no ocultaban el deseo de tomar la revancha por la guerra de Vietnam, y estimaban poder recuperar el material más peligroso después de la caída de Kabul (Afganistán).
“Con esta óptica, fueron apartados deliberadamente de la mayor parte del abastecimiento en armas los mujaidines moderados de Ahmed Shah Massud (del Jamiat-i-islami), los grupos nacionalistas más bien pro occidentales y los monarquistas de Gailani. El comandante Massud, especialmente mal visto por la CIA y el ISI, no iba prácticamente nunca a Islamabad o Peshawar (Pakistán) para el reparto de armas, como hacían los otros jefes de guerra o dirigentes de los partidos políticos mujaidines. A comienzos de los años 80, la legión árabe, formada por sauditas, argelinos, tunecinos, marroquíes, egipcios, yemenitas, somalíes y algunos escasos musulmanes estadounidenses, cooperaban muy poco en el terreno con la mayor parte de los grupos mujaidines”. (Continuará).
APRENDIZ DE BRUJO (II)
María Cristina Arias
Prosigue Gilles Bertin, corresponsal de la agencia de noticias AFP, en su recuento del apoyo de la CIA a Osama bin Laden: “Ocurría a veces, como durante los violentos asaltos para la toma de la ciudad de Jalalabad (noreste de Afganistán), que los comandantes mujaidines se retiraban del frente cuando llegaban los combatientes árabes, lo que provocaba el fracaso del ataque. Esos jóvenes militantes islámicos, muy motivados, se beneficiaban de un apoyo sin fallas de la CIA, el ISI (Servicio Secreto paquistaní), Arabia Saudita y los Hermanos Musulmanes. Las ONG (organizaciones no gubernamentales) basadas en Peshawar (noreste de Pakistán) y la Cruz Roja Internacional debieron hacer frente a la agresividad de esos combatientes, mientras que, en Afganistán, los mujaidines tenían a menudo que proteger a periodistas occidentales considerados como infieles, enemigos del Islam.
“Los mujaidines fundamentalistas y los voluntarios de los países árabes, en su mayoría wahabitas (sauditas) jamás ocultaron su hostilidad hacia los occidentales. La CIA pudo recuperar, después de la partida de las tropas soviéticas en 1989, una gran parte de los misiles Stinger, comprándolos para que no cayeran en manos de grupos terroristas islámicos. Bajo el impulso del ISI, la legión árabe fue puesta en actividad restringida, después de la llegada al poder en Kabul de los mujaidines, y se unió rápidamente a los talibán, preparados por los paquistaníes, hasta constituir hoy ocho o 10 mil hombres, la punta de lanza del mulah Omar (líder espiritual de los talibán)”.
En esta breve reseña, Gilles alude al carácter voluble de EE. UU., a través de la CIA, que hasta hace poco menos de una década, cuando se trataba de combatir a la ahora desarticulada Unión Soviética, no vaciló en utilizar los medios que tenía a su alcance para respaldar a Osama bin Laden, a quien ahora califica de “enemigo número uno”. Asimismo, recuerda la postura de Arabia Saudita y Pakistán, que en aquel momento apoyaron a los fundamentalistas mujaidines, a quienes ahora pretenden combatir gracias a una frágil y riesgosa luna de miel junto al Ejército estadounidense, lo cual puede tener giros insospechados.
El arco iris del odio
María Cristina Arias
En su momento, los buenos y los malos han sido colocados en un bando u otro, y así se han alternado, caprichosamente, aliados y enemigos en el juego sociopolítico de Estados Unidos. Hollywood fue de gran ayuda para lograr este propósito. Las películas de vaqueros que nos mostraban a despiadados pieles rojas arrancando cuanta cabellera rubia tenían a su alcance –es preciso destacar que estos papeles los hacían mexicanos, a falta de “producto nacional”, casi extinguido- perdieron su auge, cuando los malos cambiaron al color amarillo. A partir de ahí, chinos, japoneses, coreanos y vietnamitas tomaron la bandera de la crueldad.
La Guerra Fría también fue un tema recurrente en el cine, que recobró una intensa tonalidad roja en las cintas de espionaje, decididas a culpar de todos los males de la humanidad a la implacable Unión Soviética, con los rusos a la cabeza, que más tarde se extendió a las películas de extraterrestres, identificados como los invasores monstruosos que pretendían destruir a la civilización occidental. En el marco de esta oscilante visión de la realidad, el arco iris del odio -estigmatizado por el racismo- se oscureció oportunamente, y transitaron por la pantalla los sicilianos mafiosos y los afroamericanos pandilleros, quienes fueron desplazados más adelante por los latinos narcotraficantes.
