PROMO66 LICEO GUATEMALA

martes, enero 09, 2007

La Caída de Constantinopla

La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos el martes 29 de mayo de 1453 fue un suceso histórico que, en la periodización clásica y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio Bizantino y de la cultura clásica.

Contexto

Constantinopla era, hasta el momento de su "caída", una de las ciudades más importantes del mundo. Localizada en el Serrallo, una proyección de tierra sobre el estrecho del Bósforo en dirección a Anatolia, funcionaba como un puente para las rutas comerciales que unían Europa con Asia por tierra. También era el puerto principal en las rutas que iban y venían entre el Mar Negro y el Mediterráneo. Para explicar cómo una ciudad de esta importancia cayó en manos otomanas, es preciso retro-traernos a los siglos previos al año 1453 y detallar los sucesos que debilitaron el Imperio Bizantino.

Búsqueda de apoyo en el Occidente

El cisma entre las Iglesias católicas Romana y Ortodoxa había mantenido a Constantinopla distante de las naciones occidentales e, incluso durante los asedios de los turcos musulmanes, no había conseguido más que indiferencia de Roma y sus aliados. En un último intento de aproximación, teniendo en vista la constante amenaza turca, el emperador Juan VIII promovió un concilio en Ferrara, en Italia, donde se resolvieron rápidamente las diferencias entre las dos confesiones.

Entretanto, la aproximación provocó tumultos entre la población bizantina, dividida entre los que rechazaban a la iglesia romana y los que apoyaban la maniobra política de Juan VIII.

Constantino XI y Mehmed II

Juan VIII había muerto en 1448 y su hijo Constantino XI asumió el trono al año siguiente. Era una figura popular, habiendo luchado en la resistencia bizantina en el Peloponeso frente al ejército otomano, más seguía la línea de su padre en la conciliación de las iglesias oriental y occidental, lo que causaba desconfianza no sólo entre el clero bizantino sino también en el sultán Murad II, que veía esta alianza como una amenaza de intervención de las potencias occidentales en la resistencia a su expansión en Europa.

En 1451 Murad II murió, siendo sucedido por su joven hijo Mehmed II. Inicialmente, Mehmed ha prometido no violar el territorio bizantino. Esto aumentó la confianza de Constantino que, en el mismo año, se sintió seguro y suficiente para exigir el pago de una renta anual para la manutención de un oscuro príncipe otomano, mantenido como rehén, en Constantinopla. Furioso, más por el ultraje que por la amenaza a su pariente en sí, Mehmed II ordenó los preparativos para un asedio completo a la capital bizantina.

Preparativos

Ambos bandos se prepararon para la guerra. Los bizantinos, ahora, con la simpatía de las naciones occidentales, enviaron mensajeros a dichas naciones pidiendo refuerzos y consiguiendo promesas. Tres navíos genoveses contratados por el Papa estaban en camino con armas y provisiones. El Papa también había enviado al cardenal Isidro, con 300 arqueros napolitanos como su guardia personal. Los venecianos enviaron a mediados de 1453 un refuerzo de 800 soldados y 15 navíos con pertrechos, mientras que los ciudadanos venecianos residentes en Constantinopla aceptaron participar de las defensas de la ciudad. La capital bizantina también recibió refuerzos de los ciudadanos de Pera y de los genoveses renegados, entre los cuales estaba su capitán Giovanni Giustiniani Longo, quien se encargaría de las defensas de la muralla este, y 700 soldados. Se aprestaron a la defensa con barriles de fuego griego, armas de fuego, y todos los hombres y jóvenes capaces de empuñar una espada o un arco. Para esa época Constantino XI Paleólogo había hecho un censo en la ciudad para ver las fuerzas disponibles para la defensa de Constantinopla. El resultado fue decepcionante: la población apenas llegaba los 50.000 habitantes (en su máximo esplendor en el siglo V había llegado a 500.000 habitantes, osea 10 veces menos) y apenas había entre 5.000 a 7.000 soldados para la defensa.

Los otomanos, a su vez, iniciaron el cerco construyendo rápidamente una muralla 10 kilómetros al norte de Constantinopla, Anadoluhisari. Mehmed II sabía que los asedios anteriores habían fracasado porque la ciudad recibía suministros a través del mar y entonces trató de bloquear las dos entradas del Mar de Mármara, con una fortaleza armada con tres cañones (Rumeli Hisari) en el punto más estrecho de la orilla del Bósforo y por lo menos 125 navíos ocupando los Dardanelos, el Mar de Mármara y el oeste del Bósforo.

Mehmed también reunió un ejército estimado en 100.000 soldados, 80.000 de los cuales eran combatientes turcos profesionales; los demás, reclutas capturados en campañas anteriores, mercenarios, aventureros, voluntarios de Anatolia, los bashi-bazuks y renegados cristianos, los cuales serían empleados en los asaltos directos. 12.000 de estos soldados eran jenízaros (infantería) y 15.000 cipayos (caballería), la élite del ejército otomano. Al inicio de 1452, un ingeniero de artillería húngaro llamado Urbano ofreció sus servicios al sultán. Mehmed le hizo responsable de la instalación de los cañones en su nueva fortaleza y la fabricación de un inmenso cañón de ocho metros de longitud, el cual fue llevado a las cercanías de Constantinopla empujado por 60 bueyes y auxiliado por un contingente de 200 hombres. A todos estos se les sumaban aquellos que animaban a la batalla con sus tambores y trompetas y que se contaban por miles, no cesando de tocar en ninguno de los momentos del asedio, además del apoyo de los derviches que incitaban a destruir la ciudad.

