POR QUÉ SUBDESARROLLADOS
Por Jaime Francisco Arimany Ruiz/Prensa Libre
Se terminó el 2007, los años parecen ser cada vez más cortos. Sin embargo, siguen teniendo 31 millones 560 mil segundos, salvo cada cuatro, que tienen 86 mil segundos más.
Recuerdo la teoría de que cada vez el tiempo nos parece más corto porque, cuando nacemos, nuestra memoria está vacía, la vamos llenando segundo a segundo y, al cabo de los años, el tiempo último guardado, al compararlo con el tiempo almacenado, es cada vez menor.
En el fondo de nuestro ser, cada principio de año nos preguntamos: ¿qué hicimos el año pasado? ¿Aprovechamos todos esos millones de segundos? ¿Logramos nuestros objetivos? ¿Cómo es posible que vivamos cada día tantos segundos y comúnmente, al terminar el año, sintamos que no hemos logrado gran cosa? ¿Qué haremos este nuevo año?
Los años pasan, e inexorablemente nos vamos acercando al fin del tiempo que nos fue concedido; para algunos son unos pocos, para otros sobrepasan los cien años.
Normalmente, la muerte de los jóvenes es consecuencia de accidentes, y la de los ancianos, la vejez; las enfermedades no tienen miramientos, atacan a cualquier edad.
Este año, los bachilleres de 1958 del Liceo Guatemala esperamos celebrar nuestro aniversario de oro, 50 años. Aproximadamente, un 30 por ciento de los ex alumnos ha dejado este mundo; estarán presentes en nuestras mentes y en nuestras oraciones. Confiamos ilusionados que sus espíritus también lo estén.
Se planifica una reunión a la cual no solo asistan los que recibimos el diploma, sino también aquellos que durante los 11 años de estudios fueron nuestros compañeros, desde los primeros años en el Colegio San José de los Infantes, el cual, al entregar los hermanos maristas el colegio al Arzobispado, como lo habían hecho otras órdenes religiosas previamente, formamos filas en uno nuevo, el Liceo Guatemala.
El año pasado tuvimos varias reuniones e hicimos contacto con compañeros que no habíamos visto desde que nos recibimos; muchos de ellos viven en el exterior. La emoción de escuchar vía telefónica o por correo electrónico las voces o las notas de aquellos compañeros, quizás no presentes en la memoria, hizo retroceder el tiempo; el cariño al amigo de la niñez y de la juventud, escondido en el fondo del alma, trayendo recuerdos no recordados, impactando los sentimientos, haciendo brotar en la mente otros nombres, otras caras y a aquellos seres queridos, compañeros de las aventuras de la juventud que se nos adelantaron, y que ya no veremos sino hasta que abandonemos esta querida tierra.
Aquellos maestros, que nos encauzaron en la ruta del aprendizaje, y que en mayoría ya partieron al infinito, arriban a nuestra mente y a nuestro corazón, trayendo memorias de toda índole, pero dejando una gran nostalgia; en lo personal, sintiendo no haber podido devolver, de alguna manera, esos decenios de millones de segundos que nos brindaron y compartieron con nosotros.
No podría dejar de reconocer y agradecer el sacrificio de los hermanos maristas, que dejaron su hogar, a familiares y amigos, para entregarse al servicio de Dios a través de la enseñanza a la niñez, abandonando sus bienes y la oportunidad de formar su propia familia.
Nota: agradezco al fiscal general de la Nación, Juan Luis Florido, y al cónsul de Guatemala en El Salvador, Luis Eduardo Ferraté Hemmerling, sus gestiones para traer a Guatemala el 31 de diciembre, día siguiente a su muerte, los restos de mi querido sobrino, Rodolfo Castañeda Arimany.
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