PROMO66 LICEO GUATEMALA

viernes, diciembre 26, 2014

A MI FAMILIA, AMIGOS Y AMIGAS, A QUIENES TANTO QUIERO, ESTIMO Y APRECIO. (*)


(*) Este es un mensaje de realidades de vida, de exaltación,  recuerdos y retornos de este año que finaliza. Mi fin es que nos llame a la reflexión a todos, ya que algunos podrán haber experimentado situaciones similares.  Les ruego disculpen su extensión.

. . . Soledad, es tan tierna como la amapola, que vivió siempre en el trigo sola, sin necesitar de nadie ¡ay mi Soledad!”  . . .   “Es natural como el agua que llega corriendo alegre desde  el manantial  . . .   no sabiendo  ni a  donde va,  qué  feliz  vive mi Soledad . . .  (fragmentos de la canción SOLEDAD del cantante y compositor español Emilio José  –José Emilio López Delgado-  ganador con la misma  del Festival Benidorm de 1973)

Como se ha vuelto costumbre y para mí tradición, cada fin de año les  hago partícipes de episodios vividos, de mi morriña, de mi saudade . . . mis nostalgias y melancolías. Algunas placenteras, otras no tanto, porque siempre se dan las groseras y ultrajantes, esas que te calan hondo, pero que no es cuesta arriba afrontarlas con bravura, arrojo y coraje, más también en ocasiones con una  ira y cólera indignantes, pero jamás rehuirlas. Aunque  debo confesar que para mí es difícil arrostrar las adversidades y las emociones, me es harto dificultoso sobreponerme a los contratiempos, porque tengo muy adherida la resiliencia desde el punto de vista de la psicología positiva. Más ya repuesto, refulge el ánimo y la rememoración  cordial, aunque sea de luchas en parte estériles e infecundas, muy inútiles y yermas; pero que con afán, decisión y encomio tratamos de realizar y pretender alcanzar. Hoy he preferido no compartir mis actitudes ignotas, mis parafernalias o mis desazones, sino aquellas tenaces y  memorables y en parte vivificantes  en mi vida terrenal del año que finaliza y que viví intensamente, con esa que estimo y creo fue una correcta realidad de vida. Debo comentar que tuve una compañera, que jamás me abandonó, esa SOLEDAD presente que no me causó temores, sino más bien me hizo crecer en espíritu y esencia. Hace algunos años,  yo receloso creí que la soledad era una ingrata parte de la vida  y  no entendía  jamás cómo es que  llega a soportarse;  y que aquellos  que la padecen viven en abandono y desgracia, descuido y grande tragedia. Más la soledad que es mía y de nadie más, me produjo evocación de dichas o de reveses, de triunfos y bofetadas, de afrentas y desafíos. Pero estemos claros que los golpes, contrariedades y hostilidades nos hacen madurar. Yo al menos no delinee fronteras ni construí muros, cuando sentí  que podría ser demolido por tantos topetazos severos. No lo interpreten mal, pero no es una soledad de amistad y compañerismo, cariño, querencia  y  ternura; es una soledad de revitalizar, evidenciar y reconfortar la vida, no es una soledad  desapegada o de abandonos repleta. Es un aislamiento buscado por cosas que son de la inmanencia del alma o de aspectos que tal vez suenen ser dislates o asperezas,  pero que son reales porque te sacuden, incluso aquellos que son de la muerte, pero en nada deben ser aterrantes, porque cada segundo, minuto, hora, día, mes y año, no sólo denota que los estemos viviendo y nuestro tiempo transcurriendo, significa también que poco a poco recorremos la vereda hacia el postrer destino. No es desamparo o retiro, ni carencia de júbilo o regocijo, ni sinsabores apañados. No es esa soledad que afirmaba Ramón Gómez de la Cerna,para estar completamente solos tendríamos que desprendernos de nosotros mismos, sino esa soledad a que se refirió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer cuando afirmó, “la soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes.  