El sultán prometió a sus hombres que estarían tres días de pillaje y botín, enardeciendo así los ánimos entre ellos, además de asegurar que aquel que coronara primero la muralla sería nombrado gobernador (bey) de una de las provincias del Imperio Bizantino.

El ataque otomano

El sitio comenzó oficialmente el 6 de abril de 1453, cuando el gran cañón disparó el primer tiro en dirección al valle del Río Lico, junto a la puerta de San Romano, que penetraba en Constantinopla por una depresión bajo la muralla, lo cual posibilitaba el posicionamiento del cañón en una parte más alta. La muralla, hasta entonces imbatida en aquel punto, no había sido construida para soportar ataques de artillería, y en menos de una semana comenzó a ceder, pese a ser la mejor arma contra los otomanos, ya que constaba de tres anillos gruesos de murallas con fosos de entre 30 y 70 metros de profundidad. Todos los días, al anochecer, los bizantinos se escabullían fuera de la ciudad para reparar los daños causados por el cañón con sacos y barriles de arena, piedras despedazadas de la propia muralla y empalizadas de madera, mientras los defensores se defendían con sus arqueros mediante lanzamientos de flechas y con ballesteros de dardos. Los otomanos evitaron el ataque por la costa, puesto que las murallas eran reforzadas por torres con cañones y artilleros que podrían destruir toda la flota en poco tiempo. Por eso, el ataque inicial se restringió casi solamente a un frente, lo que facilitó tiempo y mano de obra suficientes a los bizantinos para soportar el asedio.

Al comienzo del cerco, los bizantinos consiguieron dos victorias alentadoras. El 12 de abril, el almirante búlgaro al servicio del sultán Suleimán Baltoghlu fue rechazado por la armada bizantina al intentar forzar el pasaje por el Cuerno de Oro. Seis días después, el Sultán intentó un ataque a la muralla dañada en el valle del Lico, pero fue derrotado por un contingente menor, aunque mejor armado, de bizantinos, al mando de Giustiniani.

El 20 de abril los bizantinos avistaron los navíos enviados por el Papa, además de otro navío griego con grano de Sicilia, que atravesaron el bloqueo de los Dardanelos cuando el sultán desplazó sus navíos hacia el Mar de Mármara. Baltoghlu intentó interceptar los navíos cristianos, pero vio que su flota podía ser destruida por los ataques de fuego griego arrojado sobre sus embarcaciones. Los navíos llegaron con éxito al Cuerno de Oro y Baltoghlu fue humillado públicamente por el sultán y ejecutado.

El 22 de abril, el sultán asestó un golpe estratégico en las defensas bizantinas con la ayuda de la gran maniobra ideada por su general Zaganos Pasha. Imposibilitados para atravesar la cadena que cerraba el Cuerno de Oro, el sultán ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Pera, por donde sus navíos podrían ser empujados por tierra, evitando la barrera. Con los navíos posicionados en un nuevo frente, los bizantinos no tendrían recursos para reparar después sus murallas. Sin elección, los bizantinos se vieron forzados a contraatacar y el 25 de abril intentaron un ataque sorpresa a los turcos en el Cuerno de Oro, pero fueron descubiertos por espías y ejecutados. Los bizantinos, entonces, decapitaron a 260 turcos cautivos y arrojaron sus cuerpos sobre las murallas del puerto.

Bombardeados diariamente en dos frentes, los bizantinos raramente eran atacados por los soldados turcos. El 7 de mayo, el sultán intentó un nuevo ataque al valle del Lico, pero fue nuevamente repelido. Al final del día, los otomanos comenzaron a mover una gran torre de asedio, pero durante la noche, los soldados bizantinos consiguieron destruirla antes de que fuese usada. Los turcos también intentaron abrir túneles por debajo de las murallas, pero los griegos cavaban del lado interno y atacaban de sorpresa con fuego o agua. Con los impactos de artillería de los cañones las murallas sufrían grandes brechas por donde penetraban los jenízaros, que para salvar los fosos se dedicaban a recoger ramas, toneles, además de los bloques de piedra de las murallas derruidas, para rellenar los fosos y poder penetrar para luchar cuerpo a cuerpo con los bizantinos.

La mano de obra estaba sobrecargada, los soldados cansados y los recursos escaseaban. El mismo Constantino XI coordinaba las defensas, inspeccionaba las murallas y reanimaba a las tropas por toda la ciudad.

Malos presagios

La resistencia de Constantinopla comenzó a decaer cuando cundió el desánimo causado por una serie de malos presagios. En la noche del 24 de mayo hubo un eclipse lunar, recordando a los bizantinos una antigua profecía de que la ciudad sólo resistiría mientras la Luna brillase en el cielo. Al día siguiente, durante una procesión, uno de los íconos de la Virgen María cayó al suelo. Luego, de repente, una tempestad de lluvia y granizo inundó las calles. Los navíos prometidos por los venecianos todavía no habían llegado y la resistencia de la ciudad estaba al límite.

