PROMO66 LICEO GUATEMALA

miércoles, septiembre 20, 2006

Anécdotas del 65

Leyendo los mensajes y las penas que pasan el país y los compañeros se siente un poco inadecuado e irrelevante enviar esta crónica adjunta, que contiene algunas experiencias vividas mientras asistíamos a 4º curso. Gracias a Dios esos años eran más seguros sino quizás no hubiéramos sobrevivido las andanzas relatadas o simplemente no las hubiésemos tenido y no habría nada de que escribir.

Me adhiero a los mensajes de apoyo a los compañeros chabelo, chinito Chang, Luis Caballeros y otros que han tenido problemas recientemente y también a la protesta por la ola de violencia, inseguridad y delincuencia que azota el país y que no ha dejado familia sin ser afectada por ella. Además de esforzarnos y participar activamente en resolver los problemas, pidamos mucho a Dios por su guía y bendición para sacar el país adelante y que los compañeros afectados resuelvan favorablemente los contratiempos.

Les dejo el relato para cuando tengan un poco de tiempo y el ambiente sea propicio para su lectura,

Un abrazo,

Julio C. Prado


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Por: Julio Cesar Prado S.

V.J.M.J. Pittsburgh 19 de Septiembre de 2006.

Pero Julián,
Julián déjame salir,
no seas malo Julián,

no seas malo mi Juliancito”…

(continúan estrofas relacionadas con las preferencias sexuales y la familia de don Julián)
(Música de la canción “Pero Raquel” de Leo Dan)

Era ya enero de 1965. Las vacaciones se me habían pasado en un suspiro en el caluroso ambiente escuintleco. Me parecía que acabábamos de terminar 3er. Curso y ya estábamos otra vez de vuelta en el colegio, en donde el frío capitalino me hacía extrañar las cálidas piscinas con sus cocos fríos, las altas y refrescantes palmeras, las juguetonas golondrinas, las largas jornadas de ciclismo con sus agraciadas y morenas madrinas, más otras entretenciones que no viene al caso mencionar y que recién había disfrutado ese fin de año.

El primer día de clases, después de los respectivos saludos y obligado cambio de impresiones tras el largo pero insuficiente descanso procedíamos a aglomerarnos frente a las aulas, leyendo los nombres en las listas colocadas en las puertas, buscando el nuestro y los de los compañeros con los que habíamos quedado agrupados. Yo quedé asignado ese año en 4º Curso “C”, bajo la tutoría de don Julián Sola. Estaban también en esta sección Pablo Ricica(+), Quico Castillo, Carlos Alberto Esmenjaud, Roberto Villanueva, Chajalay Fanjul, Mario Rodas (+), Félix Eduardo mamerto Sierra Corona (+), pepe Gándara, pepe Enríquez, Mito Gómez (+), Mirko Samayoa (+) (¡OJO¡ importante para eventos de fin de año), Enrique Poitevin, Carlos Ramos, César Guillén, piolín De La Torre, pepe Muñoz, Jorge Nadalini, Rafael Lizama, Roberto Alpírez, el peludo Figueroa, Oscar Segovia, eddy Polanco, Eduardo Tschen, Alejandro Palma y Gustavo Meoño, entre otros.

4º Curso lo iniciamos en condiciones irregulares de lugar y horario, todavía en el edificio que ocupábamos desde 5º grado (excepto los que ese año estuvieron con don Juan Prieto en 5º C), mientras se daba tiempo a la empresa constructora para que terminara las nuevas instalaciones, que nos alojarían durante los dos años que aún nos faltaban para salir del colegio. Las primeras semanas nos ubicaron en los salones que en los años anteriores utilizaban los quintos cursos; recibíamos clase en una sola jornada, compartiendo el aula con otro grupo, que la usaba en el intervalo complementario. A 4º “C” se nos designó el turno de la tarde, que iniciaba a la 1 PM.