Porque  a mí la soledad no me llevó a la deriva ni al desvarío, mi soledad fue un cántaro de agua cristalina, pura y límpida. Fue un bálsamo de animación, de dicha y por qué no decirlo, de sentirme orgulloso y exaltado, pulcro y denodado. Es tan sólo un valor sentimental que a mí me resulta agradable. Igual siento estar acompañado que ingrimo, desolado y solitario, porque no es sequito amoroso ni una locura invernal, que ahora con 64 años inventé una reclusión para obtener una  patente, o esto que algunos creerán parte de una estolidez insana  o vesania frenética o un  bipolar bloqueo mental. Mi soledad no tuvo ahogos, no me sentí eremita, sino habitado y mundano. Mi fuego jamás se apagó, pues creo me encendió en cordura y me dio  nueva luz,  porque  como bien afirma Paulo Coelho,  un guerrero de la luz usa la soledad, pero no es usado por ella. Porque la luz de mi razón jamás ni nunca se agotó. Trate de hacer las cosas en el hoy, no relegarlas al mañana. La soledad me hizo sentir más  humano, porque para mí la soledad tiene color de esperanza, ya que como dice un refrán japonés, “es mejor viajar lleno de esperanza que llegar”, mi retiro no fue un aislamiento corporal, lo sentí espiritual como un soplo de dulce armonía, el canto del ruiseñor, la calidez de un abrazo sincero y vigoroso, ese calor amigable de ardientes fogatas, porque mi soledad fue jubilosa, de oleajes fuertes y detonantes con el aliento bramante de océanos. Y cuando despertaba al alba, mi imaginación volaba pensando en los girasoles, en deshojar  margaritas, las generosas violetas, en la hermosura y rareza de nuestra Monja Blanca y su “encanto de diamante”, las flores de mil colores, en el rojo vivo del geranio, el aletear y el aplauso del colibrí, el verdor de las praderas, el quetzal y sus bosques lluviosos, los majestuosos volcanes, las sierras y cordilleras, Alberto Velásquez y su “Canto a la Flor de Pascua”, Werner Ovalle y su “Padre Nuestro Maíz”, Otto René y su “Patria Peregrina” y su épica, revolucionaria, consecuente, imperecedera y siempre vigente, el “Vámonos Patria a Caminar . . .  y en el rociado y dulce olor de mi tierra, porque “la naturaleza es un artista original”. Pensé y batallé lo que se me antojo pensar o idealizar, y despreocupado pero siempre juicioso y ponderado, lance mí  convicción e ideología, y si replicas por ello tuve, también supe argumentar y ardoroso rebatir, más  como  ha sido mi estilo de vida, en ningún lugar ni tiempo fui un intolerante ni jactancioso fanático, y no pretendí en ninguna estancia, ideas ni dogmas imponer. Y definitivamente decidí, es mi pretensión  y decisión,  jamás  cerrar las puertas  al recuerdo y pasajes de vida arrinconar.  Ya que aunque no persigas los recuerdos, ellos se aparecen con frecuencia. Más no le temo a los mismos porque la mayoría, creo me hacen recapacitar, ir en búsqueda de la excelencia en mis emprendimientos, sobre todo en la literatura; leer y estudiar cada día más y tratar de mejorar con normas deontológicas de una severidad estrictamente ética. No fui draconiano ni inflexible, sino tolerante y  comprensivo. También tuve sueños vagos e imprudentes, cavilosos e imprecisos, más otros definidos y juiciosos, encumbrados y llenos de tranquilidad y equilibrio emocional. Yo como todo humano desde niño tuve sueños y los he seguido gozando, pero sé que nuestras ficciones y verdades, no siempre las realizamos o se quedan inconclusas. Mis sueños no fueron gotas, sino estruendosas cataratas;  y mis esfuerzos y afanes fueron impregnados de una inmensa y vasta fortaleza y creencia. Y cuando experimenté llantos, los borré con una sonrisa o una gesticulación agradable  y de entusiasmo. Porque no fue una soledad lagrimal y cruda que desdibujó mi existencia. Para mi esa soledad fue conjunto de estaciones, la sentí ser recio invierno, un  abrasador verano, un presente otoño de mi vida y una revivida primavera. Tal vez no fui diligente, ingenioso, sobrio ni talentoso, pero disfruté de alegrías, paz, quietud y serenidad, en el entorno de vientecillos de brisa de frescas, flamantes y trepidantes cascadas. Y como nos cantó Neruda, “. . . nada contaba ni tenía nombre, el mundo era del aire que esperaba”.