Al mismo tiempo, los turcos otomanos afrontaban sus propios problemas. El costo para sostener un ejército de 100.000 hombres era muy grande y los oficiales comentaban la ineficiencia de las estrategias del Sultán hasta entonces. Mehmed II se vio obligado a lanzar un ultimátum a Constantinopla: los turcos perdonarían las vidas de los cristianos si el emperador entregaba la ciudad. Como alternativa, prometió levantar el cerco si Constantino pagaba un pesado tributo. Como los tesoros estaban vacíos desde el saqueo de la Cuarta Cruzada, Constantino se vio obligado a rechazar la oferta y Mehmed, a lanzar un ataque rápido y decisivo.

El asalto final

Mehmet ordenó que las tropas descansasen el día 28 de mayo para prepararse para el asalto final en el día siguiente, ya que sus astrólogos le habían profetizado que el día 29 sería un día nefasto para los infieles. Por primera vez en casi dos meses, no se oyó el ruido de los cañones ni de las tropas en movimiento. Para romper el silencio y levantar la moral en el momento decisivo, todas las iglesias de Constantinopla tocaron sus campanas durante todo el día. El Emperador y el pueblo rezaron juntos en Santa Sofía por última vez, antes de ocupar sus puestos para resistir el asalto final, que se produjo antes del amanecer.

Durante esa madrugada del día 29 de mayo de 1453, el sultán otomano Mehmet lanzó un ataque total a las murallas, compuesto principalmente por mercenarios y prisioneros, concentrando el ataque en el valle del Lico. Durante dos horas, el contingente principal de mercenarios europeos fue repelido por los soldados bizantinos bajo el mando de Giustiniani, provistos de mejores armas y armaduras y protegidos por las murallas. Pero con las tropas cansadas, tendrían ahora que afrontar al ejército regular de 80.000 turcos.

El ejército turco atacó durante más de dos horas, sin vencer la resistencia bizantina. Entonces hicieron espacio para el gran cañón, que abrió una brecha en la muralla por la cual los turcos concentraron su ataque. Constantino en persona coordinó una cadena humana que mantuvo a los turcos ocupados mientras la muralla era reparada. El Sultán, entonces, hizo uso de los jenízaros, que trepaban la muralla con escaleras. Sin embargo, tras una hora de combates, los jenízaros todavía no habían conseguido entrar a la ciudad.

Con los ataques concentrados en el valle del Lico, los bizantinos cometieron la imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste (la Kerkaporta) semiabierta. Un destacamento jenízaro otomano penetró por allí e invadió el espacio entre las murallas externa e interna, muriendo muchos de ellos al caer al foso. Se dice que el primero en llegar fue un gran soldado llamado Hassan, que murió por una lluvia de flechas bizantinas. En ese momento, el comandante Giustiniani fue herido y fue evacuado apresuradamente hacia un navío. Sin su liderazgo, los soldados griegos lucharon desordenadamente contra los disciplinados turcos. La muerte de Constantino XI es una de las leyendas más famosas del asalto, ya que el Emperador luchó hasta la muerte en las murallas tal y como había prometido a Mehmed II cuando este le ofreció el gobierno de Mistra a cambio de la rendición de Constantinopla. Su cabeza fue decapitada y capturada por los turcos, mientras que su cuerpo era enterrado en Constantinopla con todos los honores.

Giustiniani también moriría más tarde, a causa de las heridas, en la isla griega de Quíos, donde se encontraba anclada la prometida escuadra veneciana a la espera de vientos favorables.

El saqueo y el control turco

Mehmed II entró en la ciudad por la tarde, junto a sus generales Zaganos Pasha y Mahmud Pasha, y ordenó que la catedral fuese consagrada como mezquita, después de haber pasado un buen rato en ella en silencio y rezando con dirección hacia La Meca. Este contingente bizantino recibió autorización para vivir en la ciudad bajo la autoridad de un nuevo patriarca, el teólogo Jorge Scolarios, que adoptó el nombre de Genadio II, designado por el propio Sultán para asegurarse de que no habría revueltas.


De cualquier forma, fue el fin del último reducto de la cultura clásica, el último vestigio del Imperio Romano. Constantinopla fue llamada desde ese entonces Estambul y pasó a ser la capital de un nuevo imperio que llegaría hasta las mismas puertas de Viena, el Imperio Otomano.

Implicaciones

La caída de Constantinopla causó una gran conmoción en Occidente, se creía que era el principio del fin del cristianismo. Los cronistas de la época confiaban en la resistencia de las murallas y creían imposible que los turcos pudiesen superarlas. Se llegaron a iniciar conversaciones para formar una nueva cruzada que liberase Constantinopla del yugo turco, pero ninguna nación pudo ceder tropas en aquel tiempo. Los mismos genoveses se apresuraron a presentar sus respetos al Sultán y así pudieron mantener sus negocios en Pera por algún tiempo. Con Constantinopla, y por ende el Bósforo, bajo dominio musulmán, el comercio entre Europa y Asia declinó súbitamente. Ni por tierra ni por mar los mercaderes cristianos conseguirían pasaje para las rutas que llevaban a la India y a China, de donde provenían las especias usadas para conservar los alimentos, además de artículos de lujo, y hacia donde se destinaban sus mercancías más valiosas.

De esta manera, las naciones europeas iniciaron proyectos para el establecimiento de rutas comerciales alternativas. Portugueses y españoles aprovecharon su posición geográfica junto al Océano Atlántico para tratar de llegar a la India por mar. Los portugueses trataron de llegar a Asia circunnavegando África, intento que culminó con el viaje de Vasco da Gama entre 1497-1498. En cuanto a España, los Reyes Católicos financiaron la expedición del navegante Cristóbal Colón, quien veía una posibilidad de llegar a Asia por el oeste, a través del Océano Atlántico, intento que culminó en 1492 con el arribo a América, dando inicio al proceso de ocupación del Nuevo Mundo. Los dos países, otrora sin mucha expresión en el escenario político europeo, ocupados como estaban en la Reconquista, se convirtieron en el siglo XVI en las naciones más poderosas del mundo, estableciendo un nuevo orden mundial.

