A MI FAMILIA, AMIGOS Y AMIGAS, A QUIENES TANTO QUIERO, ESTIMO Y APRECIO. (*)
(*) Este es un mensaje de realidades de vida, de exaltación, recuerdos y retornos de este año que
finaliza. Mi fin es que nos llame a la reflexión a todos, ya que algunos podrán
haber experimentado situaciones similares.
Les ruego disculpen su extensión.
“ . . . Soledad, es tan
tierna como la amapola, que vivió siempre en el trigo sola, sin necesitar de
nadie ¡ay mi Soledad!” . . .
“Es natural como el agua que llega corriendo alegre desde el manantial
. . . no sabiendo
ni a donde va, qué
feliz vive mi Soledad . . . “ (fragmentos de la canción
SOLEDAD del cantante y compositor español Emilio José –José Emilio
López Delgado- ganador con la misma del Festival Benidorm de 1973)
Como
se ha vuelto
costumbre y para mí tradición, cada fin de año les hago partícipes de
episodios vividos, de mi
morriña, de mi saudade . . . mis nostalgias y melancolías. Algunas
placenteras,
otras no tanto, porque siempre se dan las groseras y ultrajantes, esas
que te
calan hondo, pero que no es cuesta arriba afrontarlas con bravura,
arrojo y
coraje, más también en ocasiones con una
ira y cólera indignantes, pero jamás rehuirlas. Aunque debo confesar
que para mí es difícil arrostrar
las adversidades y las emociones, me es harto dificultoso sobreponerme a
los
contratiempos, porque tengo muy adherida la resiliencia desde el punto
de vista
de la psicología positiva. Más ya repuesto, refulge el ánimo y la
rememoración cordial, aunque sea de
luchas en parte estériles e infecundas, muy inútiles y yermas; pero que
con
afán, decisión y encomio tratamos de realizar y pretender alcanzar. Hoy
he
preferido no compartir mis actitudes ignotas, mis parafernalias o mis
desazones,
sino aquellas tenaces y memorables y en
parte vivificantes en mi vida terrenal
del año que finaliza y que viví intensamente, con esa que estimo y creo
fue una
correcta realidad de vida. Debo comentar que tuve una compañera, que
jamás me
abandonó, esa SOLEDAD presente que no me causó temores, sino más bien me
hizo
crecer en espíritu y esencia. Hace algunos años, yo receloso creí que
la soledad era una
ingrata parte de la vida y no entendía jamás cómo es que llega a
soportarse; y que aquellos que la padecen viven en abandono y
desgracia,
descuido y grande tragedia. Más la soledad que es mía y de nadie más, me
produjo evocación de dichas o de reveses, de triunfos y bofetadas, de
afrentas
y desafíos. Pero estemos claros que los golpes, contrariedades y
hostilidades nos
hacen madurar. Yo al menos no delinee fronteras ni construí muros,
cuando
sentí que podría ser demolido por tantos
topetazos severos. No lo interpreten mal, pero no es una soledad de
amistad y
compañerismo, cariño, querencia y ternura; es una soledad de
revitalizar,
evidenciar y reconfortar la vida, no es una soledad desapegada o de
abandonos repleta. Es un
aislamiento buscado por cosas que son de la inmanencia del alma o de
aspectos que
tal vez suenen ser dislates o asperezas, pero que son reales porque te
sacuden, incluso
aquellos que son de la muerte, pero en nada deben ser aterrantes, porque
cada
segundo, minuto, hora, día, mes y año, no sólo denota que los estemos
viviendo
y nuestro tiempo transcurriendo, significa también que poco a poco
recorremos
la vereda hacia el postrer destino. No es desamparo o retiro, ni
carencia de júbilo
o regocijo, ni sinsabores apañados. No es esa soledad que afirmaba Ramón
Gómez
de la Cerna, “para estar completamente solos tendríamos que desprendernos de nosotros
mismos”, sino esa soledad a que
se refirió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer cuando afirmó, “la soledad es la suerte de todos los