Casualmente desde 5º Grado habíamos estado en las mismas secciones con Gustavo Meoño, por lo que rápidamente hicimos mancuerna ese año, empezando por utilizar a nuestro favor el entrenamiento que nos había imbuido don Eloy en los años anteriores, dedicándonos desde el primer día a estudiar la metodología de don Julián para utilizarla en nuestro provecho. De sus regulaciones sui géneris notamos con especial interés que, cuando llegábamos sin uniforme o con alguna variación al mismo, nuestro profesor invariablemente nos enviaba a casa a cambiarnos y ¡Oh sorpresa¡ ¡No nos esperaba de regreso sino hasta el día siguiente¡ ¡Y más bien agradecía nuestra ausencia¡

Empezamos a capitalizar sobre esta particular normativa cuando ya estuvimos instalados en el nuevo edificio, en horario normal y en nuestra aula definitiva, última hacia el oriente en el 2º piso del módulo sur. Nos presentábamos algunas tardes en traje de batalla, sabiendo que nuestro distinguido mentor, al vernos cruzar la puerta del aula se aferraría angustiosamente a su rosario, juntaría las manos sobre el abultado estomago e intermitentemente viendo al suelo y al cielo movería la cabeza de un lado al otro, desgranándonos su singular sermón de redención del que, por su inconfundible seseo castellano y profusa salivación, debíamos estar atentos para evitarnos una mayúscula rociada.

Iniciaba el sermón con “…muchachos…del arroyo, masturbadores continuos, clientes asiduos de burdeles, pasando a despotricar por 5 o 10 minutos sobre la mala conducta, irresponsabilidad, falta de seriedad, ausencia de respeto, disciplina, esmero y demás razones por las que la mayoría de los “muchachos iríamos a parar de patas al infierno”, o mucho peor…, concluyendo su interminable perorata con el premio de enviarnos a “cambiar” de vuelta a casa – aleluya - por fin el cielo abierto y a la calle hasta el día siguiente por la mañana, en las que siempre nos presentábamos con el uniforme, pues era obligada la asistencia a las clases de Física de don Lauro, Literatura de Chico Pancho y Ciencias Naturales y Matemáticas con nuestro titular don Julián.

Por las mañanas únicamente nos escapábamos del período del rosario, bajo pretexto de salir a comulgar, para así poder llegar todavía a tiempo a la salida del Sagrado Corazón, El Francés o el Belga, en el primero era común encontrarnos a Luna, Pancho Sierra, la gata Palacios y Paco Ramírez (+ promoción 65), con inspecciones eventuales de piolín De La Torre y Miguel A. González, que llegaban con sus vehículos sobrecargados de cuanto compañero lograba colársele. Si llegábamos muy temprano nos instalábamos en Las Ninfas, tienda propiedad de la mamá de los Cosenza, lo que nos daba cierta confianza haciéndonos sentir un poco en territorio liceísta. Algún muro de esos vecindarios debe tener estampadas las huellas de nuestros zapatos, los que apoyábamos fuertemente contra la pared mientras consumíamos un cigarrillo, con el objeto de impactar a las estudiantes que salían por la puerta principal, pretendiendo así proyectarles la mejor imagen de nuestro envidiable potencial físico e intelectual.

Pero las tardes eran otra historia. Pensábamos equivocadamente que podíamos darnos el lujo de no asistir a algunas de esas clases, que considerábamos de menor trascendencia - Inglés, Sociología y Estadística - Un par de veces nos encontramos en nuestras andanzas callejeras con Mr. Jesse Lukens, quien nos reprendía y amenazaba, con su típico acento norteamericano, con que además de “sumerrgirrnos en la ignorrancia íbamos a perrderr su clase”, conjuro que finalmente no cumplió. Alternábamos las tardes de ocio de acuerdo a criterios definidos de importancia 1) clase a recibir; 2) asistencia al gimnasio a juego de basket; 3) apoyo a la kermés u otras actividades que tuvieran relación con alumnas de otros colegios, así fuera el coro (casi dirigido por la pulga) y; 4) inminente proximidad de exámenes trimestrales, semestrales o notas quincenales. Satisfecho dichos criterios, la consigna era presentarnos por las tardes sin uniforme y lograr ser echados a la calle.