Sin embargo, a la hora de elegir autoridades, los candidatos se ocuparon de captar los votos de estos desplazados, y elogiar los valores familiares de los italianos, el espíritu de sacrificio de los negros y la laboriosidad de los latinoamericanos. De igual manera, a partir del 11 de septiembre, el prisma de la intolerancia se ha enfocado en la piel cetrina del pueblo árabe. Según la última moda en odios, cualquiera que use turbante o tenga la piel aceitunada es un terrorista en potencia.
A tanto ha llegado la pérdida de la cordura, que un ciudadano de la India, perteneciente a la religión sik, fue acribillado a balazos por un enardecido estadounidense sólo por llevar barba y tener la cabeza cubierta. Habrá que esperar un tiempo, cuando el enemigo tome otra apariencia, y entonces nos enseñarán a ver a los musulmanes como la imagen del bien.
MUNDO CURIOSO
María Cristina Arias
Al ternero de dos cabezas y la mujer barbuda, infaltables en las ferias de esperpentos, podrían sumarse los criterios esgrimidos por Estados Unidos en su convocatoria a la histeria general, con motivo de la Guerra contra el Terrorismo. Lo anterior no escapa a los escépticos, que han expresado sus dudas en distintas cadenas noticiosas de ese país. El conocido Larry King, cuyo programa de entrevistas es considerado uno de los más serios, preguntó a un invitado si no estimaba inconsecuente que EE. UU. bombardee un país, y luego le asegure a ese mismo país que se preocupa por su futuro.
Asimismo, en Choque de Opiniones, transmitido por CNN, un analista planteó que con la misma “buena voluntad” con la que EE. UU. adiestró, subvencionó y respaldó a Osama bin Laden, ahora había emprendido una guerra para eliminarlo. Se preguntó: “¿a qué monstruos va a alimentar ahora?”, porque había abierto las puertas a una guerra no convencional, que deja un margen muy amplio, de alcances riesgosos. A ello se agrega la solicitud de revisar una ley suprimida durante el mandato del presidente Ford, mediante la cual se permitía asesinar a líderes extranjeros, otro marco demasiado vasto.
Sin embargo, el circo de incongruencias también ha llegado a Guatemala. El titular de la Defensa, Eduardo Arévalo Lacs, anunció que un contingente de 30 kaibiles y paracaidistas se encuentra listo para viajar a EE. UU. o incluso a Afganistán, cuando el país del Norte lo solicite. La pregunta del millón es por qué miembros de esas dos fuerzas elites, entrenados para la lucha contrainsurgente, fueron elegidos para efectuar, según el ministro, tareas de paramédicos, ingenieros, y especialistas en computación y sanidad.
Tal vez la respuesta resida en la similitud de la solidaria campaña de “fusiles y frijoles”, proclamada por Efraín Ríos Montt durante su breve gobierno de facto, y los “misiles y alimentos” con los que EE. UU. pretende ganarse la voluntad de los afganos. La fraternal coincidencia podría extenderse a las 200 mil víctimas que dejó el conflicto armado en el país y los millares de civiles que sucumbirán en la Guerra contra el Terrorismo. Pero como dijo un coronel retirado estadounidense, de apellido Pino, en un ataque armado, “esos son daños colaterales”.
INVOCAN LICENCIA PARA ASESINAR
María Cristina Arias
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, siempre tan bien dispuesta a prestar sus servicios por el bien de la Humanidad, está en una encrucijada. No es fácil recabar información mediante métodos legales, con lo cual es obvio que no está familiarizada. Por ello, no pudo prever los pavorosos ataques a las Torres Gemelas, que dejaron saldo de más de cinco mil civiles muertos y desaparecidos.
Exhortada a no descuidar los recursos humanos en beneficio de la tecnología (como los satélites espía), los diferentes servicios secretos podrían gozar nuevamente del derecho de asesinar líderes extranjeros y reclutar agentes dobles –incluso con récord de violaciones de los Derechos Humanos-, dos restricciones que entraron en vigencia hace unos 25 años, y cuyo restablecimiento han invocado en los últimos días responsables del Congreso y el Ejecutivo de EE. UU.
En 1976, Gerald Ford prohibió por decreto presidencial los asesinatos políticos, tras las revelaciones sobre las infructuosas tentativas de eliminar al mandatario cubano Fidel Castro. Un cuarto de siglo después, y a causa de los ataques del 11 de septiembre, el senador republicano Richard Lugar y el demócrata Bob Graham recomiendan su reimplantación como medida de “autodefensa”. A su vez, el secretario de Estado, Colin Powell, no excluye ese cambio: “Examinamos todo; cómo trabaja la CIA, el FBI –seguridad federal-, si hay leyes que es necesario cambiar”.