Formulé repasos de vida y de nuevo me animó que tengo amigos y amigas de todas edades, religiones, profesiones, actividades diversas y uno que otro vago o vaga, precipitados, atolondrados o trotamundos, esos simpáticos bribones disparatados que aún viven como si fueran patojos, pero a todos los aprecio y quiero por igual, todos son mis panas . . . mis compinches; pero más que todo son amigos de sueños. Les tengo un cariño cordial,  efusivo y de apego recíproco, y con ellos es  muy placentero recordar viejas vivencias, jodarrias y mofa franca, evocar esos dones que poseemos, aquellos que carecemos, pero sobre todo nos ufanamos de las cumbres conquistadas. Por ello compartir con los camaradas es algo muy confortable, revivir los años juveniles, vitales y energizantes que ya nos deshabitaron y hace tiempo nos dejaron. Evoqué con suma nostalgia, a todas y todos quienes ya nos abandonaron y nos privaron de su presencia, más hoy navegan vigilantes en nebulosas de cielo, donde tocan las  estrellas y les alumbra la vida el candil de nuestra luna. Tenemos etapas duras, inciertas muy imprecisas, oscuras y toscas, que nos invaden pronta y repentinamente; esas son  las que  marcan las veredas del temor y del recelo y a veces nos  penetran tanto y nos causan hecatombes. Pero cuando esto acontece retroceder es de hombres.  Jamás debemos permitir vivir sólo de recuerdos, evocando viejos lirios, rosas de recordación pasajera, renegar vicisitudes, violetas que emancipamos, frivolidades muy cursis o poemitas insulsos. Por ello en mi madurez ya avanzada, y con un existir vivido en forma un tanto exabrupta, grosera y exagerada; y en ocasiones conculcantes, transgresoras y vulnerables, escudriño en mi testimonio, en mi recorrer de rutas e historia, en aquellos eventos que son luz de mi memoria, para tratar que mi  devenir  futuro, no escarnezca y menosprecie, que sea como el retorno del  ave que luego de golpearse un ala, logra  remontar  de nuevo . . .  con gran libertad su  vuelo.

La soledad te retorna y retrotrae muchos años en el tiempo, recordando escenas amigables o desequilibradas, de tantos y tantos lugares frecuentados, donde hallamos cobijo y morada en esa agitada y confusa adolescencia o en lances y vicisitudes de nuestra madurez, algunas insultantes y sombrías, otras que sentimos luminosas y legendarias; reviviendo rancios recuerdos, cientos de imprudencias y anécdotas, tus cuitas y tus desvelos, unos con pequeñas dosis de rememoranza y desamparo, varios fugaces o audaces, algunos de timidez o atrevimiento, otros de melancolía y pena. De cosas que agujerean  fuerte o profunda y dulcemente reviviendo un corazón cotidiano, y el mío así ha sido siempre, “un corazón cotidiano de cotidiano vivir. Mi soledad no es una inventiva, ni tirantez, alejamiento o destierro, simplemente es añoranza y tolerancia. Porque como rezan estos fragmentos de una balada del canta-autor argentino Leonardo Favio, “ . . . mi soledad . . . mi tristeza, esa es mía y nada más . . .  su andén es mejor, vivo en soledad . Porque a mí la soledad me enriquece, me da bienestar y crecimiento en mi esencia. Mi soledad no requiere de frases cariñosas, ni expectativas ni albergues; algún querido amigo me aconsejó que aunque suene egoísta o egocéntrico, pensara primeramente en mí, para meditar, ponderar y revisar mi vida, logrando así mejorarla en sus derroteros y metas, ya que al estar yo reconfortado y en paz conmigo mismo, mis seres amados estarán bien o mejor que yo. Vino entonces a mi  mente esa  frase de los gringos, “if you are okay, they are okay” -si tú estás bien, ellos están bien-.    

