El freno de la desigualdad
Luis F. Linares López
Hay un amplio consenso, compartido incluso por los
organismos financieros internacionales, sobre que la desigualdad es uno
de los frenos principales para el crecimiento.
El reportaje de Crónica del 21/6/13 (7 por ciento ¿meta o espejismo?)
recuerda que, en los últimos 10 años, solamente en 2007 superamos la
meta de un crecimiento anual del PIB no menor del 6%, contemplada en los
Acuerdos de Paz. Numerosos factores, internos como externos, impiden
alcanzar lo que es condición necesaria pero insuficiente, para un
desarrollo orientado al bien común.
Hay un amplio consenso, compartido incluso por los organismos
financieros internacionales, sobre que la desigualdad es uno de los
frenos principales para el crecimiento, pero aquí no le ponemos
suficiente atención, pese a que Guatemala es uno de los países más
desiguales de América Latina (AL), que continúa con el triste galardón
de ser la región más desigual del planeta.
Dos datos lo confirman. Según Panorama Social de AL 2012, de CEPAL, el
10% más rico de Guatemala absorbe el 40% del ingreso, en tanto que el
40% más pobre obtiene el 11%. En Uruguay, país modelo en materia de
bienestar humano en AL, el 10% más rico obtiene el 23% del ingreso y el
40% más pobre, el 22%. La desigualdad de ingreso laboral por ocupado
en Guatemala es de 0.60 (más cerca de 1 es mayor la desigualdad) y en
Uruguay, 0.45). La remuneración del trabajo en Guatemala fue de
alrededor del 30% del PIB, en 2011. En Estados Unidos ascendió al 60%,
en Dinamarca al 64% y en Alemania al 57%, para nombrar tres países con
regímenes laborales muy diferentes.
Bernardo Kliksberg, en su libro Hacia una economía con rostro humano,
señala que lejos de reconocer el impacto negativo de la desigualdad, la
corriente neoliberal la considera inevitable en la búsqueda del
progreso y que, para los más extremos, más bien lo impulsa. Arguye que
si eso fuera cierto, AL debería tener tasas de inversión muy altas. Y
Guatemala, agregamos nosotros, donde por 70 años prevaleció la
concentración de beneficios basada en el trabajo forzoso, sería el
paradigma del desarrollo económico.
Kliksberg cita a una destacada economista, Nancy Birdsall, quien afirma
que la asociación entre un crecimiento lento y una elevada desigualdad
se debe en parte al hecho de que esa elevada desigualdad puede
constituir en sí misma un obstáculo para el crecimiento.
Benedicto XVI, en Caritas in veritate, comparte la razón económica que
obliga a disminuir la desigualdad: El aumento sistémico de las
desigualdades entre grupos sociales dentro de un mismo país (…) es
decir, el aumento masivo de la pobreza relativa, no sólo tiende a
erosionar la cohesión social y, de este modo, poner en peligro la
democracia, sino que tiene también un impacto negativo en el plano
económico por el progresivo desgaste del «capital social», es decir, del
conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las
normas, que son indispensables en toda convivencia.
El Papa emérito aborda otro tema clave. El imperativo de carácter
ético, que obliga a disminuirla: la dignidad de la persona y las
exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones
económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable
las desigualdades.
Esto ya lo trató Pablo VI en Populorum progressio, (1967): todo
programa concebido para lograr el aumento de la producción no tiene otra
razón de ser, que el servir a la persona humana; es decir, que le
corresponde reducir las desigualdades.
Al ser la desigualdad un problema multidimensional, las soluciones son
variadas. Entre otras: incrementar la participación del trabajo en la
renta nacional, mediante una política de salario mínimo sostenible y
consistente, como la impulsada por Brasil en la última década; corregir
el excesivo sesgo exportador y favorable al gran empresariado del
modelo económico, atendiendo el mercado interno y el centroamericano;
formalizar a los trabajadores informales y ampliar la protección social;
universalizar el acceso a educación de calidad; impulsar el desarrollo
rural, apoyando especialmente a los campesinos sin tierra o en
producción de infrasubsistencia.
Todo esto con el requisito previo de elevar los ingresos fiscales.
Acompañado, para legitimarlo, de un gasto público racional, centrado en
lo prioritario, libre de clientelismo, con probidad y transparencia
absolutas.
El expresidente chileno Eduardo Frei, en visita reciente a Guatemala,
dijo que su país no puede aspirar a servicios del primer mundo con una
carga tributaria del tercero (del 18% al 20% del PIB). ¿Qué expresión
habría utilizado para referirse a nuestra carga,