El debate público comenzó. El diario conservador Washington Times apoya los asesinatos selectivos. Aduce que los ataques militares matan a más inocentes. Sin embargo, el New York Times advierte sobre “una precipitación que dañe los principios de la democracia estadounidense”. “La infiltración de las redes terroristas es indispensable, pero muy difícil”, estima Frank Cilluffo, especialista en crimen organizado e Inteligencia. Según él, los gobernantes estadounidenses deben también estar dispuestos a asumir los riesgos del fracaso. “Es necesario reclutar gente con sangre en las manos, para evitar que corra sangre de inocentes. Los terroristas no son boy scouts”, afirma. (Continuará).
INVOCAN LICENCIA PARA ASESINAR (II)
María Cristina Arias
El nombre de “Justicia infinita”, con el que Estados Unidos bautizó en un primer momento a la operación destinada a erradicar el terrorismo del planeta, tuvo que ser cambiado a “Justicia duradera”, porque hasta sus autoridades pueden advertir que ningún ejército, por muy patriota que sea, está dispuesto a perderse en el inextricable laberinto del tiempo. No obstante los recurrentes desaciertos de su política exterior, el imperio está decidido a incursionar en las arenas movedizas que le ofrecen sus flamantes aliados, como la otrora abominable Rusia, para darle vida a una red antiterrorista que abarque a toda aquella nación que no le simpatice.
Irak espera ser atacado, y para muestra, un botón. Hace pocos días, aviones “aliados” bombardearon la zona de exclusión de ese país con el fin de “evitar”, a su vez, ser agredidos. Por ello, pese a que negó su participación en la destrucción de las Torres Gemelas y el Pentágono, y el vicepresidente Dick Chenney admitió que no había pruebas de lo contrario, Irak tuvo el dudoso honor de haber sido blanco de la primera provocación. Por su parte, Washington no ha ocultado su determinación de ampliar sus objetivos. Desde hace años, EUA tiene una lista negra en la que ha incluido a todos los países que, en su opinión, patrocinan el terrorismo internacional.
Entre ellos figuran cinco del Medio Oriente: Siria, Sudán, Libia, Irán e Irak, además de Afganistán, Cuba y Corea del Norte. Según esta lista, Irak acoge en su territorio a grupos como el Frente Árabe de Liberación, Frente de Liberación de Palestina y la organización palestina de Abu Nidal, responsable de atentados en la década de 1980. En una situación igualmente comprometida aparece Siria, colocada entre la espada y la pared por su apoyo a los grupos de resistencia palestina contra la ocupación israelí. Se supone que ese Gobierno respalda al grupo chií libanés Hizbulá, que lideró la resistencia islámica contra la ocupación israelí en el sur del Líbano, y que ha prometido continuar la lucha, al considerar incompleta la retirada de Israel de la zona, en mayo de 2000. (Continuará).
INVOCAN LICENCIA PARA ASESINAR (y III)
María Cristina Arias
El secretario de Estado de EUA, Colin Powell, puntualizó que la represalia de su Gobierno no se limita a los ataques en Afganistán: “Cuando nos hayamos encargado de la red Al-Quaeda y de Osama bin Laden, ampliaremos esa campaña para ir tras otras organizaciones y formas de terrorismo en todo el mundo”. Entre los objetivos también se incluiría el Líbano, puesto que su Gobierno ha sido señalado de ocultar a integrantes del Hizbulá, el Movimiento para la Resistencia Islámica Hamas y la Yihad (Guerra Santa) de Palestina.
Asimismo, Sudán, donde EUA bombardeó en 1998 una fábrica de medicamentos situada en la ciudad de Jartum, en respuesta a los ataques en las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania, cuya destrucción dejó saldo de 224 muertos. A la tensa espera se suma Yemen, donde la acción de un comando suicida islámico causó la muerte de 17 marineros a bordo del destructor norteamericano Cole, el 12 de octubre del año pasado. En estos dos últimos casos, de acuerdo con informaciones de Inteligencia de EUA, está implicado Bin Laden.
A estos países y a los citados en mi columna anterior –Irak, Siria, Irán, Corea del Norte y Cuba-, que según EUA dan cobijo a organizaciones terroristas, se podría extender el marco de acción de la derogada licencia para asesinar a líderes extranjeros, si ésta es nuevamente puesta en vigencia. De la misma manera, cabe la posibilidad de que su infraestructura y población civil también sean diezmadas con una campaña bélica como la que en la actualidad asuela a Afganistán.
En medio de la hostilidad, la “misericordia” también ha sido invocada por el presidente George W. Bush, quien antes de partir hacia China destacó que EUA es un gobierno “compasivo”, que bombardea Afganistán, pero también deja caer alimentos para los “inocentes”. Tal vez quiso decir “sobrevivientes”, puesto que las imágenes que llegan por la televisión muestran a un pueblo afgano devastado, sin servicios esenciales como energía eléctrica y agua potable, casas de adobe pulverizadas con misiles y una desesperación que sólo es comparable a la de las víctimas del Holocausto, que Hitler exterminó para ofrecerle a Europa “un mundo mejor”.