Más creo que este  2014, aunque en lo material no fue del todo halagüeño, si lo fue en lo espiritual, tuve sucesos de vida placenteros algunos, otros transitorios y huidizos.  Volví a tener angustia, ansiedad y miedos cervarios, pero logré enterrar mis temores. No me atormentaron como en otros tiempos. Viví nuevas rutas de existencia y otras huellas marcaron mi destino y con mi andar de solidaridad y apego, creo haber señalado y dirigido por rumbos correctos y firmes a otras personas, que ahora son nuevos amigos de vida. Logré alcanzar algunas metas, otras quedan esperando. En 2013 publiqué  un segundo libro y este año un nuevo tiraje del mismo y sé que a algunos amigos y lectores les llegó vertiginoso con mis prosas y mis versos. Más ahora en el invierno de la vida tengo una nueva tarea con mi inseparable amiga, esa literatura fresca que con el tiempo he tratado de mejorar en su estilo  y en mi  juicio sobre la vida y su praxis. Ojala el Creador me dé más tiempo y me inyecte excelencia, sobriedad, criterio y animosa claridad, pues estoy ahora enfrascado esbozando los apuntes y bocetos para crear y escribir dos nuevos libros.   

Sé que ya se habrán dado cuenta, pero en cada mensaje de fin de año, es un arrebato e impulso recordar a los  ausentes que cayeron en  esa lucha NO estéril, porque antes se nos negó la voz y la palabra con el rugir de metrallas, la piel herida sangrante de la tortura “con las vendas negras sobre carne abierta”, la desaparición forzada o la desesperación del exilio político; más desde hace algunos años, nuestro pensamiento y verbo, creo podemos gritarlo y lanzarlo fuerte, abierto y claro, con creencia muy puntual, cierta y siempre sincera, aunque a esa elocuencia a veces se la lleve el viento. Nunca he logrado distanciar de mi memoria y ahondar profundamente en esa evocación y melancolía, por aquellos mis amigos y compañeros caídos en esa lucha cruenta y violenta que fue la más larga del continente americano, y que murieron combatiendo en los cerros, montañas, sierras, colinas y calles de las ciudades en defensa de sus ideales y convicciones socialistas. Y repitiendo lo que hace algunos años les comenté, “en la Escuela de Derecho tuve amigos de rebeldía y  lucha, de revolución y acción,  por cambiar las estructuras  oligárquicas  de este pedazo de América, un país subdesarrollado, pobre y siempre desangrado, por esos parias que hirieron, torturaron, mutilaron y también asesinaron a miles de compatriotas, cuyo único pecado fue ser humanos inteligentes y reflexivos, que simple y sencillamente usaban el pensamiento y la pluma, como su única arma en la lucha por la vida. Por ello, como no remembrar cada año a esos mis  grandes amigos de la ESCUELA DE DERECHO, mis cordiales y cómplices cofrades, a todos mis MAESTROS  asesinados por el  único hecho de “pensar diferente”, a cómo NO  razonan NI piensan las oligarquías desde la época de la conquista, que lo único que han hecho es cambiar de tacuche o de asociaciones gremiales o de grupos paramilitares; más carecen de principios y raíces solidarias, porque la verdad y objetivo para ellos es seguir la explotación y estigmatizar a los racionales y sensatos pensadores, como esos intelectuales amigos ajusticiados por ser razonables y juiciosos; por tener  inteligencia, lógica y discernimiento, ser abanderados de ecuanimidad, discursos y proyectos de un abierto, esclarecido e insigne  humanismo. Porque fuimos muchos los de la generación de los  60s’  y 70s’, que nos involucramos en la acción rebelde y política desde las aulas de nuestra Tricentenaria Universidad de San Carlos, nos enrolamos con el vigor de la juventud y con ideales maduros, con pensamientos ciertos y de rebeldía, provistos de firmeza y buena fe, sabiendo que los caminos que abrazamos eran peligrosos y temerarios, tal vez precipitados  y  en parte  incier­tos. Más puedo afirmar con verdad y sin equívocos que en esas generaciones encontramos hombres y mujeres valientes y arrojados, con rasgos de osadía e intrepidez, figuras heroicas y ejemplares.  Por ello y por nuestra formación, no pudimos ser indiferentes ante la INJUSTICIA TOTAL de un sistema opresor, que ahora más que antes, ha sido un desfile interminable de políticos mediocres y am­biciosos, ladrones y depravados, impreparados y petulantes, corruptos y serviles, indiferentes y malvados, que definitivamente tienen personalidades dis­cutibles, destructoras, opuestas y hostiles a la democracia, que nos orillaron a ser un Estado fallido  y que están haciendo desaparecer a Guatemala como República. 

