LOS PLACERES DEL ALCOHOL
Por: Jorge (Charamila) Fuentes |
Para disfrutar de los verdaderos placeres del alcohol debés, ante todo, diferenciarte de esos borrachos que chupan porque les gusta el guaro y ya está. Un refinado como vos no puede entregarse a la bebida sin una razón complicada que sirva de tema principal y único para entablar conversación con todas y cada una de sus víctimas. Empero, hay que explicarla en un tono entre dolido y pendejo mismo que, sin lugar a dudas, desubicará al incauto. La mejor razón que yo he encontrado es la de que chupo porque los envidiosos no reconocen mi genio. También es de mucho efecto el clásico de clásicos “yo sé que a vos te caigo mal pero, pese a todo, te quiero como a un hermano”. La eficacia es mayor si a la víctima se la agarra de la solapa para evitar que se nos salga de alcance y se mantenga, a la vez, a una distancia segura. Y es que si se le habla ligeramente pegado a la nariz, es mayor el placer. Todo aquel que resista este trato debe ser clasificado como típico amigo apenado, especie que se pasará toda la noche tratando de enmendar las cagadas que hagás. Por ello merece todo lo que le pase… y una cuarta más.
Ninguna moronga es completa mientras no empecés a llevar la contraria al clima general de la reunión. Si se trata, por ejemplo, de un velorio debés llegar “discretamente” vestido a la hawaiana. En el cumpleaños de la abuela de tu amigo expresá en alta voz que la cumpleañera presenta ya síntomas inequí-vocos y evidentes de Alzheimer. En unos quinceaños podés contar recio que la chava de la fiesta te parece conocida porque la viste una madrugada bailando en Las Parejas o saliendo del OMNI. También es fundamental el capítulo que se refiere a la falta de equilibrio y discernimiento. Hay que tropezar con las vajillas y floreros, con las libreras, con las torres de CDs y con las esposas de los amigos. No hay que colisionar con vehículos en movimiento, panales de abejas africanizadas o polícías reciclados porque entonces ya no serías bolatín sino un perfecto mula.
Hacé circular el dogma de que, inequivocadamente, uno de los mayores placeres de ingerir alcohol es encontrarle una gran profundidad a cualquier babosada que se nos ocurra. Esto, por supuesto, es falso. Lo verdaderamente nice es contársela al primer penitente que se nos atraviese. El éxtasis nunca será completo sin antes haberla repetido un número de veces no menor a las quinientas. La voluptuosidad se acentúa si se elige como confidente a cualquier amigo que esté a punto de levantarse un su cuento y se halle presto a partir para el puerto de San José. También es oportuno discutir la cosa con aquellos que están a punto de descubrir la Verdad Absoluta, asunto que hasta podría ocurrir cualquier día de éstos si no hubiera en el mundo gente como vos para evitarlo o retardarlo. Los intentos de represalia y venganza de la víctima siempre se verán frustrados por el conjunto de alcahuetes que invariablemente gritará: “¡Dejálo vos, no seas pura mierda!. ¿No ves que ya está bien socado?”. Es asombroso constatar cómo desarma a los espíritus ingenuos el que les expliquen precisamente la razón por la cual querían reempujarnos verga.
No se debe amarrar buitre nunca sin preceder la acción de previas amenazas y anunciadores buches. Tampoco debe buitrearse sobre uno mismo sino sobre una alfombra persa, sobre el sillón Luis XV de la sala, al interior del piano de cola o adentro del microndas. En ambientes más modestos, bastará con apuntar al minicomponente o al radio. Poner los ojos en blanco confiere una expresión trágica que usualmente provoca expresiones tales como: “¡Pobrecito aquél! El guaro lo está matando, muchá…”. O aquella de “¡Este pisado va por el mismo camino de Garrincha que se murió de una soca!”. Hacerse el dormido inmediatamente ayuda a contener y a ocultar la risa. Este es el segundo momento apropiado para llevar la contraria: se debe contestar como una fiera a los que tratan de despertarnos amablemente y con una gran mansedumbre a los que ensayan el tono autoritario. Esto produce confusión y caos totales. De vez en cuando vale la pena entreabrir los ojos para ver la expresión del cuate apenado quien, a estas alturas, ya estará recitando, todo compungido, la recurrida jaculatoria aquella de “¡Me carrocea la gran puta! ¡Siempre es lo mismo con este serote!”.
El momento de dejar la reunión puede llevar a la culminación de los goces. Nunca hay que hacerlo sin amenazar varias veces con volverse a quedar dormido en el sofá de la sala o en el cuarto principal de la casa. Encerrarse en el baño durante varias horas también crea un cierto grado de expectativa que se torna exquisitamente mayúsculo si es el único cuarto de baño de la residencia visitada. Para aumentar la nerviosidad del anfitrión, es útil negarse a partir sin la compañía de otros cuatro o cinco bolos quienes se irán durmiendo por turno o indisponiendo mientras avanzan las discusiones sobre en la casa de quién estamos o si hay que esperar a que sirvan el del estribo o toquen el son.
Cuando al fin te lleven cargado hasta el carro habrá empezado la etapa en la que todos los goces habrán de obtenerse a costa del cuate apenado quien es, invariablemente, el que maneja el carro. Es el momento de proponer ir a comer paella al mirador de San Lucas o de ir a despertar a un cuate que es guitarrista y que vive en Ciudad Quetzal, provocaciones en las cuales usualmente el chofer cae y que dan el valiosísimo chance de preguntarle, una vez llegados al lugar, que a quién putas se le ocurrió ir allí. Al regreso es interesante hacer parar el carro a cada rato que para amarrarte los zapatos, que para orinar en una pared o, en vez de hacer lo anunciado, para ponerse a platicar con un pizarrín que a esa hora anda vendiendo números de la rifa de la Sociedad Protectora del Niño. Las direcciones se deben dar equivocadas. Es delicioso ir sobre el periférico para decirle al chofer: “Te pasaste mano”. También lo es gritarle mierdas a los policías de los retenes sea que ordenen o no parar el vehículo.
Las inmediaciones de la casa de uno resulta ser el lugar más apropiado para volverse a fondear con lo que se consigue que todos los demás compañeros de viaje empiecen a divagar sobre el tema “No sé, hombre, como que dijo que vivía por aquí” o “Yo lo traje una vez pero ya no me acuerdo”. Si vivís en un edificio de apartamentos, hay que fingir que perdiste la llave y que no te acordás del número de tu changarro. Esto obliga a los bondadosos cuates a tocar todos los timbres del edificio lo que, usualmente a esas horas de la noche, ocasiona los inevitables muertos y heridos. La trifulca se puede observar desde cualquier sitio privilegiado. Y si el Ministerio Público o la policía te interrogan sobre lo que te consta del vergoloteo, es el momento para llegar al arrebato de los placeres de la noche, al non plus ultra de la fucking night y cerrar con broche de diamante diciendo:
–“No sé qué les pasa a esos señores pero es evidente que están completamente borrachos. Como ciudadano respetuoso del estado de derecho exijo de ustedes, autoridad legítimamente constituida, que estos antisociales sean conducidos a donde corresponde y consignados ante juez competente para que se les aplique la ley con todo su rigor. Dura lex, sed lex. Dixit”.
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