Estimado JEFA: desde aquella vez que mencionaste la masacre de Patzicía me quedé con la “armonía” de encontrar más información sobre el caso, pues como te recordarás, solamente te conté que encontré breves referencias de J. J. Arévalo en el libro “El Candidato Blanco y el Huracán” y de Cardoza y Aragón en “Guatemala, las líneas de su mano”.
Estaba seguro que un buen amigo chimalteco, Carlos Martínez, quien ya me había contado en varias ocasiones pasajes de la época revolucionaria, seguramente sabría algo sobre el tema y, efectivamente, así fue. Para el 44 don Carlos tenía 17 años y estudiaba en la Escuela de Agricultura de Bárcenas (por cierto que algunos escriben Bárcena, que era el apellido del dueño de esas tierras en la época colonial).
Dice que la masacre no ocurrió después sino que antes del 20 de octubre. El gobierno de Ponce Vaides, para dar la impresión de que tenía apoyo popular y asustar a la población capitalina, que estaba virtualmente volcada a favor de Arévalo, trajo a un numeroso grupo de campesinos indígenas, muchos de ellos de las fincas nacionales y de lugares cercanos, quienes manifestaron por las calles de la ciudad blandiendo machetes, palos y hasta uno que otro rifle. A estos campesinos les dieron a beber guaro y cuando regresaron a sus pueblos regresaron enardecidos. Uno de los cabecillas poncistas de Chimaltenango, Bernardo “Nayo” Méndez, mediano terrateniente ladino, indujo a los indígenas para que atacaran a los ladinos de Patzicía, quienes al igual que en la mayoría de pueblos, eran partidarios fervorosos de Arévalo.
Uno o varios días antes del 20 de octubre (no recuerda la fecha, pero está seguro que fue antes del 20), los indígenas atacaron a los ladinos que vivían en el centro del pueblo y asesinaron a machetazo limpio a alrededor de una docena de personas, incluyendo mujeres, niños y ancianos, lo que provocó una repulsa en la zona, pero que seguramente no trascendió a la capital, debido a que la prensa estaba en plan de autocensura después de que el uno de octubre fue asesinado director de El Imparcial, Alejandro Córdova. El clima de terror era de tal magnitud, que el propio Arévalo se asiló en la Embajada de México la noche del 17 de octubre.
En el Candidato Blanco, don JJ menciona que el 15 de septiembre, unos 5,000 indígenas desfilaron por el Parque Central con un garrote en la mano y en el pecho o en sombrero una foto de Ponce, gritando “Viva Ponza”. Más adelante trascribe un manifiesto del Frente Unido de Partidos Políticos y Asociaciones Cívicas, del 16 de octubre, en donde denuncian que “los habitantes de la ciudad capital se vieron recientemente amenazados en sus bienes y en sus vidas por la presencia de masas indígenas, reclutados por la fuerza, provistos de armas, mantenidos constantemente en estado de ebriedad en los campos de la finca nacional La Aurora”. ¿Será esa la manifestación que recuerda don Carlos o habría otra? O los tuvieron por varios días o semanas concentrados en La Aurora?
Mi amigo don Carlos cuenta que para el 20 de octubre, la famosa Maciste –lideresa ubiquista y después ydigorista, que tuvo fama de marimacha- llegó a la Escuela de Bárcenas a exigir a los estudiantes (que estaban militarizados como en todos los institutos de secundaria) que se movilizaran a la capital para defender a Ponce, pero el director (un gringo) se negó y ordenó que todos se fueran a sus casas. Don Carlos y otros compañeros se vinieron para la capital y se presentaron a filas en la Guardia Cívica (integrada principalmente por estudiantes de secundaria y de la U para sustituir a la policía ubiquista) y a los dos días, un militar que era familiar, cuando lo vio en la guardia le ordenó que se saliera y se fuera a Chimaltenango, pues seguramente su mamá estaría preocupada, pues en la capital había saqueos y balazos un rato si y otro también.
Se fue para Chimal (como dicen ahora) pero allá también se presentó a la Guardia Cívica y una noche, haciendo ronda, cuando estaban a unos metros de la casa de Nayo Méndez lo vieron salir montado a caballo, a todo galope. Le dispararon, pero no le acertaron y al mentado Nayo se lo tragó la oscurana. Meses después se supo que uno de sus hermanos vendió la finca de Nayo y que éste se refugió en algún país vecino, para nunca más volver.
Después del 20 vino la retopada contra los masacradores de Patzicía. De la capital movilizaron tanques y tropa, con la consigna de “indio visto – indio muerto”. Se rumoreó que el mismo Mayor Francisco J. Arana encabezó la fuerza expedicionaria (lo cual es poco probable porque desde la mañana del 20 ya era triunviro y le podían aplicar el dicho del que se va a la villa). Pero lo que si es cierto, según don Carlos, es que la respuesta fue desproporcionada. Con tanques y ametralladoras barrieron las casas de los indígenas en la periferia del pueblo y se decía que habían muerto no menos de 300.
Valdría la pena entonces, mi estimado JEFA, que promovieras una investigación o una tesis sobre este tema, pues seguramente quedarán algunos testigos presenciales (y no por mucho tiempo) que complementarían las pocas fuentes documentales (prensa y registro de defunciones) que puedan hacer luz sobre este episodio del cual, por obvias razones, ya no se habló mucho durante el período revolucionario, pues era un verdadero clavo que la primera acción de armas del ejército ubiquista, ahora convertido en flamante ejército de la revolución fuera en contra de indígenas virtualmente inermes.
LF
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