Siempre con cariño recuerdo a mis amigos constantes y querendones de primaria, con las Hermanas de la Caridad de la antañona “CASA CENTRAL”, sobre todo a nuestra querida Sor Ángela Salazar, la dulce y en ocasiones gruñona monjita que me enseñó mis primeras letras; a mis amigos afectuosos y  permanentes de secundaria de mi colegio mariano el “LICEO GUATEMALA”, donde los Venerables Hermanos Maristas, religiosos humanistas que me inyectaron y forjaron disciplina, mi profunda conciencia social y mi aberración constante por la injusticia infamante, ultrajante y oprobiosa, que aún a estas alturas del inicio de un nuevo siglo, la seguimos viviendo y sufriendo. Porque aunque suene  jactancioso, yo sí fui y sigo siendo un practicante de la opción por los pobres y los desposeídos,  de  “Los Condenados de la Tierra” a quienes cantó  Franz Fanón.  Continúo teniendo a los amigos de siempre y a otros que se han enrolado en esta grande cofradía  en mi transitar de vida, quienes al igual que yo “les duele tanto esta Guatemala”. Amigos todos siempre valiosos, que han sido fuerte muleta cuando mis fuerzas flaquean, mi ánimo se aherroja y la rigidez me invade, brindándome su hombro solidario y fraternal cuando tengo que llorar o diseminar  sollozos  y me impiden claudicar. 

La soledad que les comento no fue para  mi vida, ni tempestad ni borrasca, ni esclavismo u opresión. Son esas pruebas de existencia pero que no me han abatido;  utópicamente invento que  nací sólo y así puedo seguir caminando,  pues mi compañera constante es mi palabra y mi verbo, mi prosa y la copla amiga. Y para esto únicamente necesito un pedazo de papel, de un bolígrafo,  de un lápiz  o de una pluma o sentarme ante el teclado a intentar garabatos y remedos de escritura, de insolencias o irreverencias o de congruentes, lozanas,  redimidas, decididas  y emancipadas  grafías.

Confieso tuve tropiezos, recaía muchas veces, más nunca empeoré en las crisis y dificultades que la vida me  presentó, porque con temple y vigor puedo afirmar muy ufano, que siempre logré derrotarles. Más en esto debo agradecer, que DIOS fue el sostén para darle el rostro a los retos y me impregnó su ternura, me insufló valor, solidez y vergüenza para sentir un nuevo y cautivador sol en el amanecer de mis tormentas. Más también aprendí a no ser siempre confiado, porque como dice aquel refrán, “confiar es ir por la senda del desengaño. Ya que en ocasiones aquellos a quienes brindas y entregas tu amistad y confianza, te hacen recelar y temer con sus acciones o con sus omisiones. No hay confianza cuando esta es  insegura,  inclemente y medrosa. 