Para transportarnos utilizábamos el jalón (hoy auto stop), nos parábamos en las inmediaciones de la casa de Segovia o frente al cine Reforma, dependiendo de nuestro rumbo, sur o norte. A veces teníamos que compartir la calle o el jalón con otros compañeros que andaban en las mismas – sapo Castro, jeringa Contenti, chobe Estrada, checha Guillén, pepe Gándara y otros que tampoco tenían carro - y estaban también los que contaban con vehículo y que pasaban “a buscar el uniforme”, tal era el caso de pichi, quien se mantenía buscando de todo y circulaba continuamente, dándonos jalón muy seguido. Obviamente no éramos los únicos que aprovechábamos esta situación, pero definitivamente fuimos sus más fervientes y perseverantes adeptos.

Increíble como hoy puede parecer, padeciendo de tan aguda deficiencia académica, peor inclinación vocacional y lastimosa conducta personal, aún así logramos pasar a 5º curso y, más asombroso todavía, que un maestro y religioso haya podido hacer esto impunemente durante todo un año con un par de jóvenes educandos como nosotros, valiosos e incipientes ciudadanos, pero así como se los cuento así sucedió.

Con el tiempo llegamos a intuir que Gustavo no le caía muy bien a este profesor y que probablemente a eso se debió la beca “para el trabajo de campo” que nos concedió ese año, sospecha que se agudizó después de aquella ocasión en que después de su acostumbrado sermón se puso de rodillas en medio del salón, elevó el rostro y los brazos al cielo y rogando inspiración Divina clamó al Señor que le dijera que era lo que estaba pagando para merecer tener en su clase a personajes como los que debía mandar cada tarde de vuelta a su casa. Por un instante no supimos que hacer, momentáneamente confundidos, quizás esperando que realmente El Señor, el Director, la chismosa o alguien le contestara, pero después de unos instantes de profundo silencio nos avivamos y nos fuimos.

Pero las reflexiones las tuvimos muchos años después, ese año lo gozamos al más puro estilo de aquella estrofa de la “Casada Infiel” de García Lorca “Aquel año corrimos el mejor de los caminos, montados en potras de nácar sin bridas y sin estribos…”. Teníamos 15 años y el mundo era nuestro, al menos eso creíamos de las tardes y parte de las noches. El tiempo lo aprovechábamos lo mejor que supimos y pudimos, ajustando nuestros deseos a los medios a nuestro alcance, que por ser bastante limitados nos hacían aguzar el ingenio al límite de nuestras facultades.

Exploramos los billares, lupanares, cines, clubes, restaurantes y cafeterías que el tiempo y los recursos nos permitieron. A menos que existiera una atractiva actividad predeterminada decidíamos a donde ir dependiendo de la facilidad del aventón a conseguir. Así, totalmente al azar, decidíamos pasar las tardes en la Rosita, Pintoresca o futillos de Los Gloria, o tomábamos hacia el centro, en busca de la pandilla que poblaba la entonces señorial 6ª avenida y sus múltiples centros de entretención. Las galerías del Lux y el Capitol, los restaurantes Hawai (frente al cine Paris, bajo la radio Nuevo Mundo) y Fu Lu Sho, los billares Jardines de Italia, las Mixtas Frankfurt, las cafeterías Lutecia, Palace y París, así como el rótulo luminoso que estaba empotrado dentro de la acera frente a la Farmacia Pasteur (10ª calle y 6ª Ave esquina) constituían lugares permanentes de reunión de sujetos tan desconcertados como nosotros, como Boris Labbé, pitín Barillas, Marcial Méndez, Mario Asturias, Allan Rubio y a hasta Mario David García aparecía a veces por allí, que creo que por esos años trabajaba en la radio Sensación o la 9-80. Deambulábamos incansablemente sobre la 6ª Avenida de norte a sur y viceversa hasta que el sol se ocultaba y a veces lo reencontrábamos cuando volvía a salir; recorrimos ese año más de 300 kilómetros en las 7 cuadras de la sexta que realmente nos interesaban, de la 9ª a la 16 calle.