espíritus excelentes”. Porque a mí la soledad no me llevó a la deriva ni al
desvarío, mi soledad fue un cántaro de agua cristalina, pura y límpida. Fue un
bálsamo de animación, de dicha y por qué no decirlo, de sentirme orgulloso y
exaltado, pulcro y denodado. Es tan sólo un valor sentimental que a mí me
resulta agradable. Igual siento estar acompañado que ingrimo, desolado y
solitario, porque no es sequito amoroso ni una locura invernal, que ahora con
64 años inventé una reclusión para obtener una patente, o esto que algunos creerán parte de
una estolidez insana o vesania frenética
o un bipolar bloqueo mental. Mi soledad
no tuvo ahogos, no me sentí eremita, sino habitado y mundano. Mi fuego jamás se
apagó, pues creo me encendió en cordura y me dio nueva luz, porque como bien afirma Paulo Coelho, “un
guerrero de la luz usa la soledad, pero no es usado por ella”. Porque la luz de mi razón jamás ni
nunca se agotó. Trate de hacer las
cosas en el hoy, no relegarlas al mañana. La soledad me hizo sentir más humano, porque para mí la soledad tiene color
de esperanza, ya que como dice un refrán japonés, “es mejor viajar lleno de esperanza que llegar”, mi retiro no fue un
aislamiento corporal, lo sentí espiritual como un soplo de dulce armonía, el
canto del ruiseñor, la calidez de un abrazo sincero y vigoroso, ese calor amigable
de ardientes fogatas, porque mi soledad fue jubilosa, de oleajes fuertes y detonantes
con el aliento bramante de océanos. Y cuando despertaba al alba, mi imaginación
volaba pensando en los girasoles, en deshojar margaritas, las generosas violetas, en la
hermosura y rareza de nuestra Monja Blanca y su “encanto de diamante”, las flores de mil colores, en el rojo vivo
del geranio, el aletear y el aplauso del colibrí, el verdor de las praderas, el
quetzal y sus bosques lluviosos, los majestuosos volcanes, las sierras y
cordilleras, Alberto Velásquez y su “Canto
a la Flor de Pascua”, Werner Ovalle y su “Padre Nuestro Maíz”, Otto René y su “Patria Peregrina” y su épica, revolucionaria, consecuente,
imperecedera y siempre vigente, el “Vámonos
Patria a Caminar” . . . y en el rociado y dulce olor de mi tierra,
porque “la naturaleza es un artista
original”. Pensé y batallé lo que se me antojo pensar o idealizar, y
despreocupado pero siempre juicioso y ponderado, lance mí convicción e ideología, y si replicas por
ello tuve, también supe argumentar y ardoroso rebatir, más como
ha sido mi estilo de vida, en ningún lugar ni tiempo fui un intolerante
ni jactancioso fanático, y no pretendí en ninguna estancia, ideas ni dogmas
imponer. Y definitivamente decidí, es mi pretensión y decisión,
jamás cerrar las puertas al recuerdo y pasajes de vida arrinconar. Ya que aunque no persigas los recuerdos, ellos
se aparecen con frecuencia. Más no le temo a los mismos porque la mayoría, creo
me hacen recapacitar, ir en búsqueda de la excelencia en mis emprendimientos,
sobre todo en la literatura; leer y estudiar cada día más y tratar de mejorar
con normas deontológicas de una severidad estrictamente ética. No fui draconiano
ni inflexible, sino tolerante y comprensivo. También tuve sueños vagos e
imprudentes, cavilosos e imprecisos, más otros definidos y juiciosos, encumbrados
y llenos de tranquilidad y equilibrio emocional. Yo como todo humano desde niño
tuve sueños y los he seguido gozando, pero sé que nuestras ficciones y verdades,
no siempre las realizamos o se quedan inconclusas. Mis sueños no fueron gotas,
sino estruendosas cataratas; y mis
esfuerzos y afanes fueron impregnados de una inmensa y vasta fortaleza y
creencia. Y cuando experimenté llantos, los borré con una sonrisa o una
gesticulación agradable y de entusiasmo.