Lo que si me causó más dolor y no sé por qué se acrecentó  precisamente en este año, fue la ausencia de mi padre, a quien vivo reclamando por qué nos dejó tan pronto. Me retornan los momentos que pasamos juntos muy unidos, cohesionados cual amigos él y nuestra madre; felices y bulliciosos, desde cuando con mi hermano éramos esos niños retozones y en muchas ocasiones insumisos, desobedientes, revoltosos  y aventurados; mi juventud incontenible, amotinada, sediciosa, nihilista, rebelde y tozuda, sus constantes consejos amorosos, fraternales y siempre prudentes y atinados;  nuestras discrepancias de trabajo, porque yo al igual que él abracé la abogacía, pero en lo que si no tuvimos divergencias  jamás, fue en nuestros  sueños y visiones, de ver y vivir  algún día en una Guatemala diferente, no la Guatemala profunda, tiranizada  y lacerante, la cruel e inhumana que desde tiempos permanentes y continuos estamos viviendo. Mas él seguramente vive en una rutilante galaxia, puede tocar las estrellas, solazarse en la magnificencia del firmamento, observar el fulgor de los cometas, contemplar el halo de la luna, ver de cerca los luceros, convivir con mis abuelos, con mis tíos, sobrinos y primos y conversar con su Dios. La única soledad de cariño, que confieso tengo y seguiré teniendo, es la ausencia de dos de mis nietos, María Laura y José Alejandro, quienes son muy chicos para entender  ese alejamiento  forzado  hacia  su abuelo,  por la imposición dañina de sus padres de no llamarme desde hace más de dos años, mucho menos visitarme; más en fin ese es  problema de mi hijo  mayor Alejandro. ¡Ojalá que cuando recapacite, si es que la soberbia se lo permite, ya sea tarde y no me encuentre!

La vida es impredecible, nos da  en muchas ocasiones  esos golpes  tan severos que son fuertes bofetones, aquellos que remueven el alma y sacuden nuestro juicio o algunos otros sucesos que aflorando a nuestra mente despertaron más conciencia, nos dieron a beber  ciencia, nos pusieron a las puertas de esos sueños que anhelamos; algunos los alcanzamos, más  la mayoría de ellos se  quedaron  en  nostalgia, en fantasía  y  quimera, hospedados en memorias. Para otros la vida es como un tempano que a pedazos  gigantescos desmorona a cada instante y les cala con angustia, sufrimiento  y mucho vacío. Y para ellos vivir, es un incendio de delirios, arrebato y paroxismo; viven intensamente, muchas veces con excesos y son estos abusos constantes los que por fin les aburren, les causan tedio y hastío, inyectándoles asfixia y les llenan de infortunio; pero cuando esto sucede tienen la vida tan deslizada en forma muy turbulenta, que no hay paz en su  interior  y se tornan cada día,  virulentos y mordaces, inseguros y dudosos. Y acudiendo a la  metáfora, la vida es un libro abierto que nos enseña a vivir, lleno de benevolencia y valores, más también de sinsabores, de temores, dudas  y  desbarajustes, que cada día le pasan raudas y ligeras las hojas que son el correr de la  existencia, y cuando se lee todo y  llegamos al capítulo de conclusiones, al desenlace y epílogo, es cuando la vida está arribando a su última estación, esa  presencia temporal en la tierra está en su punto de ocaso . . .   