Otra importante consecuencia de la caída de Constantinopla fue la huida de numerosos sabios griegos a las cortes italianas de la época, lo que auspició en gran medida el Renacimiento

Saludes de Pili Barrera

Aqui les reenvío lindo mensaje de Pili Barrera para el grupo...

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EL CUBANO

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SALUDOS A TODA LA PROMOCIÓN DEL 66, VERLOS ES EVIDIARLOS no cualquiera tiene amigos como ustedes, recuerdos como los suyos, lazos irrompibles, sonrisas tan auténticas, hombres de éxito que con orgullo puedo decir esos son los AMIGOS DE MI PAPA.
Los FELICITO DE TODO CORAZÓN por su unión, por su chispa, por SU corazón...SE SUPER LUCIERON PARA SU FIESTA DE PROMOCIÓN, departe de mi familia y de mí... mil gracias por sus detalles.
Sigan en el camino del bien, disfruten de sus familias y SONRÍAN. Gracias por sus mensajes y por seguir teniendo presente a el GORDITO BARRERA...
LOS QUIERO,
LA PILI

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Gracias por el mensaje Pily, nosotros , todos los de la promocion gozamos la amistad y todo el tiempo con el gordito Barreta , fue un amigo siempre y disfrutamos todos, un gran abrazo para toda tu familia y un año excelente y para adelante,

pepe muñoz

domingo, enero 07, 2007

Constantinopla

Constantinopla nombre antiguo de la actual ciudad de Estambul en Turquía. Se debe este nombre al emperador romano Constantino en el siglo IV. Fue capital del Imperio Bizantino (también llamada Bizancio) o Imperio Romano de Oriente durante siglos, desde 395 hasta su conquista por los turcos en 1453, cuando comienza la Edad Moderna.

Constantino

En el año 324 Constantino I el Grande vence al coemperador romano Licinio (Flavio Valerio Licinio Liciniano 250-325), transformándose en el hombre más poderoso del Imperio Romano.

En ese contexto decidió convertir a la ciudad de Bizancio en la capital del Imperio, comenzando trabajos para embellecer, recrear y proteger la ciudad. Para ello utilizó más de cuarenta mil trabajadores, mayormente esclavos godos.

Después de 6 años de trabajos, hacia el 11 de mayo de 330, y aún sin finalizar las obras (se terminaron en el 336), Constantino inauguró la ciudad mediante los ritos tradicionales, que duraron 40 días. La ciudad entonces contaba con unos 30.000 habitantes. Un siglo más tarde superaba los 300.000.

La ciudad fue renombrada como Nueva Roma, aunque popularmente se la denominaba Constantinopla , y fue reconstruida a semejanza de Roma, con catorce regiones, foro, capitolio y senado, y su territorio sería considerado suelo itálico (libre de impuestos). Al Igual que la capital itálica, tenía siete colinas.

Constantino no destruyó los templos existentes, ya que no persiguió a los paganos, es más, construyó nuevos templos para paganos y cristianos, especialmente influido por estos últimos. Tal es así que durante su gobierno se abolió la crucifixión, las luchas entre gladiadores, el divorcio y se mantuvo una mayor austeridad sexual, según las costumbres cristianas. Además construyó iglesias como la de Santa Sofía y Santa Irene y la iglesia-mausoleo de los Santos Apóstoles, donde fue enterrado el emperador. Pese a todo este apoyo al cristianismo, Constantino jamás se declaró cristiano, solo lo llegó a ser en el lecho de muerte y bautizado por un obispo arriano, Eusebio de Nicomedia.

Nueva Roma fue embellecida a costa de otras ciudades del imperio, que fueron saqueadas en sus mejores obras, trasladadas a la nueva capital del imperio. En el foro se colocó una columna donde se emplazó una estatua de Apolo, a la que Constantino hizo quitar la cabeza para colocar una réplica de la suya. Se transladaron esculturas, columnas, mosaicos, obeliscos, desde Alejandría, Éfeso y sobre todo desde Atenas. Constantino no reparó en gasto, quería levantar una capital universal.

La ciudad contaba con un hipódromo, construido en tiempos de Septimio Severo (año 203), que podía albergar más de 50.000 personas y era la sede de las fiestas populares y de homenaje a los generales victoriosos del imperio. Sus tribunas también fueron testigo de tribunales donde se dirimían los casos más relevantes. Hoy en día, el hipódromo sólo es una plaza del centro de la ciudad (Estambul), donde se conservan los dos obeliscos que se encontraban en el centro de la pista, uno de ellos perteneciente al faraón egipcio Thutmose III.

También se dio gran importancia a la cultura. Constantino creó la primera universidad del mundo al fundar, en el 340, la Universidad de Constantinopla, aunque luego fuera reformada por el emperador Teodosio II en el 425. En ella se enseñaba gramática, retórica, derecho, filosofía, matemática, astronomía y medicina; también gramática latina, gramática griega, retórica latina y retórica griega. La universidad constaba de grandes salones de conferencia, donde enseñaban sus 31 profesores.