Porque no fue una soledad lagrimal y cruda que desdibujó mi existencia. Para mi
esa soledad fue conjunto de estaciones, la sentí ser recio invierno, un abrasador verano, un presente otoño de mi
vida y una revivida primavera. Tal vez no fui diligente, ingenioso, sobrio ni talentoso,
pero disfruté de alegrías, paz, quietud y serenidad, en el entorno de vientecillos
de brisa de frescas, flamantes y trepidantes cascadas. Y como nos cantó Neruda,
“. . . nada contaba ni tenía nombre, el
mundo era del aire que esperaba”.
Formulé repasos de
vida y de nuevo me animó que tengo amigos y amigas de todas edades, religiones,
profesiones, actividades diversas y uno que otro vago o vaga, precipitados, atolondrados
o trotamundos, esos simpáticos bribones disparatados que aún viven como si
fueran patojos, pero a todos los aprecio y quiero por igual, todos son mis
panas . . . mis compinches; pero más
que todo son amigos de sueños. Les tengo un cariño cordial, efusivo y de apego recíproco, y con ellos
es muy placentero recordar viejas
vivencias, jodarrias y mofa franca, evocar esos dones que poseemos, aquellos que
carecemos, pero sobre todo nos ufanamos de las cumbres conquistadas. Por ello compartir
con los camaradas es algo muy confortable, revivir los años juveniles, vitales
y energizantes que ya nos deshabitaron y hace tiempo nos dejaron. Evoqué con
suma nostalgia, a todas y todos quienes ya nos abandonaron y nos privaron de su
presencia, más hoy navegan vigilantes en nebulosas de cielo, donde tocan
las estrellas y les alumbra la vida el
candil de nuestra luna. Tenemos etapas duras, inciertas muy imprecisas, oscuras
y toscas, que nos invaden pronta y repentinamente; esas son las que marcan las veredas del temor y del recelo y a
veces nos penetran tanto y nos causan
hecatombes. Pero cuando esto acontece retroceder es de hombres. Jamás debemos permitir vivir sólo de
recuerdos, evocando viejos lirios, rosas de recordación pasajera, renegar
vicisitudes, violetas que emancipamos, frivolidades muy cursis o poemitas
insulsos. Por ello en mi madurez ya avanzada, y con un existir vivido en forma un
tanto exabrupta, grosera y exagerada; y en ocasiones conculcantes, transgresoras
y vulnerables, escudriño en mi testimonio, en mi recorrer de rutas e historia,
en aquellos eventos que son luz de mi memoria, para tratar que mi devenir
futuro, no escarnezca y menosprecie, que sea como el retorno del ave que luego de golpearse un ala, logra remontar de nuevo .
. . con gran libertad su vuelo.
La soledad te
retorna y retrotrae muchos años en el tiempo, recordando escenas amigables o
desequilibradas, de tantos y tantos lugares frecuentados, donde hallamos cobijo
y morada en esa agitada y confusa adolescencia o en lances y vicisitudes de
nuestra madurez, algunas insultantes y sombrías, otras que sentimos luminosas y
legendarias; reviviendo rancios recuerdos, cientos de imprudencias y anécdotas,
tus cuitas y tus desvelos, unos con pequeñas dosis de rememoranza y desamparo, varios
fugaces o audaces, algunos de timidez o atrevimiento, otros de melancolía y
pena. De cosas que agujerean fuerte o
profunda y dulcemente reviviendo un corazón cotidiano, y el mío así ha sido siempre,
“un corazón cotidiano de cotidiano vivir”. Mi soledad no es una inventiva, ni tirantez,
alejamiento o destierro, simplemente es añoranza y tolerancia. Porque como rezan
estos fragmentos de una balada del canta-autor argentino Leonardo Favio, “ . . . mi soledad . . . mi tristeza, esa es mía y nada
más . . . su andén es mejor, vivo en soledad ”. Porque a mí la soledad me enriquece,
me da bienestar y crecimiento en mi esencia. Mi soledad no requiere de frases
cariñosas, ni expectativas ni albergues; algún querido amigo me aconsejó que
aunque suene egoísta o egocéntrico, pensara primeramente en mí, para meditar,
ponderar y revisar mi vida, logrando así mejorarla en sus derroteros y metas, ya
que al estar yo reconfortado y en paz conmigo mismo, mis seres amados estarán
bien o mejor que yo. Vino entonces a mi mente
esa frase de los gringos, “if you are okay, they are okay” -si tú
estás bien, ellos están bien-.