Este año viví  en toda atmósfera y ambiente y realicé  algunos sueños, sé que todavía faltan  algunos abandonos y algunas rebeliones, pero a mis torbellinos casi nunca nadie pudo amainarlos, debilitarlos y plegarlos, porque yo palpito y mi latido es a mil. Y creo que esos vendavales me seguirán lacerando pero jamás dañaran la inspiración de mi pluma, aunque tengo en ocasiones lagunas, omisos y olvidos y mis palabras se fruncen, son raquíticas  y se arrugan; ese río de vocablos y facundias se seca en ocasiones de  pronto,  pero de repente vuelven en cascada vocales y consonantes y me las  vuelvo a zurcir con el cáñamo o el cibaque más fuerte, para que no se despeguen de mi cerebro y mi piel.  Porque sin el numen e inspiración, las palabras son baldías, desiertas, muy solitarias y es imposible escribir y llevarlas al papel, cuando el soplo y la sugestión no fecundan,  germinan y nacen en el calor de un corazón. Ya que como bien dice una estrofa de  la maravillosa  canción de los años 70s’ de la inglesa Jeanette, “ . . . y tengo el corazón de poeta, de  niño grande y hombre niño . . . “ o como nos canta nuestro Ricardo Arjona en su balada Soledad, “la soledad es entender por fin,  que no hay mejor compañía que la soledad . . .

Más también tengo otro amigo, que muchos de ustedes conocen y cuesta un chingo tratarlo porque es algo quisquilloso;  es mi Duende el nigromante, mi hechicero y grande cuate, que a veces me hace rabietas y bulliciosos  berrinches y por períodos me abandona y se aleja sumamente emputecido, pero yo mismo comprendo que lidiar con un carácter como el que llevo en el cuerpo, el corazón y la mente, es a veces abrumante y sofocante.  Y cuando sufro  ayunos de sueño estos siempre algo me dejan, porque todo o casi todo, lo que en mi vida he escrito para el  mundo literario y periodístico, lo he logrado en mis vigilias. Me da el impulso de artista, me inspira, me ilumina y entusiasma; aunque a veces de mi pluma salgan muchas pendejadas, una que otra cabronada, un sin fin de pretensiones, versos sombríos y amotinados, algunas cursilerías y muy pocas  certidumbres o equilibrados grafemas, naciendo mi encendida poesía y prosas irrefrenables o sumamente indomables. Porque para mí escribir me inyecta autonomía y realidad, más a veces es complejo que la imaginación y la inventiva se presenten tal y como la deseamos, para imprimirle esa peculiaridad personal, que en lo que a mi atañe  siempre ha sido  un estilo con una particularidad enérgica y neuronal, ya que busco que lo plasmado en el papel, sea intenso, espontáneo, sólido, impactante y perdurable, ya que estimo que es allí en donde se palpa la belleza artística, de quienes nos sentimos ser artesanos de las coplas y los versos.

Lo que me tiene aprisionado es no poder enteramente dedicar mi vida y esfuerzo, con mi aún lucidez de mente, para sólo seguir escribiendo, porque creo que mi Duende puñetero,  hace que con frecuencia mi quehacer se dirija a conjugar o desconjugar las letras y dar nacimiento a  poemas y prosas que para mí son hermosas, palpables, desafiantes y otras muy temerarias,  porque están  impregnadas de pujanza y dinamismo, y ese atisbo de poco brío que desde mis diecisiete años, sentí para mí  ser un oficio y convertirme en orfebre de palabras, que es un trabajo creativo, preciso y relajante, tornándome en escribiente. Más cada día se vuelve más  dificultosa la vida y por ello me dedico con  ahínco a practicar la Ciencia del Derecho y  continuar en la senda de  buscar y rastrear  mí siempre latente y presente utopía: ¡Que en este país haya JUSTICIA SOCIAL! 

Bendiciones a todos ustedes y que el Niño Dios, esté con sus familias en estas fiestas de meditación; que no seamos esclavos de la dictadura del consumismo en Navidad, que es    exorbitante, derrochador, exagerado y desmedido; que se torna en un trasiego mercantil dominante, que nada tiene que ver en absoluto con los reales y ciertos valores de solidaridad, paz, misericordia, piedad y amor que nos trajo el Niño Jesús cuando María alumbró en Belén, no en una cuna de reyes, sino en un humilde pesebre.  

Guatemala, 20 de diciembre de 2014.         

     
Flaminio       


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