Al morir Constantino, la fragmentación del Imperio Romano era un hecho. Sin embargo, esto no se produciría hasta la muerte de uno de sus sucesores: Teodosio, en el año 395, quien dividió en dos el Imperio y cedió el mando de la parte occidental, con sede en Roma, a su hijo Honorio; y la parte Oriental, con sede en Constantinopla, a su otro hijo Arcadio, dando comienzo al Imperio Bizantino que, a diferencia de la parte occidental cuya decadencia fue cada vez mayor, se mantuvo en pie hasta el año 1453.

En época del emperador Justiniano (527-565) se construyó la iglesia cristiana de Santa Sofía, donde sus arquitectos tuvieron que colocar una cúpula sobre un edificio rectangular. Tan complejo fue esto que la primera cúpula se derrumbó; la segunda es la que hoy se puede ver en el edificio. Justiniano también construyó la Iglesia de los santos Sergio y Baco, entre los años 527 y 536.

Durante el gobierno del emperador Heraclio (610-641) se creó la Academia Patriarcal de Teología, que luego fuera organizada también como Universidad.

wikipedia

viernes, enero 05, 2007

Dios Padre



El tetragrámaton en alfabeto fenicio (1100 a. e. c. a 300 e. c.), alfabeto arameo (siglo X a. e. c. a I e. c.) y hebreo moderno




Para la Iglesia Católica y gran parte de las otras denominaciones cristianas, el Padre es la primera de las tres personas de Dios, lo que se denomina la Santísima Trinidad.

Dios Padre es el creador del mundo según la Biblia, y revela su paternidad cuando envía a Moisés a pedir la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto: Así habla el Señor: Israel es mi hijo primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo ir. (Éxodo 4, 22-23)

En la Biblia se le nombra de diversas maneras, destacándose la ternura con que Jesús le llama "Abba" (Papá). Este amor y ternura son recíprocos, tal como puede leerse en el libro de los Salmos: Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles (Salmo 102, 13). También recibe el nombre de Yahveh.

Yahveh es el nombre propio por el cual se denomina al Dios de las escrituras Hebreas (Antiguo Testamento) y la designación que mas se repite en los textos originales, alcanzando casi las 7.000 veces desde Génesis hasta Malaquías. Otra manera común de traducir el nombre es Jehová. (Salmos 82:19-Isaias 42:8.) Estas son solo dos ejemplos del uso del nombre divino en el Antiguo Testamento.

Prohibición de pronunciarlo

En la tradición judaica, es tabú pronunciarlo, de acuerdo al mandato del Talmud Éxodo 20:7 que prohíbe tomar en vano el nombre de Dios; en la lectura de la Biblia judía se lo reemplaza habitualmente por un eufemismo, normalmente Adonai ‘mi Señor’.

Tetragrámaton

Debido a que se ha utilizado predominantemente de manera escrita, por su grafía se lo denomina también tetragrámaton (del griego tetra-grámmaton ‘cuatro letras’). En hebreo es usual también la expression haShem, ‘el nombre’.

Alá

Alá es la castellanización de la palabra árabe Allāh nombre que recibe en árabe el Dios único de las religiones monoteístas: islam, cristianismo y judaísmo.

Dado que se trata del mismo dios de cristianos y judíos, las cualidades que los musulmanes le atribuyen son básicamente las mismas que le atribuyen aquéllos. Es reseñable, sin embargo, que el Islam, a semejanza del judaísmo pero alejándose del cristianismo, insiste en su radical unidad, es decir, que es uno y no tiene diversas manifestaciones o personas (como afirma en cambio la mayoría de las corrientes cristianas con el dogma de la Trinidad). También insiste en su carácter incomparable e irrepresentable.

El Islam se refiere a Dios también con otros noventa y ocho nombres que son otros tantos epítetos referidos a cualidades de Dios: El Clemente (Al-Rahmān), El Querido (Al-'Azīz), El Creador (Al-Jāliq), etc. El conjunto de los 99 Nombres de Dios recibe en árabe el nombre de al-asmā' al-husnà o "los mejores nombres", algunos de los cuales también han sido utilizados por cristianos y judíos o han designado a dioses de la Arabia preislámica. Algunas tradiciones afirman que existe un centésimo nombre, que es objeto de especulaciones místicas. Otras veces, se utiliza simplemente la palabra rabb (señor).

La palabra Allāh está en el origen de algunas palabras castellanas como "ojalá" (w[a] shā-llāh: y quiera Dios), "olé" (w[a]-llāh: por Dios) o "hala" (yā-llāh: oh Dios).

jueves, enero 04, 2007

Espíritu Santo

Espíritu Santo se denomina en la teología cristiana trinitaria a una entidad espiritual con características divinas, que es parte o está relacionada con Dios.

Para la Iglesia Católica y gran parte de las otras denominaciones cristianas, el Espíritu Santo es una de las tres personas o hipóstasis de Dios, lo que se denomina la Santísima Trinidad.

Nombres

Si bien tanto el Padre como el Hijo son espíritu y santos, se reserva este nombre para la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. En la Biblia se hace referencia a ruwah (soplo, viento) además de Espíritu de Dios, como en el primer capítulo del Génesis: "...Las tinieblas cubrían los abismos y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1, 1). También aparecen alusiones al Paráclito, que significa consolador o abogado, que en la teología cristiana se han interpretado como alusiones al Espíritu Santo. De ruwah pasó al griego como πνευμα (pneuma; de πνεο, pneo), y luego al latín como spiritus (de spiro).




