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domingo, julio 30, 2006

Sin drásticas reformas, Latinoamérica no podrá con China

ANDRES OPPENHEIMER / The Miami Herald

PEKIN

Me vine a la República Popular China por 10 días para averiguar qué puede hacer América Latina para competir mejor con el país que más está creciendo en el mundo. Tardé unos 30 segundos en encontrar la respuesta: salvo que emprenda reformas económicas drásticas, será imposible.

Desde el minuto que uno aterriza en Pekín, incluso antes de tener la ocasión de asombrarse por la fiebre capitalista que envuelve a este país, uno se queda boquiabierto ante el gigantesco aeropuerto futurista por el que transitan 38 millones de pasajeros anuales.

Mi vuelo aterrizó en la puerta 305, lo que ya de por sí es una sorpresa para alguien acostumbrado a llegar a la puerta B-7 del aeropuerto de Miami, que apenas tiene 107 puertas. Pero esa fue apenas la primera sorpresa.

Camino al hotel, vi más gruas de construcción de rascacielos que en ninguna parte del mundo. En este momento, hay 5,000 grúas en la construcción de edificios altos en la capital china.

En el centro de la ciudad, al pie de los rascacielos, hay tiendas de automóviles Rolls Royce, Maserati, Lamborghini, Mercedes Benz, BMW y Audi, al lado de negocios de Armani y Louis Vuitton.

Le pedí a mi conductor que se detuviera frente a algunas de las tiendas de empresas automotrices, convencido de que eran oficinas de representación para venderle motores de aviones o tractores al gobierno chino. Pero no: les venden carros de lujo a los millonarios chinos.

El año pasado, Mercedes Benz vendió 12,000 automóviles en China, BMW 16,000 y Audi 70,000, según reportó recientemente con evidente orgullo el periódico gubernamental China Daily.

El crecimiento económico de China, de un promedio del 9 por ciento anual desde que el país inició su apertura económica hace veinticinco años, está produciendo una elite de ricos y una creciente clase media, después de haber sacado a 250 millones de personas de la pobreza. Si el crecimiento sigue así, se proyecta que la clase media China se duplicará para el año 2020, del 20 al 40 por ciento de la población.

Y el aumento de la clase media se ve en las calles, tanto en la majestuosa Avenida Changan del centro como en los barrios de clase trabajadora.

Aunque un 80 por ciento de los 1,300 millones de habitantes de China viven en la miseria en el campo, los residentes de las ciudades como Pekín y Shanghai están mejor vestidos de lo que uno ve en las principales capitales del mundo.

En parte, claro, esto se debe a la fabulosa industria de la piratería: los chinos han reemplazado el uniforme de Mao por el traje Armani pirateado.

¿Qué está haciendo China que no se está haciendo en América Latina?, le pregunté a cuanto funcionario de gobierno, diplomático y periodista que entrevisté aquí. Escuché muchas respuestas, pero todas apuntaban a lo mismo: China se ha convertido en altamente competitiva en la carrera global por las inversiones y el comercio, mientras que América Latina se quedó atrás.

Un simple ejemplo: durante mi estadía aquí, leí que el gobierno del presidente venezolano Hugo Chávez suspendió por tres días los 80 restaurantes McDonald's del país por presuntas violaciones a leyes impositivas, mientras Chávez denunciaba el ''imperialismo salvaje'' de Estados Unidos durante una visita a Argentina.

Poco antes, la prensa oficial china había anunciado triunfalmente la visita del directorio en pleno de Mc Donald's que se entrevistaría con los máximos funcionarios del gobierno, y anunciaría la expansión de sus 600 restaurantes en el país a 1,000 para el año próximo.

En un mundo en el que los países en desarrollo compiten por un número limitado de inversiones privadas, China le está ganando a América Latina por varios cuerpos. En el 2003, China recibió inversiones directas por $54,000 millones, o $5,000 millones más que los 32 países de América Latina y el Caribe juntos, según cifras de las Naciones Unidas. Pocos años atrás, América Latina estaba muy por encima de China.

Aunque Brasil, Argentina y Venezuela se están beneficiando de un enorme aumento de sus exportaciones de materia prima a China, las compañías chinas están aniquilando a sus competidoras latinoamericanas en el mercado mucho más lucrativo de los productos terminados en terceros países. México, por ejemplo, ha perdido una buena parte del mercado de Estados Unidos por la competencia china.

Contariamente a la creencia generalizada de que las multinacionales vienen a China sólo por su mano de obra barata --las condiciones laborales que bordean la esclavitud que tolera el partido comunista chino en nombre del progreso económico-- varios empresarios extranjeros con quienes conversé me dijeron que vinieron aquí atraidos por la calidad de la producción.

Un ejecutivo norteamericano me dijo que su compañía se había mudado hacia aquí de México porque sus socios chinos, a diferencia de los mexicanos, reinvertían todas sus ganancias en la empresa, y producían productos cada vez de mayor calidad. Otro que conocí en Shanghai me dijo que el romance de este país con la economía de mercado hace que la gente trabaje más y mejor.

El hecho es que las compañías multinacionales están felices con China porque, irónicamente, este país comunista está abrazando el capitalismo con una pasión increíble. Para un visitante, es bastante obvio que la supuesta ''economía de mercado socialista'' de la que se ufana el régimen chino no es más que una pirueta retórica para salvar la cara, o para justificar que un gobierno dictatorial se siga negando a extender la apertura económica a una apertura política.

En una entrevista en su oficina, Zhou Xi-an, el subdirector de la poderosa Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, me dijo que un 30 por ciento de la economía china es estatal, mientras que un 10 por ciento está en manos colectivas, y un 60 por ciento está en manos del sector ''no-público'', el eufemismo que usa el gobierno para hablar del sector privado.

''El sector privado se ha convertido en el principal motor del crecimiento económico, y la principal fuente de empleo'', me dijo Zhou.

¿Es cierto que el gobierno va a privatizar otras 100,000 empresas estatales en los próximos cinco años?, le pregunté, usando una cifra que había leído en un periódico. ''No: La cifra va a ser mucho más alta que esa'', respondió, con cara de piedra.

Mis conclusiones: China esta pasando por una revolución capitalista. Claro, el milagro chino puede explotar por varios lados: puede que los 800 millones de campesinos que viven en la pobreza se levanten contra el gobierno, indignados por la creciente brecha entre ricos y pobres, o que el frágil sistema bancario chino colapse, y se lleve abajo al país consigo.

Incluso si no hubiera ninguno de estos últimos problemas, no creo que la segunda generación de capitalistas chinos tenga el empuje de la primera. Como toda novedad, esta fiebre capitalista pasará.

Pero mientras tanto, a menos que América Latina haga los cambios económicos necesarios para volverse más competitiva, me temo que China seguirá dejándola cada vez más atrás.