EL EJERCICIO DEL CRITERIO
María Cristina Arias
Lo más parecido que tuve a una madre fue una mujer judía, quien pudo salir de Alemania poco antes de ser llevada a un campo de concentración y que, por azares del destino, llegó a Uruguay, donde la conocí. Me dio todo el apoyo y cariño que emanaba de su espíritu generoso, y a ella le debo los esquivos buenos momentos de mi niñez. No puedo evocarla sin que se me encoja el corazón. Curiosamente, el primer libro que me regaló fue “El hombre que calculaba”, de un árabe cuyo pseudónimo era Malba Tahan, que aún conservo. De sus enseñanzas, la más enriquecedora que recuerdo fue que siempre insistió en el ejercicio del criterio, incluso si para ello era preciso cuestionar las “verdades absolutas” que con frecuencia nos imponen.
Por esa razón, no se sintió traicionada cuando – todavía una niña- yo puse en duda la ocupación de Israel en territorios palestinos, porque el amor que me prodigó y que traté de retribuirle con toda mi alma trascendía nuestros desacuerdos. Ese mismo temple le permitió aceptar, sin ser militante, que uno de sus hijos participara en un movimiento político que fue perseguido con extrema crueldad en mi país de origen. Todo ello me vino a la memoria estos días, ante la polarización surgida por el despliegue bélico que Estados Unidos está llevando a cabo en Afganistán. En especial, cuando una vecina me comentó que si tenía que elegir entre George W. Bush y Osama bin Laden, se quedaba con el primero.
La elección parece fácil, si la polémica se limita a los últimos acontecimientos. Sin embargo, primero habría que definir qué es lo que nos mueve a la angustia: los cinco mil muertos y desaparecidos en las Torres Gemelas o las víctimas inocentes en general. Porque si de sufrimiento se trata, tan inhumano es desvanecerse a causa del impacto de un avión repleto de combustible que se estrella contra un edificio, que sucumbir despedazado bajo las bombas, como ocurrió en Panamá, en 1989, o quedar derretido por una explosión atómica, como sucedió en Japón, en 1945. El común denominador es que todos ellos eran civiles, y fueron sorprendidos por una muerte igualmente sórdida e injustificable. (Continuará).
EL EJERCICIO DEL CRITERIO (y II)
María Cristina Arias
A finales de septiembre vino a mi casa de visita un coronel, a quien no veía desde hacía unos años, y me indicó que había estado leyendo mis columnas. En la conversación, puso en tela de juicio mis críticas vertidas sobre la escasa solvencia moral del Gobierno de Estados Unidos para erigirse como primordial víctima del terrorismo. Le expliqué los argumentos expresados en mis artículos, los cuales, al parecer, no entendió, porque cuando se despedía me dijo a manera de fallo condenatorio: “Entonces, quiere decir que estás a favor de los terroristas (árabes)”.
No me pareció oportuno ahondar en la mente polarizada de un oficial del Ejército, quien todavía sueña con que Fidel Castro sea asesinado, y exponerle que el terrorismo, venga de donde viniere, es execrable, porque advertí que su admiración por el país del Norte, así como sus principios inalterados que llevaron a la lucha fratricida que devastó Guatemala durante 34 años, conserva su carácter “granítico”, y es una tarea de romanos no me corresponde efectuar.
El dilema trazado por George W. Bush, de que quien no se solidariza con EUA está a favor del terrorismo es, además de absolutamente falto de sustento racional, una resbaladiza trampa para incautos. En el mismo marco de incongruencias vi a una compañera de trabajo con una playera que llevaba inscrita en su parte posterior una leyenda que decía al final, en alusión a los ataques en Nueva York, algo así como “ahora tienen lo que se merecen”. La afirmación es, sin duda, una oda a la insensatez. En primer lugar, porque antes habría que determinar a quiénes se refiere.
Las cinco mil víctimas civiles de los ataques a las Torres Gemelas no estaban relacionadas con los horrores promovidos o protagonizados por la repulsiva política exterior del Gobierno de EUA. Las guerras impulsadas por este país, con su consecuente saldo de aniquilación, y las conspiraciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para instalar regímenes despóticos en Latinoamérica y otras regiones desplazadas del planeta no pueden justificar, jamás, la tragedia de que fueron objeto los muertos y desaparecidos en Manhattan. Quien afirme lo contrario, se sumerge en la misma ciénaga de prepotencia y arbitrariedad.
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