Alegoría al Espíritu Santo en la Basílica de San Pedro, Roma





Naturaleza

El dogma trinitario católico sostiene que el Espíritu Santo es una de las tres personas de la Santísima Trinidad, que proviene del Padre y del Hijo eternamente por vía de espiración y amor. Este artículo dogmático, conocido como la "cláusula filioque" (la frase "y del Hijo"), fue agregado al Credo Niceno en el Primer Concilio de Constantinopla celebrado en el año 381. Las iglesias ortodoxas orientales hallan herética la concepción católica de que el Espíritu Santo proviene del Padre y también del Hijo.

Misión

Según la teología cristiana, el Espíritu Santo fue enviado a los discípulos de Jesús en el día de Pentecostés para darles fuerza, valentía y servirles de guía. Según el Evangelio de Juan, esto les fue prometido a los discípulos en el contexto de la Última Cena (Cf. Jn 14, 16-18).

Dones y Frutos del Espíritu Santo

Los cristianos creen en el "Fruto del Espíritu", está compuesto de virtudes engendradas en el individuo al aceptar el Espíritu y Sus acciones en la vida del mismo. Se pueden encontrar en el Nuevo Testamento «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas» (Gal 5:22-23, NVI), o -de acuerdo a la versión católica- "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad" (Ga 5, 22-23 Vulgata) [1]. Muchos cristianos creen que estos frutos del Espíritu Santo son mejorados a través del tiempo mediante la exposición a la palabra escrita de Dios y por la experiencia de llevar una vida cristiana. Se cree que los Frutos del Espíritu Santo son producto de los Dones del Espíritu Santo. El listado de dones varía entre las diferentes denominaciones cristianas.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, los Dones son los siguientes:

1. Temor de Dios
2. Sabiduría
3. Entendimiento
4. Consejo
5. Piedad
6. Fortaleza
7. Ciencia

Aunque aceptan aun más dones que han sido otorgados por el Espíritu a través del tiempo.

Los protestantes suelen basarse en diversos versículos del Nuevo Testamento para categorizar los dones, como el siguiente:

«A unos Dios les da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos; a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas.» (1° Corintios 12:8-10, NVI)

miércoles, enero 03, 2007

La Divinidad de Cristo

La divinidad de Cristo es en sentido estricto la base de la fe Cristiana: con ella se sostiene o cae la religión que lleva Su Nombre. Acerca de este misterio central este artículo (1) afirma que el significado como es expresado en el Credo, (2) esboza el crecimiento en el conocimiento de la Iglesia, de la Escritura al Credo, e (3) indica la relación de la Misión de Cristo y la salvación del hombre.

El significado de la Fe

Cuando la Iglesia Católica confiesa que Jesucristo es Dios, afirma un misterio que va más allá de la comprensión del hombre, pero que conoce definitivamente a lo que se refiere y a lo que no. Cristo es verdaderamente Dios: Él no es una criatura divinizada o celestial, como dicen los gnósticos; o el primero y más grandes de las criaturas de Dios, Palabra de Dios, como Arrio sostuvo, o un Dios subordinado al Padre, como los semi-arrianos dijeron. Él no es un hombre adoptado como hijo de Dios, no importa cuan único y excelente los adopcionistas quisieron que su adopción fuera. Él no es un mero hombre, ministro de salvación de Dios, como los seguidores del Socinianismo y Unitarismo se vieron obligados a decir. Tampoco es el Jesús de la historia diferente del Cristo de la fe, un hombre hecho Dios por un proceso de APOTEOSIS, como los Modernistas y liberales una vez dijeron y los desmitologizadores del Nuevo Testamento dicen hoy. La Iglesia repudia todos estos intentos de eludir el misterio, como también se descarta el parecer de los antiguos modalistas, quienes, malinterpretando la Trinidad, creyeron que Cristo no es únicamente consubstancial sino también idéntico al Padre.

La Iglesia cree que Jesucristo es verdadero Dios, Hijo de Dios hecho hombre, la Segunda Persona de la Trinidad, quien tomó una naturaleza humana y por tanto existe no solo en la naturaleza divina sino también en la humana: una Persona divina en dos naturalezas. El hombre quien en Su vida terrena fue conocido como Jesús de Nazaret no fue una persona humana hecha una, como Nestorio dijo, en una única forma de unidad moral, con la Persona del Hijo de Dios. Él fue Dios, Hijo del Padre, hecho hombre para la salvación de los hombres.

La razón y la historia son incapaces de probar el misterio como un hecho. Los testigos presenciales de la vida de Cristo vieron el hombre en Jesús pero no vieron a Dios; vieron solo signos, los milagros, y basándose en ellos creyeron en el poder divino que Él profesaba. La evidencia histórica de la vida de Cristo, muerte, y Resurrección puede hacer Su divinidad razonablemente aceptable o creíble; no puede probarse con rigor lógico. Para aceptar la divinidad de Cristo se requiere un libre asentimiento de fe asistido por la luz de la gracia y justificada antes que la razón por garantías de su verdad. Solo así puede uno entrar en el misterio de la divinidad de Cristo. Ningún maravilloso racionalismo lo puede contradecir o esforzarse por explicar “racionalmente” los hechos de la vida de Cristo y de la historia de la Cristiandad.