Más creo que este 2014, aunque en lo material no fue del todo
halagüeño, si lo fue en lo espiritual, tuve sucesos de vida placenteros
algunos, otros transitorios y huidizos.
Volví a tener angustia, ansiedad y miedos cervarios, pero logré enterrar
mis temores. No me atormentaron como en otros tiempos. Viví nuevas rutas de
existencia y otras huellas marcaron mi destino y con mi andar de solidaridad y apego,
creo haber señalado y dirigido por rumbos correctos y firmes a otras personas,
que ahora son nuevos amigos de vida. Logré alcanzar algunas metas, otras quedan
esperando. En 2013 publiqué un segundo
libro y este año un nuevo tiraje del mismo y sé que a algunos amigos y lectores
les llegó vertiginoso con mis prosas y mis versos. Más ahora en el invierno de
la vida tengo una nueva tarea con mi inseparable amiga, esa literatura fresca
que con el tiempo he tratado de mejorar en su estilo y en mi juicio sobre la vida y su praxis. Ojala el
Creador me dé más tiempo y me inyecte excelencia, sobriedad, criterio y animosa
claridad, pues estoy ahora enfrascado esbozando los apuntes y bocetos para
crear y escribir dos nuevos libros.
Sé que ya se habrán
dado cuenta, pero en cada mensaje de fin de año, es un arrebato e impulso recordar
a los ausentes que cayeron en esa lucha NO estéril, porque antes se nos negó
la voz y la palabra con el rugir de metrallas, la piel herida sangrante de la
tortura “con las vendas negras sobre
carne abierta”, la desaparición forzada o la desesperación del exilio
político; más desde hace algunos años, nuestro pensamiento y verbo, creo
podemos gritarlo y lanzarlo fuerte, abierto y claro, con creencia muy puntual,
cierta y siempre sincera, aunque a esa elocuencia a veces se la lleve el
viento. Nunca he logrado distanciar de mi memoria y ahondar profundamente en esa
evocación y melancolía, por aquellos mis amigos y compañeros caídos en esa
lucha cruenta y violenta que fue la más larga del continente americano, y que
murieron combatiendo en los cerros, montañas, sierras, colinas y calles de las
ciudades en defensa de sus ideales y convicciones socialistas. Y repitiendo lo
que hace algunos años les comenté, “en la
Escuela de Derecho tuve amigos de rebeldía y
lucha, de revolución y acción, por cambiar las estructuras oligárquicas
de este pedazo de América, un país subdesarrollado, pobre y siempre
desangrado, por esos parias que hirieron, torturaron, mutilaron y también
asesinaron a miles de compatriotas, cuyo único pecado fue ser humanos
inteligentes y reflexivos, que simple y sencillamente usaban el pensamiento y
la pluma, como su única arma en la lucha por la vida”. Por ello, como no remembrar cada año a esos mis grandes amigos de la ESCUELA DE DERECHO, mis cordiales y cómplices cofrades, a
todos mis MAESTROS asesinados por el único hecho de “pensar diferente”, a cómo NO razonan NI piensan las oligarquías desde la
época de la conquista, que lo único que han hecho es cambiar de tacuche o de
asociaciones gremiales o de grupos paramilitares; más carecen de principios y
raíces solidarias, porque la verdad y objetivo para ellos es seguir la
explotación y estigmatizar a los racionales y sensatos pensadores, como esos
intelectuales amigos ajusticiados por ser razonables y juiciosos; por
tener inteligencia, lógica y discernimiento,
ser abanderados de ecuanimidad, discursos y proyectos de un abierto,
esclarecido e insigne humanismo. Porque
fuimos muchos los de la generación de los
60s’ y 70s’, que nos involucramos
en la acción rebelde y política desde las aulas de nuestra Tricentenaria
