LA CANTINA “EL TORNILLO”
DEL
LIBRO “PORAI POR LA PARROQUIA”
Escrita
por
José
Humberto Hernández Cobos (+)
Entre
los años 1962-1964
Digitalización
y cometarios de:
Manuel
Humberto Hernández Valenzuela
Herval1942@gmail.com
Guatemala,
14 de septiembre de 2011
JUAN Alfredo, el
solitario del Pasaje Rubio, está resfriado, y así me recibe en su elegante
apartamiento, embatado y embufandado.
Su terapéutica es sencilla: leche caliente, con una copita de
cognac. Al calor de este remedio,
me cuenta las absurdas, pero históricas charadas de siempre. Esta vez, el tema es la “Cantina El
Tornillo”. Cedo la palabra al
solitario:
-Sabrás, Euforio, que es
una taberna, en cuanto se expenden licores; pero sus funciones abarcan más. Resalta el carácter de tienda de
ropavejero, siendo allí donde mueren los textiles de los que están urgidos de
sus quitagomas. Aceptase en
compraventa o permuta, cufas,
cinchos y camisas. Un letrero en
inglés, dice pintorescamente: “crabats not”. El único guaje que no acepta transacción es precisamente una
corbata. El Chancle no las adquiría
ahí; y el chamarrín no las usa. El
capital invertido en corbatas es el único que no se recupera jamás…… Todo lo demás topa transacciones.
Pero “El Tornillo” se
diferencia de montepíos y demás cuevas fenicias de los gafos, en que el cliente
está directa o indirectamente vinculado al guaipe. Ahí se negocia para chupar, no para comer.
El solitario sorbe otra
copita, ya sin leche, y prosigue:
-He aquí la radiografía
de una permuta de “envases” como se llama en caló estudiantil a los
trajes. Pon atención, porque se despliega, como la estafa
continuada, en varios días.
-El Primer día,
comparece el cliente vistiendo su tacuche de casimir, se muestra como un
maniquí ambulante, dando vueltas ante el mostrador, para que el propietario
tome nota de la hechura, estilo y topografía en general del traje que
porta. Levanta el faldón mostrando
el trasero, para que el dueño de “El Tornillo” constate que el pantalón no
tiene cachirulos, es fama que no se topan trajes con agujeros que pidan
vulcanización. Una vez que el
examen óptico ha terminado, el propietario de la cantina anuncia: “Le daremos
un traje de Casimir de Amatitlán
y dos botellas de clan”.
Aunque el cliente
protesta y regatea, no hay manera de mejorar la propuesta. La goma arrecia, y ante ésta no hay ya
vacilación. Entra el cliente
a la trastienda, y cambia, como Beto Martínez en escena, de vestuario.
Al día siguiente
comparece el tipo del casimir amatitlaneco, con más ojeras y con más goma. Ahora su hablar es más nervioso y un
temblor leve sacude sus manos en incipiente parkinsonismo. Se ladea lento, gira como una modelo de
Christian Dior, mostrando que el traje no ha sufrido con el kilometraje ningún
perjuicio. El propietario anuncia:
-Le daremos un traje de
gabardina mexicana, desvaída pero entera, y una botella de espigado.
-Al día siguiente-
prosigue el solitario- llega el sujeto forrado en textil azteca, con más
temblor, más goma y casi sin habla.
Muestra la indumentaria, y espera con ojos suplicantes la propuesta.
“Le daremos un pantalón
de lona azul y una chumpita de dril y media botella de raspador”, y el cliente
topa… ¿para dónde agarra?
Así sigue la
transformación a pantalón de manta, que acompaña a la camiseta, porque la
camisa ya se evaporó. Y en este
status se opera la última transacción: -“Ahora, amigo –dice el dueño de la
cantina- se queda a dormir en el corredor, y mañana sale con su short de
manta”.
Esa noche le dan su bote
de charamila. Y al amanecer,
sale el cliente, descalzo y sólo con short, corriendo como un maratonista,
entrenándose para la Maratón de Boston, cual Mateo Flores gloria de Guatemala
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