Crecimiento de la fe

El punto de partida de la fe es la Escritura, el mensaje de Dios para la salvación de los hombres. Se puede dudar si los escritores del Antiguo Testamento se imaginaron que el Mesías, el Salvador de los hombres, fue más que un hombre elegido por el Dios de Israel para la salvación de Su gente. Aunque ellos supieron que iba a ser el Hijo de Dios, lleno con Su séptuplo espíritu (Is 11.1-3). Esta necesidad no significaba ni podía significar, para los monoteístas de Israel, que Él era Dios.

En el Nuevo Testamento, la revelación de la divinidad de Cristo fue gradual, discreta, y principalmente indirecta. Uno nunca se encuentra con una afirmación tan contundente: Cristo es Dios. Tuvo que serlo si aquella fe iba a tener cabida entre los Judíos El propio testimonio de Cristo acerca de Él mismo fue explícito con respecto a Ser el Mesías y en continuidad con la expectativa del Antiguo Testamento, aunque rechazó un reino mesiánico temporal por uno espiritual mas alto. Con respecto a Su divinidad, Su testimonio fue más implícito que explícito, más indirecto que directo. Sus obras y milagros más que Sus palabras fueron para probar a los hombres que Él tenía poder divino, incluso en una forma diferente que otros, que hicieron milagros antes, tenían. Él quiso sugerir que tuvo el poder para perdonar pecados a la misma gente que pensaba que Dios exclusivamente perdona pecados (Mt 9.6).

En el Evangelio de San Juan, el testimonio de Cristo acerca de Su divinidad es más definitivo, pero aún aquí más indirecto que claro. Él nunca dice en muchas palabras, “Yo soy Dios”, pero dice que Él es uno con el Padre (Jn 10.30), un Hijo de Dios en un sentido único, en un sentido más que una frase mesiánica. (d. Jn 5.18; 16.25-28; 20.17). Él habla por Sí mismo de las prerrogativas de la naturaleza divina y confirma esta afirmación con hechos. Él tiene poder sobre el Sábado (Mc 2.28; 3.1-5), poder para dar vida (Jn 10.10), poder para juzgar (Jn 5.27). Todo poder se Le es dado en el cielo y en la tierra (Mt 28.18). Él afirma la preexistencia con Dios Padre desde el principio, antes que Él descendiera a la tierra (Jn 8.58). Él Afirma por Sí mismo la unidad en el ser y poder con el Padre y la mutua inmanencia con el Padre (Jn 14.10). En la religión de los hombres Él clama un lugar central, el mismo que el de Dios Padre; para creer en Él y permanecer en Él significa creer y habitar en Dios (d. Jn 15.7-8). De este modo en palabra y obra Jesús testificó que Él era el Hijo del Padre igual que Él en divinidad. Cuán escandaloso esto fue para los oídos de los Judíos es patente en su reacción. Ellos entendieron Su testimonio en la forma que Él quería y Lo acusaron de blasfemia. Tampoco los discípulos lo entendieron de otra forma, pero creyeron.

La Iglesia de los tiempos apostólicos compartió la fe de los testigos oculares de la vida de Cristo, muerte y Resurrección. Los mismos títulos de Yavé y Sus atributos fueron dados a Cristo, Señor de todo, y no solamente de Mesías (d. Jn 20.28; He 10.36). Las doxologías que fueron hechas para dirigirse a Dios solo fueron dirigidas también a Cristo (cf. Rom 16.27). San Pablo es un testigo de la fe en la preexistencia de Cristo como el eterno Hijo de Dios, participando en la naturaleza divina, aunque apareciendo entre los hombres en la forma de un esclavo (Fil 2.6). Si Él no Se llama Dios en ningún lado explícitamente (excepto quizás Rom 9.5), sino únicamente Señor y Salvador, fue porque en su parecer Dios era sinónimo de Padre. Más definitiva es la intención de San Juan de enseñar que Cristo Jesús es la Palabra encarnada, verdadero Dios, hecho carne para habitar entre nosotros (Jn 1.1, 14): Juan e explícito acerca de la Encarnación y la divinidad de Cristo. Esta fe de la Iglesia es explícitamente referida al testimonio de Cristo en palabra y en hecho – Su vida, muerte, y Resurrección.

Cuando la Iglesia más tarde expresó su fe en Cristo, heredada de ‘los Apóstoles’, dijo en su Credo. “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos ... de la misma naturaleza del Padre ... que por nosotros los hombre y por nuestra salvación ...por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre” (H. Denzinger, Enchiridion symbolorum 150). No puede decirse de manera más explícita que Jesucristo es verdaderamente Dios, Hijo de Dios hecho hombre para la salvación de los hombres.

Fue la tarea de los Padres de la Iglesia y de los primeros concilios formular el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en términos precisos y técnicos, el misterio de la ENCARNACIÓN y de la UNIÓN HIPOSTÁTICA.

La misión de Cristo y la salvación de los hombres

El Hijo de Dios llegó a ser hombre de modo que los hijos de los hombres llegaran a ser hijos de Dios (cf. San. Agustín, Epist. 140.3.9; Patrologia Latina 33:541). La Palabra se hizo carne para que el hombre pueda ser deificado (San. Atanasio, Inc. 54). Estas palabras expresan la misión de Cristo. Él vino para la salvación y divinización de los hombres. Pero a no ser que Él fuera verdaderamente Dios, la razón del Padre, Él no podría divinizar a los hombres, ni éstos llegarían a ser en Cristo hijos adoptivos de Dios si Él no fuera el verdadero Hijo de Dios [cf. San. Atanasio, Adv. arian. 3.24; ver E. Mersch, “Filii in Filio,” Nouvelle revue théologique 65 (1938) 551-582, 681-702, 809-830].