Universidad de San Carlos, nos enrolamos con el vigor de la juventud y con
ideales maduros, con pensamientos ciertos y de rebeldía, provistos de firmeza y
buena fe, sabiendo que los caminos que abrazamos eran peligrosos y temerarios,
tal vez precipitados y en parte
inciertos. Más puedo afirmar con verdad y sin equívocos que en esas
generaciones encontramos hombres y mujeres valientes y arrojados, con rasgos de
osadía e intrepidez, figuras heroicas y ejemplares. Por ello y por nuestra formación, no pudimos
ser indiferentes ante la INJUSTICIA TOTAL de un sistema opresor, que ahora más
que antes, ha sido un desfile interminable de políticos mediocres y ambiciosos,
ladrones y depravados, impreparados y petulantes, corruptos y serviles, indiferentes
y malvados, que definitivamente tienen personalidades discutibles,
destructoras, opuestas y hostiles a la democracia, que nos orillaron a ser un
Estado fallido y que están haciendo
desaparecer a Guatemala como República.
Siempre con cariño
recuerdo a mis amigos constantes y querendones de primaria, con las Hermanas de
la Caridad de la antañona “CASA CENTRAL”, sobre todo a nuestra querida Sor
Ángela Salazar, la dulce y en ocasiones gruñona monjita que me enseñó mis
primeras letras; a mis amigos
afectuosos y permanentes de secundaria
de mi colegio mariano el “LICEO GUATEMALA”, donde los Venerables Hermanos Maristas,
religiosos humanistas que me inyectaron y forjaron disciplina, mi profunda
conciencia social y mi aberración constante por la injusticia infamante,
ultrajante y oprobiosa, que aún a estas alturas del inicio de un nuevo siglo,
la seguimos viviendo y sufriendo. Porque aunque suene jactancioso, yo sí fui y sigo siendo un
practicante de la opción por los pobres y los desposeídos, de “Los
Condenados de la Tierra” a quienes cantó Franz Fanón. Continúo teniendo a los amigos de siempre y a
otros que se han enrolado en esta grande cofradía en mi transitar de vida, quienes al igual que
yo “les duele tanto esta Guatemala”.
Amigos todos siempre valiosos, que han sido fuerte muleta cuando mis fuerzas
flaquean, mi ánimo se aherroja y la rigidez me invade, brindándome su hombro solidario
y fraternal cuando tengo que llorar o diseminar
sollozos y me impiden claudicar.
La soledad que les
comento no fue para mi vida, ni
tempestad ni borrasca, ni esclavismo u opresión. Son esas pruebas de existencia
pero que no me han abatido; utópicamente
invento que nací sólo y así puedo seguir
caminando, pues mi compañera constante
es mi palabra y mi verbo, mi prosa y la copla amiga. Y para esto únicamente
necesito un pedazo de papel, de un bolígrafo, de un lápiz o de una pluma o sentarme ante el teclado a
intentar garabatos y remedos de escritura, de insolencias o irreverencias o de congruentes,
lozanas, redimidas, decididas y emancipadas grafías.
Confieso tuve tropiezos,
recaía muchas veces, más nunca empeoré en las crisis y dificultades que la vida
me presentó, porque con temple y vigor
puedo afirmar muy ufano, que siempre logré derrotarles. Más en esto debo
agradecer, que DIOS fue el sostén para darle el rostro a los retos y me
impregnó su ternura, me insufló valor, solidez y vergüenza para sentir un nuevo
y cautivador sol en el amanecer de mis tormentas. Más también aprendí a no ser siempre
confiado, porque como dice aquel refrán, “confiar
es ir por la senda del desengaño”.
Ya que en ocasiones aquellos a quienes brindas y entregas tu amistad y
confianza, te hacen recelar y temer con sus acciones o con sus omisiones. No
hay confianza cuando esta es
insegura, inclemente y medrosa.