Utilizábamos como centro de operaciones la cafetería del IGA, frecuentada por chicas de centros escolares del más variado origen económico, académico y social, que atraían la asistencia de un nutrido grupo de seguidores, entre los que nos contábamos nosotros y otra “colección similar de intelectuales”, a las que muchas veces se nos unían pepe Gándara y checha Guillén, acompañándose ciertas veces éste último por alguno de sus primos, quienes poco tiempo después harían historia, de esa que sale en los libros (y que ya salió en primera plana en los principales periódicos del país), como la que tuvimos que estudiar con don Willy Santizo en los cursos que tanto disfrutó Casellas y que Linares vengó parcial e inintencionadamente al preguntar al enmascarado profesor en la celebración del 35 Aniversario “¿Y vos pisado, quien sos? Tampoco eran extraños al IGA chema Teixidor, Erick Mansylla, Carlos Luna, chobe Estrada, Erwin Schmid (y sus hermanas), César Castillo, Richard Langlois, los Enríquez, el chino Penagos, Stuart Black, el mismísimo sapo Castro, mamerto Sierra, los cuaches Ellis, manolo Rodríguez y su inseparable primo quico Bernat y hasta don Juan Mariano, junto a otros que hoy el alemán esconde a mi memoria. Está claro que algunos de ellos iban a estudiar.

En la hora de mayor afluencia llenábamos todas las mesas del pequeño café, buscando hacer la pesca del día y, como sucede a los pescadores, algunos días teníamos suerte y otros no. No sé si era la altura, el colorcito, el párrafo o simple sugestión, pero en algunas ocasiones mi compañero parecía tener redes con más suerte que las mías. Lo bueno era que eso producía efecto de rebalse, a veces de buenos productos, con las que nos ocupábamos hasta las 9 o 10pm, lo que entorpecía el desarrollo de las tareas escolares (encima), pero bueno, ya habría tiempo después para esas pequeñeces. A continuación, si la suerte nos acompañaba y contábamos con algún dinero, podríamos continuar la noche en algún lugar de la zona 3, 5 u 8, en establecimientos y personal que varios de ustedes conocen y en los que algunas veces nos sorprendió el amanecer, ya sin dinero, regresando a pie a desayunar por 5 centavos todo lo que pudiéramos comer en Pollo Caporal.

Una de esas tardes de experimentación y aprendizaje en la que sentíamos al tiempo llevarnos perezosamente hacia la eternidad, mientras indolentemente ocupábamos una de las tantas mesas de la Cafetería París, que al mejor estilo francés ésta situaba al aire libre sobre la banqueta de la 6ª Avenida frente a Caporal, consumiendo a medias lo más barato que ofrecía el menú lo más lentamente que nos lo permitía el cafetín, nos sorprendió de pronto la aparición de un vehículo que colmaba nuestras más recónditas fantasías. Automóvil convertible modelo del próximo año, 1966, de color azul oscuro y tapicería blanca, ronroneaba potentemente, como rogando al conductor que le soltase el exceso de sus casi 400 pulgadas cúbicas desplazadas por su poderoso motor V8, alimentado por un pródigo carburador de 4 entradas, casi perceptible bajo la moldeada burbuja del capó, completando las estilizadas luces del stop su elegante e imponente silueta deportiva.

Circulaba con la capota baja, lo que nos permitió distinguir varias chumpas blancas que aleteando contra el viento mostraban desafiantes el nombre del Liceo. Al reparar más detenidamente en sus ocupantes reconocimos en el asiento de atrás a pichi, quique Arenas y gorilón, al timón Mirko y a su lado el gordo Close, mostrándonos en una satisfactoria sonrisa sus sobresalientes frenos dentales. Así conocimos el Pontiac GTO y, aunque Gustavo y yo nunca nos subimos en él y prácticamente lo anterior resume todo lo que de él conocimos, su imagen guarda un lugar privilegiado en nuestra memoria; el recuerdo del que es hoy día un verdadero clásico, como estamos llegando a serlo nosotros (o es al menos lo que quisiéramos ser cuando nos dicen viejos).

Cabe aquí de paso mencionar algunos de los otros carros de la promoción que tampoco podemos separar de los recuerdos y que forman parte de nuestra historia. El Ford Mustang anaranjado (otro vehículo insignia en la promo) con que Tiro Loco premió a los cuaches (y que dice Enríquez que tenían que invitar a Chema porque cuando iban solos no los volteaban a ver las patojas y más bien les tiraban bananos), el Fiat Fiorino deportivo último modelo que destartaló Mario Gálvez en la bajada de la Sonora, cuando acompañado de Sergio Cuevas y dos amigas lo desconectó para ahorrar combustible (el pobrecito), con lo que casi pasa a mejor vida, y todavía así lo premiaron con un Opel Kadet que compartió con su hermano Byron hasta que nos graduamos - el Volkswagen, el Chevrolet Corvair y por último el tristemente célebre Triumph TR-4, todos de Carlos Godoy y finalmente el no menos famoso Taunus blanco y celeste del Conde, don José Miguel Ángel De González Y Mazariegos.