Cristo no pudo ser el Salvador de los hombres y el agente de su divinización a no ser que Él fuera la nueva cabeza de la raza, el segundo Adán, cabeza del Cuerpo Místico, en la cual la membresía es a través de la gracia. Él no podría ser esto si Él fuera sólo un hombre. Solo un Dios-Hombre, Santo Tomás discurre, podría rehacer la naturaleza caída (cf. Compo theol. 200) o tomar ante Él mismo toda la raza humana para hacerla Su Cuerpo (cf; Summa theologiae 3ª, 7) y la nueva gente de Dios. Por tanto la divinidad de Cristo es el fundamento ontológico de Su misión tanto como Salvador de los hombres como de su salvación y deificación como hijos adoptivos de Dios.

La fe en la divinidad de Cristo, entonces, es la piedra angular de la fe Cristiana. Sin duda el misterio de que Jesús hombre es verdaderamente Dios desconcierta al entendimiento de uno. Pero, con la doctrina de la Iglesia sobre esto, la fe y el trabajo de sus doctores buscando algún entendimiento de esa fe, uno llega a comprender el misterio. La doctrina en Cristo, o Cristología, explica como la Persona Divina del Hijo de Dios subsiste en dos naturalezas, divina y humana, ambas inalterables y no disminuidas en la unión hipostática. Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Y la doctrina de la Iglesia sobre la salvación de los hombres en Cristo, o soteriología, muestra que sólo uno de la raza humana quien es verdaderamente Dios pudo, por reparación inmanente, salvar a los hombres de la Caída y de sus consecuencias y divinizarlos tanto como para hacerlos hijos de Dios mediante la adopción regeneradora. La fe de los hombres en la divinidad de Cristo, por tanto, se postula por su fe en la historia de su salvación a través de Él. De este modo, para aquellos que creen en Cristo, la teología de Cristo Nuestro Salvador muestra que el misterio de Su divinidad, por toda su exaltada trascendencia, en el contexto de la fe Cristiana es lógico.

María Magdalena

La relación de Jesús con María Magdalena ha llegado a ser un tópico común cuando se discute si Jesús no fue casado. Algunos de los escritos gnósticos han sido usados para apoyar la afirmación de que María fue la esposa de Cristo. Además, algunos han afirmado que Jesús tenía la intención de que ella encabezara su Iglesia. La evidencia para estas afirmaciones supuestamente reside en unos cuantos pasajes de los escritos gnósticos que muestran una proximidad entre Jesús y María y describen algo de hostilidad hacia ella por parte de San Pedro y San Andrés. Pero estos pasajes, de hecho, no afirman si María y Jesús estuvieron casados o si él tenía la intención de que ella encabezara su Iglesia.

En el Nuevo Testamento, María Magdalena es una prominente discípula de Cristo. Ella es una de las mujeres descritas que acompañaron a Jesús en su misión terrenal después que él expulsara siete demonios de ella (Mc 16:9, Lc 8:1-3). Por muchos siglos se pensó que ella era la mujer no identificada que lavó los pies de Jesús con sus lágrimas y los secó con sus cabellos (Lc 7:36-50). Aunque esta asociación no se hace más, nunca fue un intento para disminuir el recuerdo de María, puesto que el arrepentimiento es el primer paso para cualquier discípulo de Jesús, quien comenzó su ministerio proclamando, “El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntase, y crean en el evangelio” (Mc 1:15).

Todos los cuatros evangelios mencionan a María Magdalena como la que estuvo en el Calvario cuando Jesús fue crucificado y la que estuvo presente en su tumba para ser una de los primeros en escuchar sobre su Resurrección. En el Evangelio de San Juan, ella es mostrada como la primera persona en encontrar al Señor Resucitado.

Sin embargo, las afirmaciones hechas acerca de ella en base a los textos gnósticos no pueden ser tomadas seriamente. Primero, los escritos gnósticos son históricamente más distantes del tiempo de los apóstoles y escritos considerablemente después de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento. Segundo, la prominencia de María como un discípulo y su proximidad a Jesús es confirmada por los evangelios, no evadida por ellos. Al mismo tiempo, en ningún punto ofrecen sustento a esas aseveraciones infundadas de que Jesús y María estuvieron casados. Jesús también muestra que tiene una proximidad espiritual con varios seguidores: Pedro especialmente; Pedro, Santiago, y Juan juntos; “los discípulos queridos” en el evangelio de San Juan; y Lázaro y sus hermanas Marta y María. Por último el Nuevo Testamento no oculta tensiones entre los apóstoles, especialmente, en un punto, entre Pedro y Pablo. No es probable que se ocultara evidencia de otros conflictos, tales como el alegado entre María y Pedro, si existió.


La Santa Trinidad es un concepto bíblico que enseña que hay un solo Dios verdadero. A la vez aclara que ese único Dios verdadero existe eternamente en tres distintas personas:


Padre = Dios
Hijo = Palabra de Dios
Espíritu Santo = Espíritu de Dios

La tri-unidad de Dios: Padre, Hijo, Espíritu Santo




No podemos comprender la naturaleza de Dios completamente, pero esta ilustración nos puede ayudar a entender como tres pueden ser uno... y a la vez cada uno de los tres puede ser diferente.


Fuente: Nueva Enciclopedia Católica


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