Lo
que si me causó
más dolor y no sé por qué se acrecentó precisamente
en este año, fue la ausencia de mi padre, a quien vivo reclamando por
qué nos
dejó tan pronto. Me retornan los momentos que pasamos juntos muy unidos,
cohesionados cual amigos él y nuestra madre; felices y bulliciosos,
desde cuando
con mi hermano éramos esos niños retozones y en muchas ocasiones
insumisos, desobedientes,
revoltosos y aventurados; mi juventud
incontenible, amotinada, sediciosa, nihilista, rebelde y tozuda, sus
constantes
consejos amorosos, fraternales y siempre prudentes y atinados; nuestras
discrepancias de trabajo, porque yo
al igual que él abracé la abogacía, pero en lo que si no tuvimos
divergencias jamás, fue en nuestros sueños y visiones, de ver y vivir
algún día en una Guatemala diferente, no la
Guatemala profunda, tiranizada y
lacerante, la cruel e inhumana que desde tiempos permanentes y continuos
estamos
viviendo. Mas él seguramente vive en una rutilante galaxia, puede tocar
las
estrellas, solazarse en la magnificencia del firmamento, observar el
fulgor de
los cometas, contemplar el halo de la luna, ver de cerca los luceros,
convivir
con mis abuelos, con mis tíos, sobrinos y primos y conversar con su
Dios. La única
soledad de cariño, que confieso tengo y seguiré teniendo, es la ausencia
de dos
de mis nietos, María Laura y José Alejandro, quienes son muy chicos para
entender ese alejamiento forzado
hacia su abuelo, por la imposición dañina de sus padres de no
llamarme desde hace más de dos años, mucho menos visitarme; más en fin
ese es problema de mi hijo mayor Alejandro. ¡Ojalá que cuando
recapacite, si es que la soberbia se lo permite, ya sea tarde y no me
encuentre!
La
vida es
impredecible, nos da en muchas
ocasiones esos golpes tan severos que son fuertes bofetones,
aquellos que remueven el alma y sacuden nuestro juicio o algunos otros
sucesos
que aflorando a nuestra mente despertaron más conciencia, nos dieron a
beber ciencia, nos pusieron a las puertas
de esos sueños que anhelamos; algunos los alcanzamos, más la mayoría de
ellos se quedaron
en nostalgia, en fantasía y
quimera, hospedados en memorias. Para otros la vida es como un tempano
que a pedazos gigantescos desmorona a
cada instante y les cala con angustia, sufrimiento y mucho vacío. Y
para ellos vivir, es un
incendio de delirios, arrebato y paroxismo; viven intensamente, muchas
veces
con excesos y son estos abusos constantes los que por fin les aburren,
les
causan tedio y hastío, inyectándoles asfixia y les llenan de infortunio;
pero
cuando esto sucede tienen la vida tan deslizada en forma muy turbulenta,
que no
hay paz en su interior y se tornan cada día, virulentos y mordaces,
inseguros y dudosos. Y
acudiendo a la metáfora, la vida es un
libro abierto que nos enseña a vivir, lleno de benevolencia y valores,
más
también de sinsabores, de temores, dudas y desbarajustes,
que cada día le pasan raudas y ligeras las hojas que son el correr de la
existencia, y cuando se lee todo y llegamos al capítulo de
conclusiones, al
desenlace y epílogo, es cuando la vida está arribando a su última
estación, esa
presencia temporal en la tierra está en
su punto de ocaso . . .