Y están también los carros de los papás. El también Taunus de la mamá de Pichi, que tanto usó aquel para darnos jalón, apoyar las actividades del colegio, y aprovechó naturalmente para uno que otro de sus fenomenales desmanes, el Galaxie celeste que usaba el Gordo Barrera para cometer mayores desmanes que los de pichi, y que hizo historia con las “chicas” de la 5ª Avenida, un poco más allá de la 16 calle, de la zona 1, el Rambler del papá del chato Pellecer Paredes y que éste manejaba desde que estábamos en 5º grado, el Lincoln Continental del de Camp…ollo (se oye el coro … dice Meoño), el Austin del de Ricardo Colmenares, el Peugeot (peyó decía aquel) del de piolín De La Torre, el Acadian y después el Volkswagen del de moronga De La Fuente, el Mercedes verde del de Eduardo Tschen, el Acadian y el otro Chevrolet, más viejo del de Jan Stanislao (que nos diga el cubano color y modelo), el Taunus del de Mario Rodas (también que nos asesore el cubano), el Chevrolet 49 verde del de checha Guillén en el que resolvimos el papelito de Arte Guatemalteca una madrugada de septiembre de 1966, el clásico también Chevrolet modelo 54, que fue azul y ya iba por celeste en que llevaban a Luis Díez y, en fin, tantos y tantos otros y todos con sus propias historias y anécdotas.

Entre tanta juerga y ensayo con que nos regalaba la vida de la calle, es refrescante recordar que también había aprendizaje, disciplina y espiritualidad, las que se iniciaban desde muy temprano por las mañanas con el ofrecimiento y oración del día y al menos una vez por semana con el juramento a la bandera, hábilmente dirigido por don Max en asamblea general en el patio entre los dos módulos de la nueva secundaria y en los que se nos enfatizaba la fidelidad a Guatemala, culminando el ejercicio con la frase del “éxito que conduce a las cumbres”, buscando cultivar en los condiscípulos el germen del liderazgo.

Queriendo también dotar a los compañeros con las herramientas para hablar bien en público, los martes por las noches don Max reunía a un buen grupo de aspirantes a interlocutores estudiantiles en el antiguo Salón Guatemala (a la par del que fue 3er. Curso de don Eloy), en los que participaban alumnos de distintos grados. Entre los que recuerdo como regulares de esas reuniones están Carlos Pinillos, Manolo Bendfeldt, Gustavo Porras, Dagoberto Flores, Ángel Sánchez, chito Leiva, Gustavo Meoño, César Guillén, Luís Quiñónez, Luís Linares, Manolo Álvarez, los hermanos Lazo Abularach y el camellón Del Valle, todos excelentes oradores y candidatos a líderes estudiantiles.

Resultado de este entrenamiento fue la arenga que nos dio Meoño, quien fue designado específicamente por don Max para dirigirnos un mensaje de motivación en uno de los tantos días en que juramos fidelidad a la bandera, la que empezó sacándonos de nuestro acostumbrado sopor matinal al sorprendernos con la interjección de “Hipócritas… (pausa 10 segundos y barre con la mirada a la audiencia)…”, nuevamente “Hipócritas… (nueva pausa de 10 segundos y mirada más profunda)…”, finalmente continuando con “Somos unos hipócritas al no ….”. Realmente nos despertó, sorprendió y divirtió, a nosotros y a los Hermanos.

El año escolar estaba ya por terminar y empezaban a preocuparnos también los resultados que íbamos a obtener de las clases a las que no habíamos asistido, las tareas que no habíamos hecho y las lecciones que no habíamos estudiado. Había llegado la hora de pagar los elotes que nos habíamos estado comiendo… La venganza de don Julián y sus secuaces nos esperaba a la vuelta de la esquina…


¿¿¿¿Continuará???? ¿Lograrán los estudiantes pasar a 5º Curso? ¿Y después salir de Bachilleres? No se pierdan el inesperado desenlace…