Este
año viví en toda atmósfera y ambiente y realicé algunos sueños, sé
que todavía faltan algunos abandonos y algunas rebeliones, pero
a mis torbellinos casi nunca nadie pudo amainarlos, debilitarlos y
plegarlos,
porque yo palpito y mi latido es a mil. Y creo que esos vendavales me
seguirán
lacerando pero jamás dañaran la inspiración de mi pluma, aunque tengo en
ocasiones lagunas, omisos y olvidos y mis palabras se fruncen, son
raquíticas y se arrugan; ese río de vocablos y facundias
se seca en ocasiones de pronto, pero de repente vuelven en cascada
vocales y
consonantes y me las vuelvo a zurcir con
el cáñamo o el cibaque más fuerte, para que no se despeguen de mi
cerebro y mi
piel. Porque sin el numen e inspiración,
las palabras son baldías, desiertas, muy solitarias y es imposible
escribir y
llevarlas al papel, cuando el soplo y la sugestión no fecundan,
germinan y nacen en el calor de un corazón. Ya
que como bien dice una estrofa de la
maravillosa canción de los años 70s’ de
la inglesa Jeanette, “ . . . y tengo el corazón de poeta, de
niño grande y hombre niño . . . “
o como nos canta nuestro Ricardo Arjona en su balada Soledad, “la soledad es entender por fin, que no hay mejor compañía que la soledad . . . “
Más también tengo
otro amigo, que muchos de ustedes conocen y cuesta un chingo tratarlo porque es
algo quisquilloso; es mi Duende el
nigromante, mi hechicero y grande cuate, que a veces me hace rabietas y bulliciosos
berrinches y por períodos me abandona y
se aleja sumamente emputecido, pero yo mismo comprendo que lidiar con un
carácter como el que llevo en el cuerpo, el corazón y la mente, es a veces
abrumante y sofocante. Y cuando sufro ayunos de sueño estos siempre algo me dejan, porque
todo o casi todo, lo que en mi vida he escrito para el mundo literario y periodístico, lo he logrado
en mis vigilias. Me da el impulso de artista, me inspira, me ilumina y
entusiasma; aunque a veces de mi pluma salgan muchas pendejadas, una que otra
cabronada, un sin fin de pretensiones, versos sombríos y amotinados, algunas
cursilerías y muy pocas certidumbres o equilibrados
grafemas, naciendo mi encendida poesía y prosas irrefrenables o sumamente
indomables. Porque para mí escribir me inyecta autonomía y realidad, más a
veces es complejo que la imaginación y la inventiva se presenten tal y como la
deseamos, para imprimirle esa peculiaridad personal, que en lo que a mi
atañe siempre ha sido un estilo con una particularidad enérgica y
neuronal, ya que busco que lo plasmado en el papel, sea intenso, espontáneo, sólido,
impactante y perdurable, ya que estimo que es allí en donde se palpa la belleza
artística, de quienes nos sentimos ser artesanos de las coplas y los versos.
Lo que me tiene
aprisionado es no poder enteramente dedicar mi vida y esfuerzo, con mi aún
lucidez de mente, para sólo seguir escribiendo, porque creo que mi Duende
puñetero, hace que con frecuencia mi
quehacer se dirija a conjugar o desconjugar las letras y dar nacimiento a poemas y prosas que para mí son hermosas,
palpables, desafiantes y otras muy temerarias, porque están impregnadas de pujanza y dinamismo, y ese atisbo
de poco brío que desde mis diecisiete años, sentí para mí ser un oficio y convertirme en orfebre de palabras,
que es un trabajo creativo, preciso y relajante, tornándome en “escribiente”.
Más cada día se vuelve más
dificultosa la vida y por ello me dedico con ahínco a practicar la
Ciencia del Derecho y continuar en la senda de buscar y rastrear mí
siempre latente y presente utopía: ¡Que en este país haya JUSTICIA SOCIAL!
Bendiciones a todos
ustedes y que el Niño Dios, esté con sus familias en estas fiestas de
meditación; que no seamos esclavos de la dictadura del consumismo en Navidad, que
es exorbitante,
derrochador, exagerado y desmedido; que se torna en un trasiego mercantil
dominante, que nada tiene que ver en absoluto con los reales y ciertos valores
de solidaridad, paz, misericordia, piedad y amor que nos trajo el Niño Jesús
cuando María alumbró en Belén, no en una cuna de reyes, sino en un humilde pesebre.
Guatemala, 20 de diciembre
de 2014.
Flaminio
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